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Pasteles y relatos en Getxo

Pasteles y relatos en Getxo

¿Recuerdas las meriendas con la abuela, aquellas tardes de historietas alrededor de la mesa, en la cocina? Prueba una versión actualizada de esos momentos, un taller repostero en el que, mientras aprendes a hornear deliciosos dulces, escucharás cuentos

IRATXE LÓPEZ

Jueves, 29 de junio 2017, 17:28

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Érase una vez un taller de repostería en el que se contaban cuentos. Repleto de sabores e historias. Un reino mágico en el que damas y caballeros se reunían alrededor de una mesa, igual que la corte de Arturo, para organizar el reino. Dicen que en aquel mágico lugar moras, pistachos y almendras competían por adornar pasteles dignos de la realeza. Que chocolates llegados desde distintas tierras, unos con tez morena, otros pálidos como la luna, endulzaban los postres sobre los que nevaba azúcar glasé.

Aseguran quienes lo vieron que... Terminar este relato es cosa tuya. Solo debes acercarte hasta Las Arenas y asistir a la actividad 'Té cuento'. Allí escucharás otros muchos, alternados a lo largo de la curiosa cita que promete rato de asueto y glotonería, curso de repostería y cuenta-cuentos. Marta Zubieta se encarga del horno mientras Anabel Muro recita anécdotas. Ambas atentas a la concurrencia, a quienes acaban de vestirse el curioso delantal que aguarda y despliegan un pergamino con la receta sorpresa. Diferente en cada sesión, por si apetece repetir. Como distintos son siempre los cuentos.

«Empecé de muy niña, en los fogones de casa», admite la cocinera. «Vengo de familia numerosa y en mi casa todo el mundo tenía siempre algo que hacer, alguna labor asignada. A mí me gustaba ésta. A los doce años aprendí a hacer la tarta de manzana que aún sigo cocinando hoy día, con algunas variaciones, claro». Los inicios de Anabel son igual de tempranos. «Escuchaba muy atenta las historias de mi abuela. Yo era una niña que no sobresalía en nada, hasta que a los seis años, un día de colegio, conté un cuento de miedo a mis compañeros y debí hacerlo tan bien que una amiga no pudo dormir aquella noche. Su padre se quejó al mío, quien me prohibió repetir la experiencia. Pero parece que no le hice demasiado caso».

Visto lo visto, bastante poco. Durante la sesión, junto al resto del grupo, la narradora también da forma al pastelito que Marta enseña a hacer. Primero agitando la clara hasta punto de nieve mientras cada cual, con su batidora golpeando el bol, imprime ritmo y melodía al trabajo. Después añadiendo azúcar nívea, yema amarilla y chocolate blanco para conseguir la masa. Frutas del bosque carmesí como relleno. «Todo es artesanal, perfecto para volver a hacer en casa. Repostería sencilla que se adapte a nuestras prisas, para que no pensemos que todos los pasteles conllevan mucho tiempo de preparación». Marta sabe que vivimos en un mundo a la carrera pero enseña sus habilidades y provoca las del resto en un espacio donde correr está prohibido, un lugar de encuentro, dentro de un txoko, que incita a la charla, a la comunicación pausada. «La misma que tenía lugar antaño en las cocinas, donde las mujeres se reunían para hablar y se transmitían valores. Donde se contaban las historias importantes».

Pasteles inspirados en Jordi Roca

¿Sabéis la de Juan Gordito, Juan Delgadito, Juan Largo, Juan Corto y su hermana Juana? No es éste lugar para desvelarla. Sí para decir que invita a la risa floja. Dibuja sonrisa de media luna en los labios de la cuadrilla que hoy comparte mantel. Que prueba deliciosos pasteles inspirados en Jordi Roca mientras saborea a pequeños sorbos café o infusiones de la India, tés tradicionales o de frutas, en ambiente relajado. Compartiendo anécdotas o habilidades. Como la que regala música en esta ocasión a los reunidos, pues varios de ellos cantan en un coro y se arrancan haciendo volar las notas de 'Hegoak', proyectando ese estado semihipnótico que amansa a las fieras. Mientras las dulces creaciones que cada cual ha esculpido se hinchan de placer al calor del horno, como si las alas del pájaro que la canción no quiso cortar les animaran a despegar muy lejos.

«¡Empuñad la manga con decisión!». Resuena la peculiar orden que da la capitana en el momento en que la tropa se afana por ornar sus creaciones. Así estalla la única guerra a la que todo el mundo se alista con gusto, la del placer, que es en esencia lo que este taller pretende. «Placer por emocionar y placer por emocionarse. Entendido como energía que se comparte entre quienes no se conocen, como encuentro en el que sentirse en casa». Asegura Anabel con esa voz que te lleva a viajar a otros mundos, los de la niñez, los del adulto que aún quiere creer en fantasmas, en animales mitológicos, en amores eternos. En Marisitas que se asoman a la ventana de una casa de campo porque ansían descubrir los caballos. En realidades paralelas y mentiras entrecruzadas. Dinosaurios que se despiertan y aún están allí, protagonistas eternos de microcuentos, cuentos y relatos. De ensoñaciones escritas con buena letra, letradas en grandes sueños.

Disfrutar esta mezcla de placeres sensoriales es el objetivo de la actividad. Éso y darle un buen bocado a tu pastel y a los bienaventurados que Marta tuvo el gusto de cocinar. Embelesarse con el aroma a especias y canela. Dejarse envolver abrazado a una música que, en el fondo como una letanía, no ha parado de sonar desde que entraste. Regodearse en los coloridos que la naturaleza ofrece en forma de alimentos. Y pasar un buen rato junto a gente inesperada que, igual que las buenas historias, ayudan a abrirte al mundo.

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