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Telesillas en la pista de nieve del Mall of the Emirates, en Dubai, el mayor centro comercial del mundo.
Esquiando en el desierto

Esquiando en el desierto

En la mayor pista de esquí cubierta del mundo tienen hasta pingüinos. Está en un gigantesco centro comercial lleno de tiendas de lujo para turistas forrados y millonarios locales o, más bien, sus mujeres

Íñigo domínguez

Lunes, 17 de agosto 2015, 01:22

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Me despierto en Dubai y en la ducha dudo entre el agua ardiendo circulito azul o abrasando rojo. El agua fría, pero fría, es un lujo. Voy a pasar el día zascandileando con mi amiga Lola, pero antes tenemos que llevar a sus niños al colegio. Está a 40 minutos, aquí las distancias son enormes porque han desparramado la ciudad. Te puedes pasar el día en el coche. Voy escuchando a los niños, que siempre es divertido: preguntan qué son los trasplantes y cómo se opera a la gente cuando se muere y si se pueden poner los ojos de una vaca a un señor. Uno quiere ser repartidor de comida china porque le gustan las motos. Vamos detrás de un autobús escolar con un cartel que dice: "¿Estoy conduciendo bien? Si no, llame al número". Para que llames y te chives. Aquí exageran un poco con el peso de la ley.

Alfredo y Lola viven en una de las muchas urbanizaciones para extranjeros. Ingenieros, pilotos, ejecutivos, en unos años exóticos, irreales, en los que hacen dinero. Hay ambiente de barbacoas y tal. Divertido hasta cierto punto. Antes de salir hemos visto a dos vecinos, un italiano y un español, que se van a hacer el cabra con el cuatro por cuatro al desierto. Da mucho juego y el fin de semana se montan allí parrilladas con kits desechables de cuatro euros. También hay excursiones organizadas con exhibición de cetrería y todo. Me apetecería ir pero, tras dejar a los niños, al salir del coche casi nos caemos del calor que hace. "Yo que tú me pensaría lo del desierto", dice Lola. "Ahora no soy capaz de pensar, pero cuando lleguemos al aire acondicionado empiezo", le contesto. Lo descarto en el acto.

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Skyline de Dubai, que sigue creciendo sin parar. / AFP

Para empezar como se debe vamos a desayunar unos huevos benedict al Kempinski. El menú es un iPad naranja. Al lado hay un grupo de mujeres occidentales. Todas muy arregladas, tontas y simpáticas. Mientras Lola se va a buscar un buen escondite para fumar, porque en ramadán no se puede, pego la oreja. Hablan de los problemas de una con un perro y de una lista de invitados de algo. Otra manosea un iPhone color oro, si no es de oro. Son como de una serie 'Sexo en Dubai', en vez de Nueva York, o amas de casa desesperadas en el mundo árabe. "Acaban de dejar a los niños en el cole, o se los lleva el chófer, y así se pasan el día. No tienen nada que hacer, los grupos de tías y los de españolas son un coñazo, escapo de ellos como de la peste", me dice Lola, que no ha conseguido fumar. Me enseña el móvil: el 'whatsapp' del cole ya arde en comentarios de las madres y hasta hay fotos de las profesoras en directo de lo que hacen los críos en ese mismísimo momento. Lola suspira. Normales quedamos pocos.

Casitas tirolesas de cartón

Luego nos vamos a esquiar al mayor centro comercial del mundo, Mall of the Emirates. Su lema es 'Comprar es solo el principio', luego te debes volver tonto del todo. Tiene la mayor pista de esquí cubierta del mundo. En medio del desierto. Pero se empieza a pasar de moda, van a hacer otra más grande. Pagas, mínimo, 40 euros por la zona de trineos y juegos infantiles. Esquiar cuesta más y entramos solo a mirar. Te dan la ropa, los guantes y las botas. Dentro hace un frío que pela y tienen hasta pingüinos. En medio del desierto. Hay pinos de pega con nieve encima, como si acabara de nevar, y casitas tirolesas de cartón piedra. Las pistas tienen telesilla y toda la pesca. A través de las cristaleras ves a la gente en el centro comercial. Al salir hay una cámara térmica para calentarte en tres minutos si estás al borde de la congelación. Todo en medio del desierto.

