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El volánico director Arturo Toscanini.
¿Sexo? Sí, por favor, somos músicos

¿Sexo? Sí, por favor, somos músicos

El mundo de la clásica, tanto en el ámbito de los compositores como de los intérpretes, es pródigo en coleccionistas de amantes

César Coca

Sábado, 19 de septiembre 2015, 01:35

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Cuentan que en una ocasión el director de orquesta británico Thomas Beecham se dirigió a una violonchelista durante un ensayo diciéndole: "Tiene usted entre las piernas el instrumento más sensible conocido por el hombre, y lo único que sabe hacer es rascarlo". Entre los que presenciaron la escena, hubo quien no tuvo claro a qué se refería el director, famoso por su lengua venenosa. La duda no es descabellada: en el ámbito de la música clásica, aparentemente tan espiritual, relacionado con la belleza más pura e inasible, no han escaseado los coleccionistas de amantes. Esa clase de depredadores sexuales que lo mismo se llevaban cada noche una muchacha distinta a su cama que rompían matrimonios con singular facilidad, dejando tras de sí un reguero de escándalos. Y todo ello en sociedades mucho menos permisivas -en ese asunto- que la actual. Veamos algunos casos:

Franz Joseph Haydn (1732-1809) era un estajanovista de la composición: dejó un centenar largo de sinfonías, casi 70 cuartetos para cuerda, otras tantas sonatas para piano, innumerables misas, tríos... Casado con una mujer a la que detestaba, mantuvo una relación amorosa cuando estaba ya en los cincuenta con una muchacha joven, que había contraído matrimonio poco antes. El marido de la chica miró para otro lado durante años porque eso le aseguraba un buen empleo. La aventura terminó cuando Haydn tuvo que trasladarse a Londres. Desde la capital británica, enviaba puntualmente dinero a su esposa y, según algunos biógrafos, también a la muchacha. De forma paralela, pese a que para entonces tenía la ya avanzada edad (en esa época) de 60 años, enlazó una larga serie de amantes. El compositor, que durante su juventud había tenido un éxito muy escaso con las mujeres, recuperó en la madurez el tiempo perdido.

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Niccolo Paganini (1782-1840). Su éxito no es fácil de explicar con los criterios actuales. Los retratos existentes y los testimonios de la época lo muestran como un tipo feo sin paliativos, que sudaba tanto durante los conciertos que al mover la cabeza, en plena interpretación, empapaba a los ocupantes de las primeras filas. Ello no fue óbice para que fuera formando una larga lista de amantes, entre las que se encontraban mujeres de gran relieve social, incluidas dos hermanas de Napoleón Bonaparte.

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Franz Liszt (1811-1886). Un seductor de manual. Quienes se asombran ahora con algunas locuras de los fans de los grupos musicales de hoy deberían saber lo que hacían las mujeres por Liszt a mediados del siglo XIX. Se sabe que, por ejemplo, una aristócrata de edad avanzada que asistió a uno de sus recitales en España estaba tan obsesionada con él que rescató de un cenicero la colilla de un puro que había fumado el pianista y la guardó en su corpiño. Allí seguía, en contacto con su piel, cuando la mujer murió algún tiempo después.

Liszt arrasó en ese campo desde niño. Cuando aún era un adolescente, su padre le vaticinó que las mujeres condicionarían su vida. Acertó de lleno. Fue amigo íntimo (interprétese como se desee) de George Sand; vivió una apasionada relación con Marie d'Agoult, con quien tuvo tres hijos; mantuvo durante décadas un vínculo extraño, muy sexual en algunos momentos, platónico en otros, con Carolyne zu Sayn-Wittgensteinm, una mujer casada; las aventuras con sus alumnas fueron numerosas y dos de ellas, Agnes Street-Klindworth y Olga Janina, dejaron testimonio de las mismas. Al final de su vida, tomó las órdenes menores, pero pronto volvió a la vida seglar y sus amores efímeros y sin compromiso.

