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Carlos Vives durante el concierto de anoche en el BEC.

Dios bendiga a Vives

Apoteósico y exuberante el concierto que el colombiano Carlos Vives dio en el BEC ante 2.000 personas, entre ellas cientos de hermanos suramericanos. Condujo a una banda de 13 miembros en un show colorista, global y modernista, nada hortera, donde sonaron 'La bicicleta' y 'La gota fría'

Óscar Cubillo

Sábado, 1 de abril 2017, 14:20

Unas 2.000 personas el viernes en el BEC para ver a Carlos Vives (Santa Marta, 1961), el máximo representante del vallenato, quien a sus 55 años cantó, bailó y sudó un montón de camisetas que se fue cambiando sobre la marcha a lo largo de un concierto triunfal y espectacular con una veintena de piezas en dos horas y cinco minutos ¡que se hicieron cortísimas! Desde el inicio se intuyó que iba a ser un encuentro magnífico y alegre, un subidón animado por la banda, en total 13 miembros, con cuatro percusiones, dos guitarras (una muy roquera y urbanita), dos coristas que no dejaban de bailar a saltos como si estuvieran en una formación afrobeat, y una pulsión festiva general similar a la de una timba cubana.

El respetable bimilenario, muy mixto, muy latino y muy feliz, no dejó de corear ni de danzar durante esas dos horas pasaditas en las que la estrella latina ofició con sinceridad respecto a su público, señalando de verdad a espectadores de la primera fila (no como nuestro admirado Springsteen, que señala a nadie al final de un estadio en plan político demócrata), riéndose cuando se veía en las pantallas de video («soy yo», se señaló a sí mismo en una imagen que le reflejaba de espaldas en un crepúsculo), negándose a cantar 'La celosa' cuando se lo pidieron a voz en grito (pero al final hizo una parte muy divertida entonada por la gente y frenada en seco por el artista: «mañana en el periódico sacarán lo del machismo, y eso es un mito ¡la han cantado ellas!»), bailando sin parar con un pañuelo en la cabeza que le asemejaba a El Arrebato, y codeándose con sus músicos, a los que fue presentando con cariño y orgullo, un tropel de músicos venidos de los más diversos paisajes del Macondo colombiano.

Ese concierto fue un chorro de ritmos cadenciosos y de estribillos contagiosos. Cuando una canción parecía melosa, se ponía frondosa y medraba hasta lo absorbente y trocaba en espiral danzona, por ejemplo la melódica 'Ella es mi fiesta', que evolucionó hasta el Juanes más duro con banderas tricolores colombianas ondeando. No había horteradas sónicas (ningún falso teclado, todo lo que sonaba era orgánico: flautas afros, el acordeón del guajiro Egidio Cuadrado que podría fichar por Los Lobos del tex-mex, las percusiones que oscilaban entre la batucada y los ritmos del oeste africano, por ejemplo), y los insertos gráficos psicodélicos de las pantallas y los vídeos podrían servirá al guitarrista Santana.

«¡Cumbia, cumbia, Bilbao!»

Los subidones de adrenalina comunitarios se sucedían: 'La cañaguatera' (vallenato monumental original de Alfredo Gutiérrez y su Conjunto), el gran hit de Vives 'La gota fría' (original de Emiliano Zulueta, y con qué pasión lo entonó el segmento colombiano del BEC), la redonda 'Fruta fresca' (la de «que tú eres mi consentida y que lo sepa todo el mundo»; «¡cumbia, cumbia, Bilbao!», jaleó Vives, y qué fiesta se montó delante y detrás, en la terraza delantera a 68 euros la entrada y la trasera a 40 euros; ah, las gradas estaban cerradas y tapadas, pues ahí nadie podría aguantar sentado), la rapeada y grupal 'El mar de sus ojos' (con el vídeo interactivo y con el directo mejorando la versión del disco, tan reguetón), más reguetón en 'Al filo de tu amor' (su nuevo single, otra muestra modernista mejorada en directo respecto al disco)

En el ecuador cantó en plan Alejandro Fernández 'La foto de los dos' y soltó un discurso panamericano: «Ahora sí saludo oficialmente a mis hermanos colombianos. Y veo banderas de Venezuela, de Panamá ¡Y me acuerdo que soy panameño!», bromeó antes de seguir: «¿Cómo nos dicen por aquí? ¿Sudacas? Somos sudacas, sí. Yo sí lo soy. Un trabajador boliviano o peruano me representa. Ese pueblo americano que trabaja duro y noble. Ecuador, El Salvador» Y cantó 'La tierra del olvido', con más flautas andinas.

El concierto continuó por todo lo alto, con hitos como 'Nota de amor', con géiseres de humo y el rap de su escudero Dany Kano haciendo la parte de Daddy Yankee en el single (antes de empezarla preguntó si había alguien de Puerto Rico). Todo el mundo se puso a hacerlo en el acordeonista 'Bailar contigo' (con Vives engominado y trajeado en el clip que se reprodujo en la pantalla, y con un servidor regresando de la barra con dos vasos llenos y sorteando con agilidad a todos los bailarines), y el bis lo abrió soplando la armónica («no sé cómo le queda aún aire en los pulmones, pues no ha parado en todo el concierto», se sorprendió Ane) en el groove funk 'Como tú', unido a 'El rock de mi pueblo'.

Siguió con el mentado cachito de 'La celosa', y enlazó dos cimas más: el vallenato 'Carito' y la juerga de 'La fantástica' («Dios bendiga a Cartagena La Fantástica, viva el África, viva el África» ), antes del adiós repitiendo su último hit a pachas con Shakira, 'La bicicleta' (más de 120 millones de reproducciones en Spotify y más 800 millones de visitas en YouTube), que Vives cantó por segunda vez esa velada, en esta ocasión andando en una bici que tenía un micrófono en el manillar.

Pues más o menos así fue la primera cita española de la gira internacional 'La fiesta de todos', que también pasará por La Coruña, Madrid, Barcelona y Murcia. El 2 de julio de 1995, en plena fama de su gota fría ya actuó en Bilbao, y Vives ya se acordó este viernes, diciendo alguna vez que había tardado 22 años en volver. Un concierto, el número 86 que vamos este 2017, que entrará en nuestra lista de lo mejor del año (si llegamos, claro).

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