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El bilbaíno Nicolás Gregorio Rodríguez posa con la boina.
El bilbaíno que recibió una boina de Fidel Castro

El bilbaíno que recibió una boina de Fidel Castro

El octogenario vizcaíno, un «niño de la guerra» que vive en Moscú, considera al líder cubano como «una persona muy viva, muy lista. Yo lo comparo con Julio César»

efe

Miércoles, 30 de noviembre 2016, 18:55

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El bilbaíno Nicolás Gregorio Rodríguez, un «niño de la guerra» de 89 años, guarda desde hace más de medio siglo la boina verde oliva que le regaló Fidel Castro, a quien conoció en Cuba cuando trabajaba como traductor de los militares soviéticos. «Me la regaló Fidel. Después ya no llevó más boinas. Llevaba una especie de gorra con visera», recuerda Nicolás, en su domicilio en el sureste de Moscú.

El octogenario guarda la boina como oro en paño, junto a una descolorida foto en la que aparece junto al fallecido líder comunista cubano en una unidad militar soviética en la isla, donde estuvo destinado durante dos años y medio.

«Le dije que era español, pero que ahora vivo en la Unión Soviética. Y que había venido a Cuba como voluntario. No sé si se acordaba de mi nombre, pero cuando me veía siempre me saludaba», relata. Entonces, Castro «se interesó» por el funcionamiento del tanque T-55, carro de combate que los soviéticos mantuvieron en secreto durante años y que acabaron regalando al Ejército regular cubano.

«Necesitaban un Ejército regular para defenderse de una posible invasión norteamericana. Todo el mundo andaba en la calle con pistolas en el cinto. Fidel llevaba consigo una pistola soviética Stechkin con empuñadura de madera», cuenta.

Pena por su muerte

Nicolás, que llegó a la URSS en 1937, sintió mucho el fallecimiento del «compañero» Fidel, como él le llama, ya que era un personaje «fantástico». «Es una pena. Era una persona muy viva, muy lista. Yo lo comparo con Julio César. Recuerdo una vez que habló cuatro horas seguidas en la Plaza de la Revolución sin ningún papel. Hablaba muy bien. Era un gran orador», dice.

En su estantería ocupa un lugar de privilegio un libro sobre Fidel escrito por la hija del comandante, Alina Fernández, y también conserva un Diploma de Honor firmado con puño y letra por Raúl Castro.

El español viajó a La Habana en diciembre de 1962 en el mismo barco que los jóvenes cubanos que habían sido instruidos por militares soviéticos en la base naval secreta georgiana de Poti (mar Negro) como parte de la ayuda del Kremlin a la Revolución Cubana.

«Me veía más a menudo con Raúl, que era el jefe de las Fuerzas Armadas revolucionarias. Cuando estaba de guardia y él venía, yo le traducía, ya que yo dominaba el español y el ruso. Yo sólo traducía lo que decía el especialista ¡No inventaba nada!», asegura. También conoció al Che Guevara, con el que departió un rato cuando se sentaron juntos en el estadio de La Habana para ver al legendario Dinamo de Kiev de Valeri Lobanovski.

«Fumaba unos puros así de largos, aunque tenía asma», rememora, gesticulando gráficamente. El «niño de la guerra» llegó a la isla poco después de la crisis de los misiles de octubre de 1962, que estuvo a punto de desembocar en la tercera guerra mundial, incidente que le causó una honda impresión.

«Estuvimos a dos dedos de la guerra. Al final el Kremlin acordó que retiraría los misiles si EE UU no atacaba más la isla. Y hasta hoy día no han vuelto a atacar. A mí parece que a John Kennedy lo mataron por eso», opina.

Recuerda que Fidel no se arredró en ningún momento, más aún después de que los norteamericanos fracasaran en su intento de invadir la isla en Playa Girón. «Fidel decía que Cuba es un pueblo armado y bien armado y si hay una agresión responderemos. Pero todo terminó bien», comenta. Cree que las cosas en la isla irán bien, ya que Raúl lleva ya «unos cuantos años» de presidente, pero recuerda que Cuba «debe mucho dinero», aunque el Kremlin le ha condonado casi toda la deuda contraída con la URSS.

A Nicolás le gustó tanto Cuba que pidió que prorrogaran su estancia para no tener que volver a Moscú en invierno, y así permaneció en la isla hasta mayo de 1965, tras lo que regresó a la fábrica de piezas para trenes en la que trabajaba a las afueras de la capital soviética. «Con el dinero que gané allí puse parqué en la casa y me compré algunas cosas. Hasta conocí a (Yuri) Gagarin», el primer cosmonauta de la historia, dice.

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