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Chris Froome se ha acostumbrado a llevar el maillot de oro.
Froome pone el champán a enfriar
tour de francia 2016

Froome pone el champán a enfriar

Ratifica en la cronoescalada su absoluto dominio y condena a los demás a luchar por la segunda plaza

J. Gómez Peña

Jueves, 21 de julio 2016, 19:38

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Las viejas fotografías de Bernard Hinault están retocadas. En todas le han quitado aquel cuchillo entre los dientes con el que corría. En las imágenes queda, eso sí, el gesto del bretón, los dientes apretados. La rabia. La fuerza. El poder. Nadie ha olvidado aquí en Sallanches, salida de la cronoescalada que ratificó el liderato de Froome y el declive de Quintana, aquel Mundial de final del verano de 1980. Hinault venía de retirarse en el Tour, de estar enfermo. Más bilis acumulada aún. Sallanches era su lugar. Su oro. Aquel sube y baja por la cota de Domancy le resucitó. La mañana de ese campeonato del mundo se sentó en la mesa del desayuno y, cara seria, ya con el cuchillo entre los dientes, ordenó: «Poned el champán a enfriar. Esta tarde seré campeón del mundo». Nadie lo dudó. En Sallanches aún resuena el sonido del cambio de piñones de Hinault en las rampas de Domancy. Clack. Un diente menos. Más fuerza. Clack. Otro. Aún más dolor. Nadie lo soportó. Hinault no pedaleaba, mordía su cuchillo aunque en las fotos no se vea. En Sallanches también Chris Froome puso a enfriar el champán con el que descorchará el domingo su tercer Tour.

La cronoescalada -17 kilómetros- entre Sallanches y Megeve remachó la victoria del británico. El trazado tenía de todo. Resumía el Tour: un tramo llano, un puerto y un descenso curveado al final. Ideal para Froome, que ha atacado en este Tour en una etapa de viento y abanicos, que ha sorprendido cuesta abajo y que no tiene rival cuesta arriba. La crono, simplemente, le dio a razón. No tiene rival en ningún terreno. Seguro, sereno, batió a Dumoulin por 21 segundos y distanció a todos los que ya luchan por acompañarle en el podio: Aru, el más animoso, cedió 33 segundos, como Porte, que parece ir a más. Bardet, la esperanza francesa, mantuvo su candidatura y sólo perdió 42 segundos. Purito Rodríguez, revitalizado, se dejó 1 minuto y 5 segundos, tres menos que Meintjes.

Al Movistar le fue peor: Quintana, a 1.10 de Froome, no se encuentra. No se reconoce. «Me está pasando algo. El cuerpo no me responde. Mis piernas no oxigenan. Puede ser una alergia», sospecha. Alergia a Froome, que le sienta mal, que le ganó en 2013, 2015 y, si no media una desgracia o una enfermedad, también ahora. Valverde, a 1.18, ya no piensa en Francia. «Mi objetivo es otro». Los Juegos de Río de Janeiro. El Tour se lo ha quedado Froome. Abruma en la general con casi cuatro minutos sobre el fundido Mollema -el holandés está a 3.52-. Yates sigue en plaza de podio a 4.16. «¿Dónde hay que firmar para terminar así el Tour», dice el mejor joven de la ronda. Y detrás vienen los que ya solo lucharán por esas medallas de plata y el bronce: Quintana (a 4.37), Bardet (4.57), Porte (5.00), Aru (6.08)... Y quizá Purito, a 8.11, si encuentra la llave de la fuga buena.

El parte meteorológico amenaza con tormentas en las dos etapas alpinas que faltan. Las nubes, cierto, rasean la cumbre del Mont Blanc. Otean y avisan. Parece que va a llover. A eso es a lo único que teme Froome. A un patinazo y a un brusco cambio de temperatura. «Ahora lo que tengo que hacer es conservar la salud», repite. Ya nadie puede ganarle; sólo él puede perder el Tour. Lo saben todos.

Y que la cronoescalada era suya se supo en la rampa de salida. Era más un pasarela. Moda tecnológica. Como el trazado era variable, inconstante, los biomecánicos sudaban. ¿Qué material elegir? Hubo de todo. Bardet salió con una bicicleta normal y manillar de triatleta. Aseguró. Purito fue el único que cambió de montura antes del inicio de la subida. Arriesgó. Quintana, a medio camino, usó una cabra de contrarreloj sin la pesada rueda lenticular. Imitó a Dumoulin. En esa pasarela hubo que esperar hasta el final, a Froome, para comprobar que nadie se había atrevido con unos tacones tan altos para el desfile. El líder apareció con la bicicleta que utiliza en las crono planas. Con lenticular trasera y ruedas de bastones delante. Con ella, Froome convirtió la cota de Domancy, la de Hinault, es un llano. Así rodó.

Así lo contó: «Al ver el circuito pensé en llevar una bicicleta normal. Pero en el equipo me convencieron de que era mejor salir con todo. Este triunfo también es de ellos. En el Sky, los detalles son el camino al éxito». Froome también eligió un ritmo distinto al de sus rivales. Rentabilizó la ventaja de salir el último y rodar sobre los errores de sus adversarios. «He visto que todos partían a tope. Yo no. He esperado a darlo todo en los dos últimos kilómetros de la subida». Metido en su buzo de compresión por el que patina el aire, Froome, puro pellejo amarillo, volvió a poner contra la pared a su escasa oposición. Pasó la escoba sobre todas las referencias de tiempo y las barrió. Fuera. Está solo en el Tour.

A los otros sólo les queda mirar al cielo. Entonar la danza de la lluvia. Eso hace Quintana, rostro precolombino que anda cruzado en este Tour que vino a ganar. «A ver si con la lluvia mejoro y me puedo mantener», confía. En el tercer Tour del todopoderoso Froome, los demás tienen dos días para pelear las dos plazas vacantes del podio. Porte, Aru y Bardet parecen más frescos. También Purito, que se crece en las terceras semanas. Mientras, Froome ha metido las burbujas en la nevera que Hinault mandó abrir aquí en Domancy.

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