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El doctor Xavier Mir en su consulta de Barcelona con un guante de boxeo y otro de motociclismo.
El órfebre de las manos

El órfebre de las manos

Bruno Hortelano ha sido el último, pero muchos grandes deportistas piden hora con el doctor Mir. Su vida cambió con 19 años al perder a su padre. «Es lo peor que me ha pasado, pero esa muerte me hizo mejor»

fernando miñana

Sábado, 1 de octubre 2016, 01:25

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Muchas de sus semanas tienen doce días. Como la última. Empezó un lunes, siguió de viernes a domingo con el Gran Premio de Aragón de MotoGP y, sin descanso, enlazó con un nuevo lunes para acabar ayer por la tarde con una cura de la mano derecha de Bruno Hortelano. El velocista, campeón de Europa de los 200 metros, se la destrozó en un accidente de coche, en Madrid, yendo de copiloto camino de Las Rozas. Después de una operación de urgencia, eligió al doctor Xavier Mir para salvar sus dedos. El diagnóstico asusta: mano catastrófica. «El 50% acaba con amputaciones», advierte el traumatólogo, que ayer, después de estar con el atleta de moda, se mostró «optimista» porque el injerto vascularizado «ha prendido» y las heridas evolucionan bien.

Hortelano eligió al mejor especialista en extremidades superiores que hay en España. El mismo que ha operado de manos, brazos y clavículas a media parrilla de MotoGP, a pilotos de rallys, porteros de fútbol, boxeadores, jugadores de baloncesto, pelotaris, pianistas y guitarristas. Todos buscan sus manos de orfebre para seguir en la brecha.

Su agenda está segmentada al minuto. Ayer por la tarde aún estaba en su consulta del Instituto Catalán de Traumatología y Medicina del Deporte (Icatme), una modesta habitación atiborrada de fotografías dedicadas por deportistas, concertistas y hasta toreros, con muebles salpicados por pequeñas esculturas, manos en miniatura, cascos, guantes... Detalles de pacientes agradecidos. Luego cruzó la sala de espera, donde cuelga un cuadro que reproduce los estudios de una mano de Leonardo da Vinci, con la rúbrica del doctor Vilarrubias, y se marchó a casa tras doce días de trabajo.

José María Vilarrubias, precisamente, fue el hombre que le introdujo en territorio motero, donde está considerado una eminencia. Mir ha operado a los mejores: desde Àlex Crivillé a Marc Márquez, pasando por Jorge Lorenzo y Dani Pedrosa, a quien ha intervenido catorce o quince veces. Se han visto tantas veces en el quirófano que han acabado siendo buenos amigos.

En sus inicios, su único gancho con la medicina era su tío, el traumatólogo Juan José Madrigal. Su padre, ingeniero, era el director en España de la Pirelli, pero no de la rama de los neumáticos sino de cables de electricidad. Su progenitor murió en un accidente de coche cuando Xavier Mir tenía 19 años. Su madre y él, hijo único, tuvieron que apañárselas solos para salir adelante. No fue fácil. «Ella trabajó como una loca y yo me puse a estudiar todo lo que pude».

Aquella desgracia fue el origen del reputado especialista que es hoy. «Lo de mi padre es lo peor que me ha pasado en la vida, pero esa muerte me hizo mejor. Me centró, me hizo cambiar mi mentalidad». Antes era poco más que un adolescente que quería pasarlo bien. Pero con aquella muerte se acabó la fiesta. «Pirelli me dio una beca, pero a cambio de que obtuviera buenas calificaciones. Así pasé de sacar unas notas normalitas a unas notas excelentes».

Aspar, su primer paciente

El nuevo Xavier Mir focalizó su vida hacia la Medicina. Siempre le habían gustado las manos y cuando se presentó la oportunidad de entrar como residente en el hospital Vall dHebrón se encontró con una vacante en el equipo de cirugía. Necesitaban un especialista y empezó a desarrollar su pericia con falanges y metacarpianos.

