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Tallas de santos se amontonan en las estanterías de la nave de Cittaducale que acoge los tesoros afectados por los terremotos.
El arte herido de Amatrice

El arte herido de Amatrice

Cuadros, esculturas, crucifijos... 16.111 joyas culturales provenientes del centro de Italia sacudido por los terremotos esperan en almacenes a ser restauradas o que lo sean sus lugares de origen

Darío Menor

Sábado, 20 de mayo 2017, 01:07

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Las puertas de la nave se abren dejando escapar un olor añejo y algo desagradable, como de hollín y carburante acumulado durante años. Es la primera impresión de un lugar sorprendente que revela cuál fue su cometido hasta hace unos pocos meses: aparcamiento para los vehículos de la escuela de la Guardia Forestal. Su destino cambió el 24 de agosto, cuando se produjo el primero de la serie de terremotos que se han sucedido en los últimos nueve meses en el centro de Italia, dejando 299 muertos, 237 de ellos en Amatrice, símbolo más elocuente de la devastación.

Los seísmos también supusieron un terrible rejonazo para la gigantesca riqueza cultural de esta parte del país. Más de 600 iglesias, museos y otros edificios de interés se han visto dañados, por lo que las obras de arte que contenían han tenido que ser retiradas y trasladadas a lugares seguros. En esta nave de la escuela de los forestales de Cittaducale hay 2.850 piezas de todo tipo (cuadros, campanas, esculturas, candelabros, crucifijos, vestiduras litúrgicas...) provenientes de las localidades del Lacio golpeadas por los terremotos. En las otras tres regiones afectadas (Abruzos, Umbria y Las Marcas) hay otros almacenes similares. En total los técnicos del Ministerio de Cultura han recuperado hasta ahora 16.111 obras de arte. Algunas de ellas han sido salvadas por los bomberos en espectaculares operaciones en las que entraban en los templos por el techo colgándose de una grúa.

Nada más franquear la puerta de la nave, a la izquierda encontramos unas 40 campanas reposando sobre unos palés de madera. Las hay de diversos tamaños: algunas enormes, otras más pequeñas, pero todas con una etiqueta colgando donde llevan escrito el nombre del municipio, la pedanía, la iglesia y la fecha en que fueron recuperadas. A la derecha hay unos recipientes de plástico llenos de escombros de diversos tamaños colocados sobre una mesa. Tras ellas, una mujer con bata blanca y dos juegos de gafas (unas las lleva puestas y otras las tiene colgadas del cuello con un cordoncillo) completa un peculiar rompecabezas. Mirando unas fotografías divididas en secciones de lo que parece ser una pequeña capilla con los techos y las paredes decoradas con frescos, busca concordancias entre los cascotes azules y rosados que ha ido separando.

«Hace falta paciencia y buen ojo», dice la mujer, cambiándose unas gafas por otras mientras remueve los escombros de menor tamaño con unas pinzas metálicas.

¿Qué se siente cuando consigue encontrar dos trozos contiguos?

Es la satisfacción más grande. Hacemos este trabajo por pasión. Yo desde pequeña sabía que quería hacer esto. Cuando consigues encontrar dos trocitos contiguos, eso ya es suficiente. Ver todo el trabajo hecho y la obra de arte reconstruida es nuestra enorme alegría final, pero ser capaz de reconstruir una parte ya es estupendo.

¿Y qué es lo peor?

La peor herida que deja un terremoto para nosotros es la imposibilidad de reconstruir. No son sólo obras de arte, son también objetos de culto, muy ligados a la vida cotidiana de las personas que viven aquí. Tal vez podamos recuperarlos, pero puede que algunos no podamos ponerlos en la iglesia donde estaban porque no se reconstruya. Eso es muy triste. Acabarán en un museo, pero habrán perdido la fascinación que generaban en las personas que rezaban ante ellos en ese templo.

A Silvia Borghini se le ve cansada, pero se le iluminan los ojos cuando explica lo que está haciendo. Es restauradora del Ministerio de Cultura y, como los otros tres compañeros que trabajan de forma continua en este almacén y taller de restauración de las obras de arte dañadas por los seísmos, ha tenido que multiplicarse en los últimos meses. «Ha sido la situación más grave causada por terremotos para Italia desde el desastre de Messina en 1908», explica el prefecto Fabio Carapezza Guttuso, responsable de la Unidad de Crisis del Ministerio de Cultura, el organismo que se encarga de gestionar el salvamento y la recuperación del patrimonio cultural dañado por los movimientos telúricos. «Este es el peor porque eran tres terremotos juntos. Está el primero, el del 24 de agosto, pero es que luego hubo otro tremendo el 30 de octubre y, más tarde, un tercero el 18 de enero. La sucesión de temblores ha complicado mucho las labores de socorro y ha extendido el terreno de acción sobre un área enorme y situada, además, a gran altitud. Para colmo, hemos tenido uno de los peores inviernos que se recuerdan, con más de tres metros de nieve. Ha sido una emergencia muy difícil de gestionar».

