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"No me cuido más que antes. Solo como menos pan y no abuso tanto del azúcar", confiesa Menahem Pressler.
Más incombustible que los Rolling Stones

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Lleva siete décadas en activo, a los 91 años se codea con la Filarmónica de Berlín, no necesita gafas y todavía conduce. "Soy un tipo con suerte, la tostada siempre se me ha caído con la mantequilla hacia arriba", advierte el pianista Menahem Pressler

Isabel Urrutia

Jueves, 3 de septiembre 2015, 01:48

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Dicen los médicos que Dios se ha olvidado de Menahem Pressler. "¡Y lo dicen para bien! Todavía no uso gafas y me han renovado el carné de conducir", recalca el afortunado, con un gorjeo a medio camino entre la risa y la tos. Así de risueño se mostraba el pianista -¡de 91 años!- delante de las cámaras de televisión. Diminuto, rápido y muy parlanchín, parecía un maestro Jedi. Solo le faltaba una capucha y la espada láser para pegar un triple salto mortal y dejar a los periodistas más patidifusos de lo que estaban. Todo un hito. Ocurrió el pasado mes de diciembre en Berlín y los melómanos todavía se hacen cruces. ¿Qué come? ¿Cuánto duerme? ¿Practicaba deporte? ¿Por qué no hacen un estudio de su metabolismo? ¿Y de su cerebro?

Nada es normal en este hombre. Quienes lo vimos por la televisión el pasado 31 de diciembre en el Concierto de San Silvestre -con la Orquesta Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Simon Rattle- todavía sacudimos la cabeza con incredulidad. ¿Cómo es posible? ¿De verdad se puede tocar de esa manera el Concierto para piano n.º 23 de Mozart?

Menahem Pressler es el concertista más veterano del circuito de la música clásica. Entre 1955 y 2008, formó parte del Trío Beaux Arts y en los últimos tiempos se ha dedicado a recorrer Europa como solista junto a orquestas de la talla de la Concertgebouw de Ámsterdam, la Mariinsky de San Petersburgo, y la Filarmónica de Berlín. Excelente manera de aprovechar el tiempo, una vez cumplidos los 90 años. Y para no perder contacto con la música de pequeño formato, también colabora con los chicarrones del cuarteto francés Ebène (vean el vídeo), graba discos (magníficos sus Beethoven en los sellos Bis y La Dolce Volta) y acompaña a cantantes como la soprano Heidi Grant-Murphy. Es un enamorado de las voces. Hace poco interpretó por primera vez 'Winterreise' de Schubert y se reafirmó en la idea de que "escuchar una obra es como hacer el amor por teléfono, mientras que tocarla es como hacerlo en persona". Nunca se ha aburrido, no.

Nació en la ciudad alemana de Magdeburgo, se crió en Israel y terminó radicándose en Estados Unidos. Habla alemán, hebreo e inglés. Tiene triple nacionalidad y se siente "a gusto" en cualquiera de esos tres países. Una vez más, nada es normal en este hombre. Solo le importa seguir vivo, lúcido y con fuerzas para perseguir "el pájaro azul de la felicidad, uno que solo canta dentro de nosotros, muy de cuando en cuando...". Tiene alma de poeta y una capacidad insólita para aferrarse a los buenos recuerdos. Todavía recuerda a su mejor amigo de la adolescencia, "que se hizo de las SS pero siempre me tuvo cariño".

No exagera, porque el chavalote rubio y de ojos azules se jugó el tipo en la madrugada del 10 de noviembre de 1938. No dudó en apostarse delante de la casa de los Pressler para evitar que la atacaran en la madrugada del 10 de noviembre de 1938. Más de 30.000 judíos fueron detenidos esa noche y cerca de 8.000 escaparates reducidos a añicos -entre ellos, la tienda de ropa del padre de Menahem- en un asalto antisemita que ha pasado a la Historia como la 'Noche de los cristales rotos'. Al año siguiente, el clan Pressler se plantó en Italia y huyó a Palestina. El resto de la familia (abuelos, tíos y primos) murió en campos de concentración.

"Mis primeros tiempos en Israel fueron muy duros. Tenía 16 años y no podía comer... Estaba en estado de 'shock'. Pero al final salí adelante. Lo único importante es la vida. Si has sobrevivido, tienes que luchar y crecer. Me considero un optimista nato. Y tengo razones: en mi caso, la tostada siempre ha caído con la mantequilla hacia arriba", aseguraba con una sonrisa nerviosa, antes del Concierto de San Silvestre con la Filarmónica de Berlín. Hacía apenas unos días había muerto Sara, su esposa durante más de 60 años, pero ahí estaba Pressler. Enfundado en su frac, con los bucles enmarañados en la nuca y las partituras debajo del brazo. Pase lo que pase, se olvida de la artrosis en cuanto desliza los dedos sobre el teclado. No hay dolor, ningún dolor, en cuanto se sienta delante del piano.

