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Lennon y McCartney, durante la visita de los Beatles al palacio de Buckingham, en octubre de 1965.
Justicia para Paul

Justicia para Paul

El 'beatle', que mañana actúa en Madrid, siempre ha sido víctima de los tópicos tajantes del rock y de las comparaciones con John, el amigo mártir

Carlos Benito

Miércoles, 1 de junio 2016, 01:33

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Paul McCartney vuelve a España, para actuar mañana en el Vicente Calderón. Y, como siempre, a su lado estará el fantasma de John Lennon, esa presencia invisible pero insoslayable que le acompaña por todas partes como una sombra. Al principio, en tiempos de los Beatles, los dos amigos mantenían una fructífera tensión creativa, mezcla de colaboración y competencia, que impulsó al grupo hasta donde nadie había llegado antes. Después, tras la ruptura, reinaban la amargura, el resentimiento y, seguramente, el deseo reprimido y doloroso de volver a trabajar juntos, como si fuesen una unidad partida en dos. ¡Hasta se casaron con ocho días de diferencia! Y finalmente, con el asesinato de Lennon en 1980, la relación se desequilibró por completo y el propio McCartney fue consciente de cómo la figura de su excompañero se agigantaba a ojos del mundo: «Quedó la impresión de que John era un mártir, un JFK, y la gente empezó a decir: 'Bueno, los Beatles eran él'», comentó el verano pasado en una entrevista con 'Esquire'. Mañana, buena parte del material que interprete en Madrid llevará la firma Lennon/McCartney, esa autoría conjunta que acordaron desde el principio incluso para los temas que componían sin el otro, y que muchas veces se sigue entendiendo como si fuese el programa de una apasionante velada de boxeo.

El libro más reciente sobre McCartney, publicado con la intención de servir como biografía definitiva, refleja de algún modo esta rivalidad eterna. Lo ha escrito Philip Norman, que es también el autor del volumen canónico sobre los Beatles, 'Shout!', un tocho publicado en 1981 al que Paul solía referirse como 'Shite!' (es decir, mierda) por el trato que recibía en sus páginas. Norman llegó a declarar en su momento que Lennon, al que después dedicó un estudio de similares proporciones, representaba «tres cuartos de los Beatles». Ahora, a estas alturas de la historia, ha reculado en su parcialidad: las 864 páginas de su libro sobre McCartney tratan de desagraviar a un hombre perjudicado por los tópicos del rock, tan propensos a las dualidades tajantes, exageradas, a menudo injustas. A McCartney, en ese caprichoso juego de contrarios, le tocó ser el blandengue, el relaciones públicas, el bonachón sonriente que trataba de suavizar las aristas y amortiguar los enfrentamientos. Pocos han descrito a la pareja mejor que el ingeniero de sonido Geoff Emerick: «Paul era el diplomático, John era el agitador».

«Lennon fue siempre el más icónico porque su carácter problemático, originado en su infancia por la ausencia del padre y la muerte de la madre, perfiló la figura del rebelde que encajaba en la promesa rupturista a nivel generacional de la primera oleada del rock and roll. Era la voz discordante e impertinente en unos primeros Beatles modositos y uniformados, y con la llegada de la psicodelia y en especial de Yoko Ono se convertiría en icono seudorrevolucionario. La muerte sobredimensionó todo esto. McCartney ya nunca podrá superar esa dimensión mitológica, por la erosión implacable de las décadas y porque su arte no siempre ha estado a la altura de la leyenda del grupo que cambió el mundo», analiza el crítico Ignacio Julià, fundador de la revista 'Ruta 66'. Pero el experto también hace hincapié en que McCartney no solo cultivaba la confortable melancolía de 'Yesterday', aquel tema que escribió y grabó sin ninguna intervención de sus compañeros: «Su pasión rocanrolera valoraba tanto el descaro de Little Richard como las melodías de Buddy Holly, ahí está 'Helter Skelter' para corroborarlo, y se interesó por la vanguardia mucho antes de que el descreído Lennon conociese a Yoko Ono».

