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Ibrahima y la presidenta del Amorebieta, Eugenia Etxebarria.
El polizón que pasó por Lezama

El polizón que pasó por Lezama

Irahima Dieng, que llegó a España procedente de Senegal, quiere ser futbolista profesional para ayudar a su familia. Probó con el Athletic, juega en el Amorebieta y está muy cerca de saltar al filial del Eibar

Javier Ortiz de Lazcano

Domingo, 26 de marzo 2017, 17:56

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El senegalés Ibrahima Dieng (20 años) subió a escondidas a aquel barco que transportaba contenedores y ya no hubo vuelta atrás. El joven polizón es hoy un jugador a punto de saltar al fútbol profesional. «Mi familia me dice que haga cosas buenas para que ellos estén orgullosos de mí. Quiero ser profesional y ganar dinero para ayudarles». Su padre murió cuando él no había llegado al año de vida y su madre sacó adelante a sus ocho hijos como vendedora de comestibles. «Todos viven allí. Unos venden cosas, otros estudian...»

Juega en el Amorebieta y las tres próximas campañas estará vinculado al Eibar, que lo enviará a su filial, el Vitoria, líder de Tercera y que lucha por ascender a Segunda B, aunque entrenará en ocasiones con la plantilla de Primera. «Me hice polizón sin saber hacia qué puerto se dirigía el barco. Sólo sabía que venía hacia el norte, a Europa».

«Lo hice por espíritu de aventura, por curiosidad. Quería saber a dónde me llevaba la vida. Siempre he estado convencido de que las cosas me van a ir bien», prosigue. Ibrahima comienza a explicar su historia en la tienda del Amorebieta con su presidenta, Eugenia Etxebarria, como testigo. Los acontecimientos han demostrado que tenía razón, aunque no está orgulloso de ello. «Mi viaje es un mal ejemplo para los jóvenes», admite.

Creció en una realidad sombría en Thiaroye, localidad portuaria de Senegal situada en la periferia de Dakar de 103.000 habitantes. «Iba al colegio, pero no regularmente porque era complicado. El transporte no era bueno y debía ir andando. La distancia era enorme, una hora de caminata. Había días que iba hacia allí, pero ya sabes cómo son los niños. De repente, cambiaba de planes, je, je...»

La playa de su ciudad fue testigo de sus primeras carreras tras el balón. Su juego impactó a los ojeadores del Diambars, un club con un título de Liga y que tiene una escuela de fútbol vinculada a la UNESCO. De allí salieron Souaré (Crystal Palace) y Gueye (Everton). «Llegar y volver hasta las instalaciones del club me habría llevado cerca de tres horas diarias». Renunció.

Escondido en el servicio

El puerto era el epicentro de su vida. «Crecí allí. Cuando nos hartábamos de practicar fútbol en la playa, íbamos allí a jugar al escondite. Nos conocíamos todas las esquinas y a todos los trabajadores. Teníamos todo controlado. Había días que ayudábamos a descargar a cambio de dinero o de ropa de los contenedores».

Y un día de febrero de hace cuatro años, con 16, se embarca en busca de una nueva vida en un carguero que transporta contenedores. Lo hace sin ningún plan. «No lo había programado. Estábamos jugando y me subí a un barco».

Quiere llegar a Europa, la tierra de las oportunidades. «Si me sale mal, me habrían mandado de regreso. Nada más me habría sucedido. Bueno, eso y una bronca de mi madre, que aún me la echa cuando hablamos», se ríe con su franca sonrisa.

La nave zarpa con Ibrahima escondido en uno de sus baños. Sabe que el sigilo durante las primeras horas es clave para el éxito de su aventura. «Me descubre un marinero a las tres o cuatro horas. Perfecto. No van a volver atrás por un chico polizón. Al senegalés que me descubrió le dije que sólo había subido al barco para ir al baño, je, je».