El famoso caldo de pollo

¿Qué decir de ese Concierto de San Silvestre que retransmitió por televisión la Filarmónica de Berlín? Pues que ni Angela Merkel, sentada en las primeras filas, estaba en condiciones de cerrar la boca. Se la veía pasmada. Sin exagerar. Más de 2.400 personas escuchaban hipnotizadas en el auditorio de la Philarmonie y otros tantos televidentes nos quedamos clavados al sofá. ¿Quién se atrevía coger los mazapanes de la mesa? Pocas veces ha sonado el Adagio del Concierto nº 23 de Mozart con tanta visión de futuro. Ligero, punzante y cargado de un veneno muy dulce. Hay un presagio romántico y fatal en ese Adagio. Solo al alcance de artistas como Pressler, tan amigo del humor negro como del caldo de pollo.

"Ya saben ustedes que el caldo de pollo cura todos los males... Pues, miren, cuentan que en un funeral, con el muerto de cuerpo presente, se oyó una voz del cielo que gritaba y gritaba: ¡Denle caldo de pollo! ¡Denle caldo de pollo!". Es uno de los muchos chistes que cuenta entre amigos y colegas. Para romper el hielo y relajar el ambiente. Sabe que los años pasan volando y más vale no amargarse.

Antes de huir de Alemania, se llamaba Max Jacob. Una vez en Tel-Aviv, se cambió el nombre de pila y optó por 'Menahem' ('El que consuela', en hebreo). En aquella época era un muchachito espigado, con debilidad por las pelirrojas. No tardó en ganar, a los 23 años, el primer premio en el Concurso Internacional de Piano Debussy de San Francisco. Un excelente trampolín para acabar debutando en el Carnegie Hall de Nueva York con la Orquesta de Filadelfia a las órdenes de Eugene Ormandy. Dos años más tarde, en 1949, se casó con Sara que era pelirroja y acabó viviendo en un hotel de la Gran Manzana. No había tiempo para buscar casa.

En aquella época estaba inmerso en la vorágine de una carrera internacional como solista. En una misma semana podía tener compromisos en París, Amsterdam, Londres y Chicago. Pero no tenía suficiente. Por eso fundó el Trío Beaux Arts con ss amigos Daniel Guilet (violín) y Bernard Greenhouse (chelo). Y de paso, se mudó a la localidad de Bloomigton, en Indiana, para dar clases en la escuela de música de la universidad. Conclusión: el pobre Menahem se olvidó de las vacaciones y de la buena comida. Al menos, durante esa etapa.

"Israel me ha olvidado"

"Cuando empecé con el Trío Beaux Arts dábamos siete conciertos a la semana a lo largo y ancho de Estados Unidos, en ciudades con más de 1.000 kilómetros de distancia entre sí... Íbamos a toda pastilla en coche. Al terminar, salíamos del auditorio y estaba todo cerrado... Nos conformábamos con una bolsa de patatas fritas de las máquinas de la calle", recuerda con orgullo en su biografía 'Menahem Pressler: Artistry in Piano Teaching'. Con ese ritmo tan bestial, no sorprende que terminaran ofreciendo más de 6.000 conciertos a lo largo de 55 años.

También dejaron constancia de su trabajo en los estudios de grabación: "Entre otras cosas, registramos en disco todos los tríos para piano, violín y chelo de Haydn, Mozart, Dvorák y Schubert". Marcaron un antes y un después. Se convirtieron en el primer trío realmente mítico del siglo XX. Abrieron brecha y todos los demás siguieron su estela.

Trío Beaux Arts original, con Menahem Pressler, Daniel Guilet (violín) y Bernard Greenhouse (chelo).

Entre 1955 y 2008, se fueron sucediendo los violinistas y chelistas en el Trío Beaux Arts pero el gran Pressler no se movió de su sitio. Fue el único que se mantuvo fijo desde el principio. Al disolverse el grupo, tomó la resolución de volar en solitario. Y muy pronto se vio en condiciones de tocar techo: debutó en enero de 2014 con la Orquesta Filarmónica de Berlín y repitió la jugada en el Concierto de San Silvestre, el pasado 31 de diciembre. Las dos veces tocó obras de Mozart: el Concierto nº 17 y el 23 respectivamente. "Ha sido el punto más alto de mi carrera. No puedo aspirar a más", reconocía a las puertas de la sala de la Philarmonie, en vísperas de Año Nuevo.

Eso sí, le queda una asignatura pendiente. ¿Cómo es posible que nunca le haya invitado la Filarmónica de Israel? Ya en 1953 el popular periodista israelí Aryeh Gelblum, del diario 'Haaretz', lanzó la pregunta al aire y nadie le dio respuesta. Hasta el día de hoy. Misterio. ¿Qué habrá dicho o hecho para ser vetado? "No sé si Dios me ha olvidado, pero lo cierto es que yo no existo para Israel", confesaba Menahem Pressler el año pasado en una entrevista a los medios de comunicación hebreos. Es algo sangrante. Si el rey David, gran arpista y diestro con la honda, se levantara de la tumba... rodarían cabezas.

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