Los pelos de las piernas

La nueva biografía trata de hacer justicia a este hombre de 73 años, «adicto al trabajo y perfeccionista», huérfano de madre desde los 14 y marcado por el carácter de su padre, a quien apodaban 'Caballero' Jim por sus modales a la antigua usanza. Presenta, por ejemplo, al Paul adolescente de 16 años, sentado al piano de su casa de Liverpool para componer lo que acabaría siendo 'When I'm 64', con la loca idea de vendérsela a Frank Sinatra. O al jovencísimo Paul hambriento de fama de los comienzos de los Beatles, cuando actuaban en Alemania bien cargados de anfetaminas y tan estrechos de dinero que estuvieron a punto de dar el palo a un marinero borracho. O al Paul traumatizado por la ruptura del cuarteto, que decidió formar una banda nueva junto a su esposa Linda (los Wings) y empezar desde lo más bajo, con conciertos en universidades y locales de estudiantes, cuando podía haber reclutado a cualquier puñado de estrellas para mantener sin esfuerzo su estatus imperial. En el repaso de su vida hay sitio para esas anomalías tan propias de las biografías del rock: la madre de una de sus novias solía peinarle a Paul los pelos de las piernas -al parecer, extraordinariamente hirsutas- y, en uno de sus aniversarios con Linda, el músico recibió como regalo una cama redonda que había pertenecido a Groucho Marx, para instalarla en su cúpula de meditación.

Tampoco faltan, en fin, las historias que cuestionan la mansa bonhomía que a menudo se le atribuye. McCartney es tan controlador como ara haber impuesto una estricta lista de reglas a su primera novia, que incluso acabó teñida de rubio contra su voluntad. Su vida rústica junto a Linda en una finca escocesa, donde se convirtió en un competente esquilador y en un adelantado del vegetarianismo y la agricultura ecológica, era compatible con encargar pizzas para que se las trajesen en el Concorde desde Nueva York, instalar suelo radiante en el recinto al aire libre para los caballos o tirar de helicóptero cada vez que se le antojaba bajar a Londres. Y, por supuesto, en el recuento destaca el momento más idiota de toda su trayectoria: en 1980, cuando llegó a Japón para una gira con los Wings, los aduaneros encontraron en su equipaje casi un cuarto de kilo de marihuana. «Era demasiado buena para tirarla por el váter», ha justificado en alguna ocasión. Pasó nueve días entre rejas, con la perspectiva de una posible condena a siete años. La situación era mucho más seria que cuando le encerraron en Hamburgo, a principios de los 60, por prender fuego a un condón, pero en la cárcel japonesa Paul supo sacar partido de su proverbial autoexigencia: trataba de levantarse el primero, de ser el más rápido en limpiar su celda y de cumplir modélicamente las reglas, y además sus compañeros gozaban del privilegio de que les cantase 'Yesterday' a capela.

Su apellido no cabe

La eterna comparación con Lennon llega a extremos grotescos. Una productora ha confeccionado un vídeo en el que 550 personajes famosos eligen entre los dos 'beatles', e incluso existe un libro en el que un especialista examina las contribuciones de ambos y da como «ganador» a Lennon, con una puntuación de 84,54 frente a los 73,65 de McCartney. En diversas entrevistas, los propios excompañeros se prestaron a cuantificar con mezquina puntillosidad la aportación de cada uno a las canciones que compusieron juntos -por ejemplo, Lennon llegó a decir que era suyo «más o menos el 70%» de la letra de 'Eleanor Rigby'-, aunque la principal preocupación de McCartney se refiere a esa autoría conjunta que engloba la mayor parte de la producción de los Beatles. Argumenta que, en pantallas tan pequeñas como las de las tabletas, muchas veces no cabe la firma entera y se acaba viendo solo a Lennon: cada vez que ha cambiado el orden tradicional (que también es el alfabético), se ha topado con la reacción airada de Yoko Ono, con la que sigue manteniendo una relación de tiras y aflojas propia de un dúo cómico.

Pero, a pesar de las tensiones en lo que Yoko suele llamar «la familia Beatle», el fantasma de Lennon sigue siendo bienvenido. Hace solo tres años, McCartney explicó a la revista 'Rolling Stone' cómo suele componer una canción: «Si llego a un punto en el que no estoy seguro, se la lanzo a John a través de la habitación. Él me dice 'no puedes ir por ahí, hombre', y yo digo 'tienes razón, ¿qué tal así?', y él responde 'sí, eso es mejor'. Tenemos una conversación, yo no quiero perder eso».

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