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Los integrantes de 'Con ocho basta'.
Yo veía 'Con ocho basta'

Yo veía 'Con ocho basta'

"Quizá no recordáramos su nombre pero jamás olvidaremos a su familia. Porque también fue la nuestra. Y por eso sentimos el adiós del señor Bradford"

jon uriarte

Sábado, 27 de junio 2015, 00:16

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Batir de huevos y olor a tortilla francesa. Sonidos y aromas que llegaban tras el baño para quitar la mugre del colegio incrustada en las rodillas. Pelo húmedo y cara de fin de semana. Siempre hubo debate sobre qué día de la semana era el mejor. Viernes o sábado. El segundo es perfecto. Fiesta y víspera de fiesta. Pero el viernes... Ese quinto día olía a libertad. A la que sentías cuando sonaba la campana o el timbre y abandonabas los pupitres a la velocidad del Correcaminos. Además, la tele parecía más amable. Casi todos los programas míticos se emitían en viernes. Y entre ellos 'Con ocho basta'. Por eso al conocer esta semana la muerte de Dick Van Patten, la generación que compartimos con él familia numerosa, hemos sentido una extraña pena. De esas que interiorizamos, pese a no haber conocido al difunto. Al fin y al cabo, todos los viernes entraba en casa. Por eso forma parte indisoluble de los recuerdos. Aquellos retales del ayer que nos llevan, de golpe y sin anestesia, al año 1979.

'Con ocho basta', 'Más vale prevenir', 'el Telediario', el 'Hombre y la Tierra' y el 'Un, dos, tres'. Ese venía a ser el menú de aquella tele de los viernes que cerraban los setenta. Y el sábado 'Torrebruno', 'Marco' o 'Heidi', 'Sesión de Tarde', 'Los payasos de la Tele', 'Los Ángeles de Charlie', 'Informe Semanal' y 'Sábado Cine'. Y ya para los que gastaban más neuronas, y fumaban en pipa, estaba 'La Clave'. La tele era una, con su versión UHF, y veías lo que echaban. Por eso, no hay nadie que viviera esos años y no recuerde al patriarca de los ocho hijos americanos. Porque no eran como nosotros.

Para empezar vivían en una casa que no le hacía sombra la que han vendido la Infanta y Urdangarín. Menos cara y lujosa, vale. Pero en esa década de pisos grandes y sobrios de abuelos o pequeños y empapelados de padres,un chamizo así llamaba la atención. Por no hablar del desayuno. Como dice el gran cómico Goyo González, aquella madre tenía que levantarse a las tres de la mañana para preparar un buffet digno de un hotel de estrellas. Y encima no se enfadaba cuando el peque se iba mordiendo una tostada, sin terminar los huevos revueltos y el zumo recién exprimido. Los Bradford eran así. El padre, por cierto, era periodista. Para ser exactos columnista del periódico Sacramento Register. Su mujer, Joan, ejercía de ama de casa. Pero nada impedía que llegaran a fin de mes.

Clavadito a lo que siempre ha pasado por aquí. Donde no hay trabajos chollo, sea la década que sea. Te mueres de hambre o te mueres de sueño. Y en los setenta pasaba lo mismo. Pero Tom, que así se llamaba el padre, debía ser un columnista que ríase usted de los años de plumilla de García Márquez. O eso o nos perdimos algo. Pero nunca importó ese detalle. En cambio alucinábamos con otras diferencias. Como que los hijos pequeños compartieran habitaciones, pero los mayores tuvieran la suya. Y aún más que, cuando alguien buscaba a alguien...¡llamasen a la puerta'. Gente rara. Pudiendo entrar de golpe y pegando gritos. El colmo era ver a los padres hacerlo. -¡Nicholas Bradford, tienes siete años y deberías entender que tu hermana Sandra Sue ha tenido un mal día en el trabajo! ¡Baja a cenar ahora mismo!-.

Y nos quedábamos clavados en el sofá al descubrir cómo eran las familias americanas. Capaces, incluso, de perder a una madre en el capítulo cuatro y seguir como si nada. De hecho no nos enteramos hasta la segunda temporada de que había fallecido. También se largó David. Uno de los hermanos mayores. Lo hizo en el primer capítulo y lo sustituyeron como quien cambia de calcetines. De repente, volvimos a verlo convertido en Luke Skywalker y defendiendo la galaxia. Hubo otros que entraron y salieron. Y, de esa forma, iban pasando por la salita donde veíamos la tele. Hasta que los Bradford cerraban capítulo y sonaba la música del telediario. Hora de poner la mesa. Tiempo de cena al son de las noticias. Y entre bocado y bocado de tortilla y el quita los codos de la mesa, seguíamos dándole vueltas a las vidas de aquella gente. Por eso, aunque no recordaba su nombre, sentí el adiós del señor Bradford. Padre de una familia con la que compartimos aquellos inocentes viernes de los lejanos setenta. Si amigos, yo también veía 'Con ocho basta'.

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