La nave atraca cuatro días después en Tenerife. Ibrahima se hace con el cariño de la tripulación, compuesta en su mayoría por senegaleses y españoles. El polizón se gana su sustento. «Me hicieron fregar y cortar cebollas, je, je, aunque la verdad es que todos los marineros me querían».

En Canarias ingresa en un centro de acogida. Dura poco. Una semana. Comunica a su madre dónde se encuentra y, tras echarle un broncazo de campeonato, ésta se pone en contacto con una amiga suya que vive en Indautxu y que está casada con un profesor de alemán. Le intentan llevar a su casa, pero no pueden. Al menos logran que el Gobierno vasco le dé cobijo en su Centro de Primera Acogida de Amorebieta.

Allí está dos años. «Estoy muy agradecido a su personal. Me enseñaron mucho», lanza nada más recordar aquella etapa. Los fines de semana se iba al campo de Txolon a ver partidos. «Me daba igual que jugarán infantiles o seniors. Veía todo».

Sin poder jugar

Contacta con José Félix Gallastegi, entrenador del juvenil del Amorebieta, a quien relata su historia. Le ofrece una prueba y le ficha. Sin embargo, su esfuerzo no vale de nada. La Federación Española exige a los extranjeros menores de edad que presenten el contrato de trabajo de sus padres en el país, algo que obviamente no puede aportar. Pese a las gestiones de su club, estuvo sin jugar hasta los 18 años. Su moral no se vino abajo. «Entrenaba y les veía todos los partidos».

El club le apoya. Ve talento en este muchacho de 1,91 centímetros. Le firma un contrato de dos años y le ayuda a encontrar un piso en el que hoy vive con dos compañeros, el inglés Alec Fiddes y el portero cántabro Jorge Mediavilla.

Con ganas de integrarse, acude a recibir clases de cocina en el barrio bilbaíno de San Francisco con la asociación de ayuda a inmigrantes Etorkinekin bat. «La comida africana la controlo. Ahora quiero aprender la vasca».

«Nos solidarizamos con su situación y le ayudamos para que se afincara aquí. Le buscamos piso, hacemos trámites para que se quede y solicite las ayudas que da el Ayuntamiento», explica la presidenta, Eugenia Etxebarria.

La campaña 2016-17 es la primera como jugador en España. Forma parte del juvenil del Amorebieta, en el que firma 13 goles, el último de ellos el de la salvación.

Aitor Larrazabal le recluta para la pretemporada del primer equipo. «La idea era cederme», pero deslumbra. Cuatro goles en seis partidos. Se queda en la plantilla de Segunda B con la que ha firmado 25 encuentros y tres goles.

Llama la atención. El Athletic le cita a una prueba a principios de febrero. «Me dijeron los técnicos que al día siguiente debía ir a Lezama. Me hizo muchísima ilusión. Fuímos futbolistas de distintos equipos y jugamos un partido contra el Bilbao Athletic». No hay duda de que entra en la filosofía rojiblanca. Es un jugador formado en un club vasco.

Aparece el Eibar

El Eibar le llama al poco. El Amorebieta comunica al Athletic la circunstancia. «Los técnicos de Lezama nos indican que no les interesa», explica la presidenta. Vía libre para los azulgrana. «Su agente nos ha dicho que tienen negociaciones muy avanzadas con ese club», añade.

Ibrahima volvió por primera vez a su país el pasado verano. Llevó equipaciones del Amorebieta que dio a algunos niños de su ciudad. «He fundado un pequeño club. Tenemos un entrenador voluntario. Les llevé las camisetas de nuestro equipo para que jueguen con ellas».

Quiere romper los perjuicios que persiguen a los inmigrantes. «Si estoy aquí es gracias al club. Quiero ser profesional para ayudar a mi familia. Mi viaje lo hemos hecho muchos. Me ven a mí porque juego a fútbol, pero hay millones en mi caso. He venido de polizón, pero no somos como nos ven algunos, como inútiles que no aportamos. Si nos dan la oportunidad, podemos dar algo a esta sociedad. Venimos a sumar, no a restar», concluye.

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