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El momento en el que Ginobili tapona el tiro de Harden.
Ginobili, eterno, tapona a Houston
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Ginobili, eterno, tapona a Houston

Triunfo épico en la prórroga de unos Spurs sin el lesionado Leonard en el último tramo frente a unos sólidos Rockets

Ángel Resa

Miércoles, 10 de mayo 2017, 11:52

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Tuvo que ser un tipo que ronda los cuarenta años quien resolvió el duelo de Texas con un tapón a James Harden en la última décima de un partido febril. Nada menos que el casi siempre decisivo quinto, el que otorga el pase al ganador en el 82% de las eliminatorias. Sí, Manu Ginobili evitó con su gorro postrero una segunda prórroga (110-107) para San Antonio en el duelo estatal contra Houston. Fue la obra del argentino eterno, el escolta que añade su corazón completo a una clase excepcional y al gen ganador que distingue a los potros indómitos del país sudamericano. Un triunfo de los Rockets, que quizá se merecieron porque hasta el desfallecimiento físico de su estrella mostraron más convencimiento en lo que hacían, los hubiera adelantado en la antesala de la final del Oeste. Esa para la que Golden State aguarda desde hace días en zapatillas y batín.

Ginobili no se limitó a rubricar el épico triunfo local con esa chapa por la espalda y a traición. Lideró, incluso y por momentos, el ataque de unos Spurs dubitativos, agarrados a su impresionante ética y a la garra que los convierte en una franquicia célebre. Las armas que le quedan cuando su defensa no es la que era y la paradoja ha transformado su estilo legendario, ese baloncesto coral que descansa sobre las bases sólidas del pase de más. ¿Contrasentido? Sí, el que surge cuando un club paga la nómina al jugador más completo de la NBA (Kawhi Leonard), el hombre que suma exponencialmente atrás y multiplica adelante. San Antonio llevaba dos décadas, desde la retirada de David Robinson, sosteniendo su espléndida carrocería en la terna Parker-Ginobili-Duncan, el compromiso colectivo y los egos encerrados dentro de las taquillas. Pero, claro, alimenta a su formidable alero y no le queda otro remedio que confiar el porvenir a un chico nacido para jugar en los Spurs. De ahí que aquella sinfonía maravillosa derive ahora en las arias que entona Kawhi junto a notables voces de acompañamiento.

El argentino sentenció con su tapón el único duelo reñidísimo de la serie, que hasta entonces deparaba triunfos claros, derrotas palmarias y una profanación de cada equipo en el templo del otro. Pero no se entiende tampoco la victoria local sin el arrojo ofensivo de Danny Green en la prórroga (seis puntos consecutivos) o las aportaciones fundamentales de hombres tan enérgicos como Patty Mills y Jonathon Simmons. El actual San Antonio no anda tan sobrado como en otras campañas y necesita recurrir a todo para renovar sus votos de sufrimiento sin el lesionado Leonard desde mediados del último cuarto y el tiempo suplementario que confirmen su venerable historia. LaMarcus Aldridge, aun con su talento, no parece capaz de llenar el cráter que dejó Tim Duncan, el mejor ala-pívot de la historia. Pau Gasol avanza en su camino hacia la irrelevancia y el también interior David Lee aporta ante al aro adversario lo que cede en el propio. De ahí que buena parte del encuentro se jugase al modo que más conviene a Houston, un grupo diseñado para correr y tirar bajo la batuta soberbia de Harden. Y que, por actividad, rebasa en defensa el techo que cabía presumirle con Mike DAntoni.

Los Rockets llevan toda la temporada rindiendo a un nivel muy alto. Se vaticinaba que depararían diversión, muchos puntos y cierto recorrido en los play off. Pero no tanto. La táctica es muy sencilla: bloqueos directos en la cabecera para que Harden se despegue del defensor más pelma, compañeros abiertos a la espera de que el genio de la barba maravillosa les lleve la pelota a las esquinas, triples del fenómeno tras pasito atrás o penetraciones verticales en las que expone su perfección técnica. Bajitos tiradores (Eric Gordon), falsos ala-pívots triplistas (Trevor Ariza, Ryan Anderson) y un poste duro de pelar (Capela). Un grupo acostumbrado a lanzar más de cuarenta misiles cada noche, fiel a un libreto moderno que desprecia la pintura. Y, sobre todo, con fe en lo que propone. La misma que a punto ha estado hace unas horas de proporcionarle ventaja en el vestíbulo de la final, la que se ha cargado un jugadorazo de baloncesto (Manudona) próximo a cumplir las cuarenta velas antes de contar a los nietos sus batallas ganadas y las guerras vencidas.

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