Carapezza Guttuso detalla las dificultades de su trabajo apostado en el pasillo central de la nave. A un lado y otro se levanta una estructura antisísmica compuesta por tubos metálicos que van formando espacios donde han sido colocados los cuadros, esculturas, crucifijos, candelabros... Algunos están protegidos por papel de envolver. Otros no. «Hay cuadros que necesitan respirar y por eso los dejamos sin tapar», explica Cristina Collettini, la responsable de este peculiar almacén.

En la parte superior, la estructura de tubos metálicos deja espacio para estanterías donde hay guardado todo tipo de material recuperado en los templos y edificios de interés cultural. «Está todo catalogado por sectores con letras y números», cuenta Colettini. «Hemos intentado mantener juntas las obras que pertenecen a una misma iglesia». El ambiente recuerda al almacén que el cliente encuentra al final del recorrido en Ikea.

Entre las obras custodiadas en Cittaducale no hay creaciones de artistas conocidos por el gran público. La pieza más valiosa es probablemente una representación de la Virgen con el Niño Jesús de Colla Filotessio dellAmatrice, un pintor, arquitecto y escultor local del siglo XVI. También hay algunos crucifijos valiosos de Agostino Vannini, un creador de inicios del siglo XVII. «La característica más importante de las obras de toda esta zona es que fueron realizadas por artistas locales. Aquí no encuentras a Tiziano ni a Rafael, pero sí a gente muy ligada al territorio, por lo que privarles de ellas a los vecinos hoy supone una renuncia muy fuerte», reconoce Colettini, a quien le gustaría organizar más adelante visitas al almacén para la gente de la zona.

Campanas sin campanario

Ni Collettini ni Carapezza Guttuso se atreven a poner una fecha para que los cuadros, esculturas, campanas y demás piezas recuperen su emplazamiento original. «Es muy difícil saber cuándo retornarán», se excusa el prefecto. «Podemos plantearnos cuándo estarán restaurados, para lo que harán faltan unos años, pero el problema es que no podemos colocarlos en una iglesia que tiene aún el techo roto. La peor herida que provoca un terremoto a una obra de arte es que hace que no se puede disfrutar de ella en el contexto en el que estaba, es decir, junto al paisaje en el que se encuentra. Esa es la gran belleza de Italia, la conexión entre el arte y el paisaje».

Para tratar de recuperar al menos el aspecto sonoro de esa combinación que convierte a Italia en uno de los países más hermosos del mundo, el sonido de las campanas ha vuelto a escucharse en Amatrice. Los campanarios de las iglesias siguen derruidos, pero algunas campanas han sido colocadas en unas estructuras antisísmicas formadas por tubos similares a las del almacén. «Las pusimos en Semana Santa», dice Carapezza Guttuso. «La gente echaba mucho de menos el repicar de las campanas, antes había demasiado silencio».

«Lo más complicado es ganarse la confianza de la gente»

Capricchia es una de las 50 pedanías con que cuenta Amatrice. En invierno no es más que una aldea con cuatro casas en las que viven menos de 20 personas, en su mayoría ancianos o ganaderos que crían caballos en las laderas de los majestuosos Montes de la Laga. Cuando llega el calor le pasa como a tantos otros pueblos: se llena de veraneantes y su población se multiplica. Una de ellas es Giulia, una señora que vive en Roma durante el año y acude a Capricchia en julio y agosto con su familia para pasar las vacaciones. «En Capricchia las autoridades no han podido llevarse las obras de arte de la iglesia. Los vecinos no esperaron a que aparecieran por allí. Poco después del terremoto del 24 de agosto entraron a la iglesia, que aún se mantenía en pie, y se las llevaron. Las tienen guardadas en una casa. No se fían».

Golpeada por otros fuertes movimientos telúricos en el pasado, la localidad no quiere perder los cuadros, candelabros y demás ornamentos de su parroquia. «La gente cuenta que en un seísmo anterior se llevaron un cuadro para que no sufriera daños y acabó en otra pedanía. A Capricchia le devolvieron luego una copia y los vecinos se enfadaron mucho. No hubo manera de recuperar el bueno», recuerda Giulia.

La restauradora Federica di Napoli Rampolla conoce bien esas resistencias. Lleva recorriendo la zona golpeada por los terremotos desde el 27 de agosto, tres días después del temblor que provocó 299 muertos, la mayoría de ellos en Amatrice. «Es la parte más difícil de nuestro trabajo», cuenta, refiriéndose a lo complicado que resulta ganarse la confianza de los vecinos para que dejen que los técnicos del Ministerio de Cultura se lleven los tesoros artísticos de sus iglesias. «Hace falta primero media hora de terapia con el párroco, luego media hora con los Carabineros y luego ya me toca a mí. Intentamos convencerles de que las obras no van a salir de la provincia y que, cuando se reconstruyan los templos, volverán a sus lugares de origen. Tenemos que ir ganándonos su confianza poco a poco».

Codo con codo con los curas

Vestida con su bata blanca y ante una mesa donde varios cuadros están extendidos para comenzar su restauración, Di Napoli Rampolla explica que lo que cuenta, al final, es dar la cara. «Tienes que garantizarles que no van a perder las obras de arte y conseguir que se fíen de ti. Tras meses de trabajo ya nos conocen y ahora nos llaman para todo. Para lograrlo es imprescindible trabajar codo con codo con los curas que se encargan de estas pedanías y acudir además acompañado por los Carabineros».

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