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fERNANDO mIÑANA
Sábado, 13 de mayo 2017, 02:23
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No hay carrera más mítica en el motociclismo que el TT (Tourist Trophy) de la isla de Man. Pilotos lanzados a velocidades punta de más de 300 km/h por un circuito de 60 kilómetros que discurre, sin escapatorias, entre bordillos, farolas, árboles y rocas. Su leyenda la alimenta cada año un truculento goteo de muertes que ya va por 252 víctimas. Pero, como se puede leer en el cartel que cuelga en el puerto de Douglas, la capital, «si no te gustan nuestras reglas, sale un barco cada media hora».
Prisionero de esa leyenda, Antonio Maeso, un piloto almeriense de 38 años, conoce su historia como pocos en España. Ha disputado 28 carreras en varias categorías y en su casa limpia el polvo de once réplicas de bronce que no son, ni de lejos, su mayor recuerdo. «En 2013, la temporada que iba mejor preparado, cometí un pequeño error: me metí en la montaña y toqué con la rodilla un bordillo de piedra a 230 km/h. Me estalló la pierna. No me caí. Controlé la moto como pude y me fui para el otro lado. Por suerte, había un metro de arcén de tierra. Intento olvidarlo, pero me acuerdo de cada segundo que pasé allí...».
La carrera formó parte del Mundial de velocidad entre 1949 y 1976, cuando la Federación Internacional de Motociclismo se la quitó de encima después de que, por motivos de seguridad, Giacomo Agostini, quince veces campeón del mundo, encabezara una rebelión. Algunos países, incluido España, tienen vetado el TT y por eso aventureros como Maeso tuvieron que sacarse la licencia británica para poder correr.
Después de aquel topetazo, el almeriense no pudo detener la moto hasta la siguiente curva. Allí, con un dolor monstruoso, pasaron minutos que parecieron horas. Los marshalls le habían visto detenerse a lo lejos pero, como no se había caído, pensaron que había roto el motor y se acercaron andando. Mientras, Maeso se desangraba. «Me estaba muriendo», resume. Tardaron en llegar cinco minutos, después pidieron un helicóptero que tardó otros cinco. «Durante todo ese tiempo yo tenía la pierna abierta y brotaba un chorro de sangre del grosor de un dedo».
Ese día maldijo ese otro en que, años atrás, coincidió en el circuito de Jerez con unos pilotos de la isla de Man. Estuvieron charlando, él les expresó su viejo sueño de correr allí algún día, les habló de las historias que le había contado su padre desde pequeño, que si ganar allí valía más que el título de Moto GP, que si esa carrera era el mayor desafío que existía para un piloto de verdad..., y aquellos moteros cordiales le animaron y le prometieron echarle una mano si finalmente se decidía.
Todo aquello lo debió pensar después, no cuando lo llevaron de urgencia a una clínica de la isla de Man donde cortaron la hemorragia y le colocaron unos hierros para estabilizar la pierna mientras los médicos se debatían entre cortársela o buscar a un equipo de cirujanos. Estos le operaron en Liverpool cinco días después. «Me rompí por todas partes. Reventé la rótula, no había. El fémur se partió por la cabeza y por la otra parte atravesó el gemelo, por donde salía el chorro de sangre. Y la tibia se partió en siete trozos». Un trago que pasó en soledad, pegado a una bomba de morfina para mitigar el dolor, pues siempre viajó con lo justo por culpa de presupuestos escuálidos y motos hechas con sus manos.
Ahora, con la lección aprendida, sabe que se pasó de frenada. Que cada carrera de más en aquella isla entre Inglaterra e Irlanda es un paso menos hacia la tragedia. «Es como si compraras más papeletas para que te tocara, pero es el enganche de la competición, no haber conseguido lo que crees que vales. Yo quería ganar una vez».
En aquella triste cama de hospital en Liverpool, con la pierna hecha añicos, se esfumaron sus aires de grandeza. «Allí solo pensaba en que se había acabado todo y que estaba pagando el precio de jugar a una cosa muy peligrosa».
Hubo tres operaciones. La segunda duró doce horas y participaron tres equipos: uno para la rodilla, otro para el fémur y otro para la tibia. Con muy poca sangre por las venas, no podían reanimarlo. Pero salió y se tiró nueve meses encadenado a una silla de ruedas, pidiendo ayuda para la tarea más simple o escatológica. «No me podía mover y luego era incapaz de doblar la rodilla». Tardó dos años en poder plegar esa extremidad mientras los traumatólogos le auguraban un futuro, no ya sin motos, con problemas para caminar con normalidad.
La emoción del retorno
A punto de cumplirse los cuatro años del accidente, Maeso, sin rótula, tiene poca estabilidad y no consigue doblar la pierna del todo. «Pero no cojeo», presume. Y como quien no quiere la cosa se subió a una escúter. Y un día se fue al circuito de Almería y probó una vuelta. «Me noté que no estaba bien». Pero su fisioterapeuta, Alberto Collado, siguió con su empeño y a los tres o cuatro meses volvió al circuito y dio «diez o doce vueltas, fue tremendo». Sintió el picotazo del bicho y en las Navidades de 2015 se regaló un reto -la North West 200, otra prueba mítica- y un pretexto: «Notaba que me había estancado en la rehabilitación y necesitaba un estímulo».
Aunque para reto, reto, ir a su mujer y soltarle que quería volver a correr. «Si se lo digo de golpe, me pone las maletas en la puerta. Hubo que ir suavemente, dando rodeos , envolviéndoselo... Al final lo entendió y lo aceptó». Y volvió a la parrilla. Con una moto más pequeña y menos potente, pero volvió. «Fue emocionante. No me lo creía. Y eso que yo, en 25 años subido a una moto, nunca me había emocionado. Pero es que los médicos decían que a lo máximo que podía aspirar era a tener una vida lo más llevadera posible».
Pero a ese puzzle le faltaba una pieza. Maeso no dejaba de pensr en ella. Como ese mellado al que no puedes dejar de mirar el hueco en la dentadura. Y entonces le llamaron de la Universidad de Nottingham. Necesitaban un piloto, alguien capaz de desarrollar una moto eléctrica para la categoría TT Zero de la isla de Man.
La primera semana de junio regresará a ese circuito infernal repleto de cadáveres. «Es mi vida», se justifica. Pero este profesor de inglés del colegio Agave de Almería se ha hecho una promesa. «Me estoy preparando para dejarlo y quiero hacerlo con algo bonito. Necesito volver allí, a aquella curva, vencer mis miedos y dejar atrás a mis fantasmas, cerrar el círculo. Volver al año siguiente ya no tendría sentido...».
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