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Una llama de metano en hielo.
La carrera por el nuevo gas

La carrera por el nuevo gas

China anuncia la extracción de grandes cantidades de 'hielo que arde', la energía del futuro para algunas potencias. Pero su obtención es cara y presenta serios riesgos medioambientales

JOSEBA VÁZQUEZ

Lunes, 29 de mayo 2017, 01:40

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¿Puede arder el hielo? Rotundamente, sí. Sucede con el hidrato de metano, un compuesto de agua sólida en fragmentos de diverso tamaño y en cuyo interior se encuentran encapsuladas moléculas de gas inflamable. Si se acerca una mecha a estas piezas el calor libera el metano y forma una llama relativamente duradera. Científicamente se le conoce también como clatrato y, más vulgarmente, como hielo combustible o de fuego. Sería un elemento muy aprovechable en espectáculos de ilusionismo, pero hay países pobres en recursos energéticos que ven en él la solución de futuro a su escasez y a la evidencia de que los yacimientos de gas actualmente explotados parecen condenados a agotarse este mismo siglo. Los estudios han verificado la existencia de multitud de depósitos de este compuesto por todo el Globo y, sobre todo, que un metro cúbico del mismo contiene unos 160 metros cúbicos de gas metano. Es decir, hay más energía oculta en estos hidratos que en toda la suma de reservas fósiles de petróleo, carbón y gas del mundo juntas. Hablamos, pues, de un potencial goloso, tentador.

Así lo ven, entre otros, potencias como China, Japón, Estados Unidos, Canadá, India o Corea del Sur, lanzadas desde hace ya unas décadas a la carrera por ser las primeras en desarrollar técnicas que permitan la extracción de lo que, en su opinión, constituye la energía del futuro, la que pretenden que sustituya en su día a los reservorios que ahora se exprimen. En este contexto, el Gobierno de Pekín acaba de anunciar la obtención en el Mar Meridional de China de «cantidades considerables» de esta sustancia en lo que divulgan como «un gran avance». Medios del gigante asiático cifran la extracción en «un promedio diario de 16.000 metros cúbicos de gas de elevada pureza». A falta de evidencias, habrá que creer su palabra, aunque no falta quien lo hace con algún recelo. «Se sabe desde hace mucho que la carga económica que conlleva este asunto es muy grande y las potencias que no tienen fuentes convencionales se van preparando para cuando llegue el reparto. Es difícil valorar la noticia todavía, pero sí parece que China dispone de grandes agencias de publicidad», resume con cierta socarronería Francisco Javier Peñas, profesor de Ingeniería Química en la Universidad de Navarra. Con su anuncio, China se ha anotado un importante punto en la pugna por alcanzar la meta en primer lugar. Cruzar esa línea de llegada supone resolver el complicado reto técnico y económico que plantea la explotación comercial del hidrato de metano. Este se encuentra en dos hábitats: en el llamado permafrost (capas superficiales de suelo permanentemente congeladas en las regiones polares) y en lechos y subsuelos marinos, desde 500 a más de mil metros de profundidad. Acceder hasta allí y extraer con seguridad el compuesto es una tarea extremadamente difícil. En ello andan varios países desde que la Unión Soviética abriera las investigaciones a finales de los sesenta.

Más peligroso que el fracking

«Es una extracción más cara y complicada que en los yacimientos convencionales y ahora mismo no resulta rentable detalla el profesor Peñas. Podrá compensar cuando se resuelvan los problemas técnicos». Ante este panorama, se calcula que la comercialización del hidrato de metano no será posible antes del año 2030 y la Agencia Internacional de Energía amplía esa estimación en un lustro más. Tiempo suficiente para las administraciones y empresas empeñadas en este objetivo, ya que se considera que los finitos yacimientos actuales abastecerán de energía de origen fósil entre ocho o nueve décadas más.

A las dificultades técnicas en la obtención de los hidratos de metano se unen los serios riesgos ambientales que plantea su extracción, un proceso en el que es muy difícil evitar escapes de gas a la atmósfera. Y resulta que este compuesto tiene un potencial de efecto invernadero unas veinte veces superior al dióxido de carbono (CO2). Por si fuera poco, Francisco Rodríguez Somolinos, catedrático de Ingeniería Química de la Universidad Complutense de Madrid, alerta de que los riesgos de esa actividad alcanzarían «una magnitud muy superior a los generados por el fracking. Es otro nivel mucho mayor». En su opinión, las perforaciones y la instalación de tuberías desestabilizarían los lechos marinos afectados. Ni siquiera quienes defienden la explotación futura de este hidrato niegan los citados peligros.

Tatiana Nuño, experta en Energía de Greenpeace, recuerda que el Acuerdo de París de 2015 sobre el cambio climático establece que «las emisiones de gases de efecto invernadero tienen que ser cero en la segunda mitad de este siglo. Si invertimos en un nuevo combustible fósil estamos siendo contrarios a nuestras propias convenciones internacionales». Para ella, «la transición energética pasa por apostar por energías renovables, que cada vez son más baratas. Para 2030 deberíamos tener un sistema eléctrico basado al cien por cien en ellas». Kepa Fernández, profesor de Geología de la UPV/EHU, cuenta que la Tierra ya vivió dos catástrofes por liberación repentina y masiva de hidratos de metano a la atmósfera, hace unos 250 y 60 millones de años. «Se sabe que hubo cambios drásticos. Algunas especies de seres vivos se extinguieron, hubo movimientos de placas tectónicas, bajó el nivel del mar y algunos fondos marinos salieron a la superficie». Nada menos.

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