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Richard Wagner (1813-1883) era yerno de Liszt. Ambos compartían su preferencia por las mujeres casadas. En sus últimos años, el autor de la Tetralogía vivió con Cósima, hija del autor de los 'Años de Peregrinaje', que anteriormente había estado casada con el director Hans von Bülow. Antes de Cósima estuvieron Mina Planer, su primera esposa, y Mathilde Wesendonck, otra mujer casada con quien vivió una larga relación. Pero hubo otras muchas cuyos nombres no han pasado a la Historia. Se sabe, por ejemplo, que Mina -treinta años de matrimonio con el genio- sufrió lo indecible por la tendencia de su marido al derroche y la extravagancia, pese a sus escasos ingresos, y por sus continuas aventuras, que no se molestaba demasiado en disimular. Solo la vejez atemperó algo su voracidad sexual, que estuvo siempre guiada por el mismo principio que rigió su vida: todas las personas que lo rodeaban y por supuesto las mujeres, estaban a su servicio de manera incondicional. Ello incluía lo mismo la corrección de sus partituras que la alcoba.

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Arturo Toscanini (1867-1957) es un símbolo del antifascismo. Pocos como él se opusieron a los regímenes de Mussolini y Hitler. Instalado en EE UU, apoyó cuanto le fue posible a los movimientos de resistencia, ayudó a los músicos que escapaban de la persecución y los campos de concentración y dirigió el estreno en América de la Sinfonía Nº 7 de Shostakovich, escrita durante el sitio de Leningrado. Pues bien, Toscanini estuvo casado durante más de medio siglo con Carla. Ella siempre supo de las continuas y muy numerosas infidelidades de su marido. Muchas de ellas están suficientemente documentadas a partir de las cartas que él dejó. En ellas se observa también que el volcánico director (son famosas sus apasionadas versiones de algunas célebres obras del repertorio sinfónico) tenía una extraordinaria facilidad para enamorarse o al menos sentirse irresistiblemente atraído por cualquier mujer guapa que pasase a su lado. Y rara vez refrenó sus impulsos.

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Arthur Rubinstein (1887-1982) se casó por primera y única vez a los 45 años. Hasta entonces había llevado una vida de soltero sin el menor problema para tener compañía cada noche en su hotel, sin importar el lugar del mundo en el que acabara de dar un concierto. Fue así hasta su muerte. Contaba García Márquez que en una ocasión se encontró en un restaurante con el 'viejo Ruby', como algunos lo llamaban, tras un concierto. Estaba cenando opíparamente, bebiendo como si no existiera un mañana y rodeado de jóvenes muy cariñosas. Nela, su esposa, asistía a ese despliegue de seducción sin inmutarse. Cuando el pianista apuraba sus últimas giras, cerca ya de los noventa años, iba siempre con Annabelle Whitestone, su secretaria. Nela estaba en casa.

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Sergei Prokofiev (1891-1953) es el único bígamo de esta lista, aunque su lista de amantes no tiene comparación posible -por lo breve- con los anteriores. El autor de 'Romeo y Julieta' tuvo una larga relación con la española Carolina Codina, que terminó en boda cuando ella quedó embarazada. Durante años, tuvieron una extraña vida de pareja, alejados durante el curso y tomando luego vacaciones por separado. Carolina, Lina como nombre artístico -era cantante-, siempre sospechó que su marido no le era fiel, pero hasta 1938 no tuvo ante sus ojos la prueba definitiva: ese año, Prokofiev inició una relación pública con Mira Mendelssohn, una joven estudiante de Literatura, con la que se casó en 1948 aprovechando que el trámite burocrático de la boda con Carolina no había sido del todo correcto. Un mes después, la española fue acusada de espionaje y enviada a un gulag. Estuvo ocho años. Solo cuando fue liberada -ya había muerto el compositor- obtuvo un certificado de matrimonio que daba derecho a recibir una pensión.

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Leonard Bernstein (1918-1990) dijo de sí mismo en una ocasión que era "la persona de más éxito después de Jesucristo". No andaba mal de ego el compositor, pianista y director estadounidense. Y sus triunfos en materia sexual no quedaban a la zaga. Durante muchos años lo ocultó, pero finalmente aceptó de manera pública su bisexualidad. Para entonces, llevaba años de matrimonio tormentoso con Felicia Montealegre, con la que tuvo tres hijos. La relación entre ambos siempre fue muy compleja, desde el momento mismo de conocerse. Luego, las escapadas de Bernstein fueron continuas: se sospecha que tuvo aventuras con numerosos músicos de sus orquestas, de ambos sexos, y que por su alcoba pasaron no pocas celebridades de su tiempo. De una de esas celebridades se sabe nombre y apellido: Marlon Brando.

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