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Woodward, de 74 años, durante la entrevista que concedió ayer a este periódico.
«Aún no sabemos si Trump será el siguiente Nixon»

«Aún no sabemos si Trump será el siguiente Nixon»

Bob Woodward, leyenda del periodismo por destapar el 'Watergate', cree que se tardarán «meses o años» en conocer los vínculos del presidente de EE UU con Rusia

álvaro soto

Domingo, 18 de junio 2017, 02:48

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Hace diez años, Bob Woodward (Illinois, 1943) estaba terminando de escribir su cuarto libro sobre la guerra de Irak, pero le faltaban claves que solo un general podía darle. Para conseguir la información, el periodista comenzó a enviar correos electrónicos a su pretendida fuente. Sin respuesta. Después, durante semanas, le acosó a llamadas telefónicas. Sin respuesta. En ese punto, muchos habrían desistido, pero él no. Woodward averiguó dónde vivía el dichoso general y un martes a las 20.15 horas («ese es el mejor día y el mejor momento: nunca vayas a casa de nadie a otras horas, ni tampoco en lunes ni al final de la semana») se plantó en el jardín de su casa. «El general me dijo: 'Ya veo que de verdad sigues insistiendo con esta mierda. Entra'. Estuvimos dos horas y me contó lo que quería saber».

Bob Woodward puede ir cumpliendo años, ya tiene 74, pero, desde luego, no ha perdido el instinto ni la capacidad de trabajo que le permitieron, junto con su compañero Carl Bernstein, destapar el mayor escándalo jamás visto en la política norteamericana, el 'Watergate'. Cuando aún no habían cumplido 30 años, recién aterrizados en el 'Washington Post', el jefe de Local les envió a cubrir lo que parecía un vulgar robo en un hotel. Tirando del hilo, y gracias a un contacto al que llamaron 'Garganta Profunda', descubrieron una trama de espionaje que involucraba al mismísimo presidente de Estados Unidos. Richard Nixon, convertido para siempre en ejemplo de político corrupto y mentiroso, tuvo que dimitir.

Woodward y Bernstein, los reporteros de investigación más famosos del mundo, ascendieron al olimpo del periodismo: ganaron el Premio Pulitzer más recordado. Además, escribieron un libro que ahora se vuelve a publicar en España (Lince Ediciones) y que llevado al cine se convirtió en una película mítica, 'Todos los hombres del presidente', en la que Robert Redford interpretaba a Woodward y Dustin Hoffman, a Bernstein. La cinta se hizo con cuatro Oscar. Pero, sobre todo, con sus investigaciones, los periodistas consiguieron la llave maestra que abría los despachos de Washington, esos de los que ya no han salido nunca y los que les permiten hablar con conocimiento de causa de casi todo. Por ejemplo, de la trama rusa que acosa a Donald Trump, el presidente en el que muchos ven la sombra del proceso de 'impeach-ment' que acabó con Nixon. Pero en este punto, Woodward quiere ser prudente.

¿Acabará Trump como Nixon?

No lo sabemos. En estos momentos, únicamente tenemos el 5 o el 10% de la información sobre su relación con Rusia, que es solo una pieza del puzle, y con eso no podemos decir que Trump haya sido elegido gracias a Putin. Es una investigación que va a llevar tiempo porque será complicado descubrir cuál es el grado de implicación del servicio de inteligencia ruso. Necesitaremos meses, quizá años. A lo mejor Rusia intervino a escala masiva, pero, para descubrir la verdad, necesitamos paciencia.

Paciencia, la palabra que Woodward repite incesantemente. Los medios están perdiendo la paciencia, certifica el maestro. La televisión, Twitter, van muy rápido, pero las historias son como las plantas, hay que cuidarlas día tras día para que acaben dando frutos. «Si un periodista necesita una semana para investigar y no encuentra nada, debería dar igual. Las prisas pueden dañar una buena investigación», sostiene.

Futuro prometedor

Pero el peligro no está solo en la búsqueda de resultados inmediatos. Los profesionales también deben entonar el 'mea culpa', cree Woodward. «Muchos periodistas se han vuelto vagos. Ya no vamos a casa de nuestras fuentes, ni siquiera les llamamos por teléfono. Una vez me dijo un compañero que todas las entrevistas las hacía por internet. Y eso no es manera, internet nos está quitando el impulso para hacer cosas», se lamenta. De cualquier forma, y gracias a unos cuantos profesionales que no se rinden, el periodismo «está en los inicios de una nueva edad de oro», cree Woodward, que reivindica una «prensa que subterráneamente» trabaje «con paciencia». Ahí, en ese grupo de los que lo están haciendo bien, sitúa a su periódico, el 'Washington Post', que desde la llegada a la dirección de Martin Baron (el editor que levantó en el 'Boston Globe' los casos de pederastia en la Iglesia de Boston, contados en la película 'Spotlight'), está acorralando con sus revelaciones a Trump, igual que el otro gran diario norteamericano de calidad, 'The New York Times', al que el reportero rival no duda en felicitar porque está realizando «grandes coberturas».

