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Gary Neville, entrenador del Valencia, en rueda de prensa con el escudo al fondo.
Disparates valencianos
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Disparates valencianos

Mestalla hace lo fácil: cargar contra los jugadores. Habrá que ver cuándo lo hace contra el señor Lim y critica decisiones inexplicables como fichar a Gary Neville

Jon Agiriano

Sábado, 6 de febrero 2016, 01:07

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El Valencia vuelve a ser un polvorín y, aunque esto sea algo estacional, un ciclo climático como podrían serlo en el sur de Asia los monzones, siempre llama la atención. Es inevitable sentir curiosidad por las explosiones inminentes y en el club ché se avecina una de las buenas; otra más en una ciudad tan aficionada a las tracas. Esta vez, sin embargo, se advierten algunas diferencias respecto a estallidos anteriores. La principal es que el foco de la ira se ha concentrado básicamente en los jugadores, que llevan una semana de pasión tras la derrota ante el Sporting en casa y el sacrificio humano al que fueron sometidos el miércoles en el Camp Nou. Los que por ahora han salido bastante indemnes son los dirigentes del club, con el multimillonario Peter Lim a la cabeza, y en cierto modo también el entrenador, Gary Neville, al que sólo después del 7-0 contra el Barça se le ha empezado a sacudir.

Esto es algo extraordinario. Uno no recuerda que, en un momento de grave crisis deportiva, con la afición valencianista humillada, pisando a diario los cascotes de todas sus esperanzas perdidas, los tiros hayan esquivado durante tanto tiempo al palco e incluso al banquillo. ¿A qué se debe esta singularidad? Sinceramente, creo que entre los hinchas del Valencia, aunque por supuesto nunca vayan a reconocerlo, existe un cierto complejo de culpa que no han tenido otras veces, y que les hace actuar de manera diferente.

Me explico. Quiero decir que ellos saben que fueron los primeros en recibir a mister Lim con más alegría y festejos que los vecinos de Villar del Río a los americanos. Saben que le encumbraron como la gran solución a sus problemas, como el mesías multimillonario que les haría grandes. Que ese señor fuera de Singapur y sólo viniera a hacer negocios, o que al llegar a su ciudad no hubiera oído hablar nunca de la paella, de las naranjas o de Kempes y Claramunt ¬esto me lo acabo de inventar pero no dirán que no es verosímil, no tenía mayor importancia. Lo importante era la chequera. Y seguía siendo lo importante cuando el club decidió fichar a Gary Neville como nuevo entrenador en sustitución de Nuno Espíritu Santo. De ahí, quizá, que fueran tan pocos los que se atrevieran a criticar en su día esa contratación disparatada.

Que conste que no digo esto por el 7-0 del otro día o porque los Neville no hayan sido santos de mi devoción como futbolistas. Gary y Phil formaron una voluntariosa pareja de laterales cuya internacionalidad con Inglaterra siempre me pareció un síntoma inequívoco del nivel que tenía el fútbol inglés entre finales del siglo XX y comienzos del XXI. «Si los Neville juegan con Inglaterra, nosotros también podemos», les cantaban a los dos hermanos en los campos de la Premier los hinchas rivales del United. Todavía recuerdo un artículo de John Carlin, durante la Eurocopa 2000, en vísperas de un Inglaterra-Portugal. «Los Neville, la mejor arma lusa», se titulaba. El texto era básicamente un grito de alarma ante la sangría que podría realizar Luis Figo en cualquiera de las dos bandas. Y menos mal que entonces no había aparecido todavía Cristiano Ronaldo porque, de lo contrario, sospecho que Carlin hubiera pedido la incomparecencia de Inglaterra.

No. Que como futbolista Gary Neville me pareciera de lo más normalucho no significa que no pudiera ser un excelente entrenador. ¡El gran problema es que no sabemos si llegará a serlo algún día porque todavía no lo ha sido! ¡Nunca ha dirigido a un equipo! Tras ejercer como comentarista de televisión al retirarse del fútbol, su única experiencia como técnico fue ser segundo de Roy Hodgson durante dos años en la selección de Inglaterra. Por cierto, un país en el que todos los grandes clubes tienen técnicos extranjeros porque los suyos, los locales, están en su mayoría más pasados que el chotis. Volvamos a John Carlin. «La reciente decisión del Valencia de nombrar a Gary Neville como entrenador fue tan curiosa como si, en el año 1974, David Bowie hubiese invitado a la persona que componía las canciones de Julio Iglesias a crear su nuevo repertorio», escribía hace dos semanas en El País.

No hay forma de explicarlo, la verdad. Parece mentira que con el background de Neville y la grave desventaja añadida de no hablar castellano a alguien se le ocurra que debe estrenarse en un banquillo como el del Valencia, capaz de carbonizar en dos partidos al técnico más bragado. Aquí está el disparate de unos dirigentes ineptos cuyas decisiones la afición valencianista aceptó sin rechistar. Hay que ver, por ejemplo, lo bien que acogió a Neville, que ciertamente siempre ha sido un tío muy simpático, aunque sospecho que su sentido del humor va a quedar clausurado durante una buena temporada. Esto es lo que ahora impide a los valencianistas centrar sus críticas en el señor Lim, responsable de la contratación de un entrenador inexperto eso sí, era amigo suyo y tenían juntos negocios en Inglaterra que cogió al equipo a 5 puntos de la Champions y ahora lo tiene a 19, que todavía no conoce la victoria en la Liga (3 derrotas y 5 empates), y que el miércoles les hizo pasar uno de los mayores bochornos de su historia.

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