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Peter Sagan, durante una etapa.
Sagan no puede con todos
tour de francia

Sagan no puede con todos

El australiano Matthews aprovecha la mayoría de su equipo en la fuga y ejecuta al eslovaco en Revel

J. Gómez Peña

Martes, 12 de julio 2016, 20:37

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Cuando al poco de salir desde Andorra el Tour dobló la cima de Envalira, techo de esta edición, la carrera se sumergió en niebla. Espesa. Caldo. Lluvia pulverizada. Gotas frías pespunteando las gafas. El Tour casi a ciegas.

Mikel Landa, escolta del líder Froome, percibió algunos colores en esa oscuridad. «He visto un maillot del Movistar y otro del BMC que se iban. Así que he decidido seguirles por si acaso», contó. El alavés se tiró de cabeza a esa nube. A oscuras. Cuando, ya abajo de Envalira, la luz descorrió el velo de niebla, lo vio todo claro: en la fuga no había nadie peligroso para Froome. Eran, simplemente, la peor compañía posible para compartir una escapada: Nibali, Gorka Izagirre, el rápido Samuel Dumoulin, el potente Boasson Hagen, el francotirador Cummings, el zorro Rui Costa, el clasicómano Van Avermaet, el todopodero Sagan y tres dorsales del Orica, el contrarrelojista Durbridge, el lanzador Impey y Matthews, el australiano que iba a ejecutar a Sagan en la meta de Revel. «Me he metido en una fuga para cubrirle las espaldas al equipo y luego resulta que iba con unos caballos tremendos», dijo Landa. Así es el Tour. Aquí se disputan hasta las migajas. Son de oro. Relucen incluso enlatadas en la niebla de Envalira.

En esta misma bruma se tiró cuesta abajo Anquetil en 1964. Loco. Suicida. Poulidor le había ahogado en la subida. Cuatro minutos de retraso en la cima. El Tour se le iba. Anquetil echó un trago de champán. Burbujas. Era supersticioso. Un mago había pronosticado su muerte. Pero prefería morir antes que perder ante Poulidor. Para cuando se terminaron la bajada y la niebla, el camicace normando ya había cazado al desgraciado Poulidor. A esa altura, más o menos, se hizo ayer la luz en este Tour. Sin niebla, todos se vieron. Pasaron revista. Era un fuga de peso. Una ristra de ganadores de clásicas y de velocistas. «Ufff -pensó Landa-. Bastante tenía con estar ahí. Me he limitado a cansarme lo menos posible». Froome, que tiene la piel en los huesos, le necesitará en los Alpes para frenar a Quintana.

Con todo, Landa se pegó a Sagan cuando el eslovaco decidió recortar dorsales de la fuga. «Le he aguantado un embestida, pero la segunda...». Se abrió. Párpados de plomo. Humo por las orejas. Landa ha subido en primera persona, en cabeza, casi todos los puertos de los Pirineos. Le pesó esa fatiga. Explotó. Con la etapa a remojo camino de Revel, a Sagan sólo le replicaron los más fuertes: Hagen, Dumoulin, Van Avermaet y los tres del Orica. Tres contra uno; contra Sagan. Y uno, a veces, es mucho. Antes de Revel había que encarar el repecho de Saint Ferreol. El Orica tenía un plan. Sacrificó a Durbridge, ex campeón del mundo sub23. Le ordenó acelerar la subida. Moto. A Impey, el Orica le encargó castigar a Sagan. Una vez. Segunda arrancada. Sagan se multiplicaba. Se colocaba en cabeza y les miraba por encima de su maillot arcoíris. Trataba de intimidarles. Hagen apostó por el descenso. Tiró de riesgo orillando un par de curvas. Sagan, pulpo, tuvo brazos de sobra para cogerle.

En una etapa que rodó a casi 45 kilómetros por hora, Sagan no soltaba el volante. Mientras unos le atizaban, otros, los más veloces -Dumoulin, Van Avermaet y, sobre todo, Matthews- afilaban sus colmillos. No son como Sagan. No tienen tanto brazos. Sólo uno: el sprint. El Orica había jugado con sangre fría. Lo fio todo a Matthews, el chico de los tatuajes, el que lleva impreso un ángel de la guarda en la espalda, el que fue segundo en el pasado Mundial precisamente detrás de Sagan. Pero en aquel campeonato, el eslovaco llegó solo a la meta. En Revel iba acompañado. «¡Qué más podía hacer!», soltó Sagan. Nada. Era él contra todos.

Matthews, también antiguo campeón del mundo sub23, era el mejor situado. Ingresó en la recta final sin el desgaste que lastraba a Sagan. Fresco. Y veloz. Parecía claro que iba a poder con el agotado Sagan, pero quedaba una duda: ¿vencería a la mala suerte que le persigue en el Tour? En la Grande Boucle su ángel tatuado no funciona. En 2014 se presentó en la salida de Leeds empapelado en vendas. Momia ciclista. Venía de tropezar en la Vuelta a Suiza. Roto, se empeñó en correr ese Tour. Y los médicos se lo prohibieron. Primer golpe bajo. El segundo, en las costillas, lo recibió en la pasada edición. Cuatro huesos rotos. Con ellos llegó a París, aunque sin opciones de victoria. Por eso ayer en Revel, al superar a Sagan y sumar su primera victoria en el Tour a las que ya tiene en la Vuelta y el Giro, soltó un grito liberador: «Pensaba que esto no iba a llegar nunca». Como Contador, que ayer supo que estará cuatro semanas de baja y que se perderá los Juegos de Río, Matthews se cayó en la primera semana de este Tour.

La mala suerte se regodeaba con él. «El Tour siempre me traía mala suerte. Estaba muy desmoralizado hasta que vino a verme mi novia a la etapa de Pau. Ella me animó», desveló. El beso. El impulso. Venga. Y con ese empujón se metió en la niebla de Envalira para llegar a Revel y, con las muletas de Impey y Durbridge, dar el salto que le faltaba. El Tour. En la meta le chilló a su mala suerte. Toma. Ya está en la lista de vencedores de etapa de esta edición. Asustan los nombres: Cavendish, Van Avermaet, Sagan, Kittel, Cummings, Froome, Dumoulin y, al fin, Matthews. En el Tour hasta los ricos pelean por estas migajas de oro.

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