Cuenta Woodward que en la campaña electoral pudo entrevistar al actual presidente norteamericano cuando solo era un aspirante. «Le pasé las notas de aquella entrevista a un psiquiatra amigo mío, uno de los más prestigiosos del país. Me dijo que era el caso más claro de trastorno narcisista que había conocido en su vida. A mí me pareció un personaje de 1850, que cabalga solo. Trump nos contó que su hija de 23 años, Tiffany, le estaba pidiendo que se comportara 'de manera presidencial'. Y contestó que si, que cuando fuera presidente, iba a ser 'presidencial'. Por lo que vemos, aún no ha llegado a ese punto», bromeó ayer Woodward, que ofrece tres consejos para ser buen periodista: «El primero es trabaja mucho. El segundo, trabaja aún más. El tercero, trabaja más que nadie».

La curiosidad del reportero

  • EN EL CONGRESO

  • Bob Woodward ha venido a España a participar, como ponente, en el Management&Bussiness Summit de AtresMedia, que se celebró ayer en Madrid, pero también le dio tiempo a empaparse de la actualidad nacional y a recorrer con su mujer los tres grandes museos de la capital. Por la mañana visitó el Congreso, en plena moción de censura, y le extrañó que este mecanismo, el más parecido al 'impeachment' que permite la legislación española, se quedara tan lejos de lograr su resultado. En el rato que estuvo allí lo preguntó todo sobre su funcionamiento. Tanta curiosidad da fe de que sigue siendo un periodista de raza. También tuvo que contestar a preguntas, como por ejemplo si consideraba que Mariano Rajoy, al que se le acumulan casos de corrupción en su partido, aguantaría como presidente si, en vez de español, fuera norteamericano. «No lo sé, pero en cuanto a la moción de censura, me han dicho que es minoritaria y que solo busca una finalidad política», explicó Woodward, que dice que, pese a sus 74 años, no se le pasa por la cabeza la idea de la jubilación. «Ahora lo hago con menos intensidad que antes, pero me sigue gustando mucho mi trabajo».

Igual que los emperadores tenían a un esclavo que les recordaba que eran mortales, Woodward encontró a un redactor jefe que le enseñó lo efímera que es la gloria del 'plumilla', por muy Pulitzer que sea. «En una ocasión me llamó a su despacho y me mostró la esquela de un periodista que acababa de morir. 'Este eres tú. Saca el culo de aquí', me gritó. Yo no me siento una estrella, me siento solo un periodista. Si el hecho de que te conozcan permite que la gente se acerque a mí para darme información, bienvenido sea. Pero el verdadero periodista está detrás del escenario, entre bambalinas».

Woodward, quizá a su pesar, no ha podido ver el mundo desde las bambalinas. Ha escrito libros sobre ocho presidentes de EE UU, sobre el Supremo, sobre el Congreso, sobre Hollywood, sobre las guerras que ha librado su país... Ha estado en plantilla del 'Washington Post' desde 1971 y eso que, la primera vez que solicitó trabajar en el periódico, le rechazaron. Pero ahora le guarda lealtad eterna al diario que hicieron grande la propietaria Katharine Graham y el director Ben Bradley. «En enero de 1973 ya habíamos publicado gran parte de nuestros reportajes y muchos compañeros del 'Washington Post' no nos creían. Graham nos preguntó a qué nos estábamos dedicando y si la historia iba a tener un final. Le dijimos que creíamos que quizá nunca podríamos llegar hasta el final. 'Nunca digáis nunca', nos inquirió. Eso creo que debería poner a la entrada de los periódicos: 'Nunca digas nunca'», recuerda Woodward. Graham y Bradley aguantaron presiones y amenazas, se jugaron su prestigio y el del periódico, para que dos periodistas imberbes tumbaran al hombre más poderoso del mundo.

¿Sigue manteniendo contacto con Carl Bernstein?

Sí, por supuesto. Ya no trabajamos juntos, él es colaborador de la CNN (también escribe en 'Vanity Fair') y hablamos muy a menudo.

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