El doctor José María Vilarrubias le echó un capote en los circuitos. Fue a principios de los 90, cuando necesitaban un cirujano y su mentor apostó por él. Su primer paciente fue el tetracampeón del mundo Jorge Martínez Aspar, que se había roto el escafoides. «Me lo recuerda cada vez que me ve», bromea.

El expiloto valenciano lo rememora porque no fue nada rutinario. Al contrario. «Fue brutal. Yo me caí en Austria, en el circuito de Salzburgring, y me chafé y destrocé el dedo pulgar de la mano derecha. Allí me dijeron que era imposible recuperarlo y que el dedo se me quedaría fijo, sin movilidad. Pero me operaron los doctores Mir y Vilarrubias y me lo arreglaron. Ahí sigo llevando dos placas y ocho tornillos y ni un problema».

Xavier Mir no tardó en hacerse un nombre. Después de estudiar en Barcelona y ampliar su formación en París, Australia y Estados Unidos, fue, poco a poco, convirtiéndose en ese traumatólogo al que todos piden cita. No solo las estrellas de MotoGP -de los 22 pilotos ha atendido, al menos una vez, a todos menos a Valentino Rossi y otro más-, sino también a muchos de los que trabajan en el paddock. Desde mecánicos hasta periodistas. Los recibe a todos y entre ellos gasta fama de hombre afable y cercano.

Él ya era motero antes de circular entre los boxes. Pero hace años, coincidiendo con el nacimiento del primero de sus dos hijos, se estampó con su BMW. Se rompió dos costillas y se hizo una lesión en el codo. Convaleciente, pensó en qué necesidad tenía él, padre, marido y prestigioso cirujano, de ir jugándosela por ahí. Entonces aparcó la moto.

Si la muerte de su padre cambió su historia, otra tragedia volvió a modificar su biografía. El accidente que le costó la vida a Marco Simoncelli azuzó las conciencias de IRTA (International Road-Racing Teams Association) y Dorna, organizadora de MotoGP, y un año después, en 2012, incorporaron la unidad de asistencia inmediata. Es un equipo formado por los traumatólogos Xavier Mir, Ángel Charte y Enric Cáceres, unos primeros auxilios pata negra.

Su función es mejorar la atención a los pilotos cuando sufren un accidente: asistencia en la propia pista -están preparados, incluso, para operar sobre el asfalto si fuera necesario-, desarrollo de un protocolo de emergencia y la elaboración de un completo banco de datos de cada motociclista: tipo de sangre, alergias, fracturas...

La seguridad, pese a que en 2015, por ejemplo, se contabilizaron cerca de mil caídas, ha mejorado notablemente, pero nunca es suficiente y Mir entristece el tono de voz para recordar que hay casos, como la muerte de Luis Salom tras un fatídico accidente en Montmeló, donde poco o nada pueden hacer.

Vacaciones en el Danubio

El primero en marchar después de cada Gran Premio es el doctor Mir. No se espera al lunes. Busca la primera conexión con Barcelona que haya el domingo por la noche y regresa pitando. Al día siguiente ya está trabajando, y hasta operando en el Hospital Universitario Dexeus. Esta vida de locos la sufre también su mujer, aunque ambos intentan compaginarlo lo mejor posible y siempre que pueden viajan juntos. Ahora ya está pensando en uno especialmente largo que le llevará a Japón, Australia y Malasia. Antes, el jueves de la semana que viene, volverá a operar a Bruno Hortelano. No hay tregua en su agenda.

Las vacaciones, eso sí, son sagradas. Xavier Mir y su mujer las sincronizan con el parón que hay en MotoGP durante el verano. El matrimonio aprovechó este año para escaparse a Austria a navegar por el Danubio. «Es precioso, pero no es azul», bromea.

El artista de las extremidades superiores está obsesionado con las manos y cuando está dialogando con alguien la mirada se le escapa hacia los dedos. «Sí que me fijo. Dicen mucho. Por unas manos puedes empezar a saber algo de otra persona».

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