¿Qué sensaciones se pueden tener aquí? Además del calor, quiero decir. Siempre en coche, sin poder pasear. Lola me repite que no debía haber ido en verano y en ramadán. Dice que en invierno está muy bien y van a la playa. Hasta Fernando Alonso se ha venido a vivir aquí. Pero ahora solo se pasea en un centro comercial. ¿Qué sensaciones se pueden tener en un centro comercial? Además del frío, quiero decir. Encerrado entre tiendas donde no puedes entrar. Ni quieres, claro, aunque las guías sigan empeñadas en considerar el 'shopping' una actividad lúdica. Estas catedrales del lujo de marcas carísimas son para turistas forrados y los millonarios locales o, más bien, sus mujeres. No tienen nada que hacer y se pasan todo el día en el 'mall', en un show de Truman con aire acondicionado. Como dice Iñaki Uriarte, "hasta que no desaparezcan las joyerías habría que mantener un poco en cuestión todo eso del feminismo". No es tanto por el velo.

Los emiratíes son una élite que no se ve mucho, pero cuando lo hace se nota, porque el deporte nacional es fardar. Los hombres, por el éxito. Las mujeres, con joyas, diamantes, gafas de marca, cochazos. Lo accesorio, porque a ellas, en sí, no las ves. El gusto, en general, es hortera subido. "Es peligroso, te acostumbras y pierdes la noción de lo normal. Vuelves a España con zapatos de piedras de estrás y cosas así, haciendo el ridículo", me advierte Lola. Un día una elegante señora emiratí la invitó a tomar el té con sus amigas. Alabar la decoración de la casa le costó a Lola un esfuerzo de hipocresía que casi afecta a su salud. Era una mansión increíble con ocho empleados. Allí por fin la mujer y sus amigas se quitaron la 'abaya' y Lola las vio como eran por primera vez desde que se conocían. Lo que más les interesaba era saber si se las imaginaba así. También le preguntaron por su marido y cómo se habían conocido. En estos países lo más frecuente no es casarse por amor, sino en matrimonios arreglados entre primos o conocidos. Luego pasa lo que pasa. A Alfredo un día un compañero de trabajo le invitó a una barbacoa en el desierto.

Bueno, pues se lo digo a mi mujer a ver.

Tu mujer? Pero qué dices, las mujeres las llevamos nosotros.

Un planazo del fin de semana es irse de putas con los amigos. Hay mucha rusa y asiáticas turbadoras. "De las occidentales, en general, piensan que somos todas unas guarras", dice Lola. Cuenta que si vas sola te entran a saco, hasta en el supermercado. No los emiratíes, que son exquisitamente educados, sino el resto. De hecho me voy un momento al baño en un bar y cuando vuelvo el camarero indio ya le ha tirado los tejos. Hay taxis de color rosa, conducidos por mujeres, y por la noche es mejor no volver sola. Si te violan necesitas varios testigos a tu favor y si no, poco menos que es culpa tuya. Si has bebido, despídete. Hay mucha poli secreta y hace poco celebraron que habían colocado la última cámara en el último rincón que quedaba por vigilar de la ciudad. La seguridad es máxima, para proteger el turismo, pero también te pueden deportar a la mínima. Todo parece muy enrollado hasta que tienes un problema, entonces se cae el decorado. Por cierto, es uno de los ocho países del mundo donde el sexo anal, entre homosexuales se supone, se castiga con la pena de muerte. o tengo mis vicios, pero de momento ese no y no voy a empezar ahora. Si eso esperaría a volver a casa, me sale más a cuenta.

Los expatriados ven la cárcel como una posibilidad en sus vidas, algo que en su país jamás se les pasaría por la cabeza. Es parte de la experiencia exótica. Las empresas tienen psicólogos para atender a las mujeres de sus empleados, aburridas en la urbanización, cuando se vuelven locas y se quieren largar. Algunas se alcoholizan. Lola de momento lo lleva bien y está feliz. Solo echa de menos una ducha de agua helada.

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