Soldados de Barakaldo
El historiador Manuel Montero narra las vicisitudes de las tropas destacadas en Cuba y Filipinas a través de sus cartas
elena sierra
Miércoles, 20 de mayo 2015, 00:14
A veces los temas surgen de repente, rebuscando en un archivo, poniendo en orden algunas carpetas. El tiempo ya ha podido con algunos de los documentos y uno se queda con la sensación de que algo se ha perdido con el paso de los años, y tal vez por eso es más importante aún prestar atención a los que aún se dejan leer y salvarlos para posteriores lecturas. Es más o menos lo que le ocurrió al historiador Manuel Montero en el archivo de Barakaldo: se topó con unos documentos, algunos ya no eran legibles, la mayoría sin embargo seguían ofreciendo información interesante. Y no cualquiera. Nada de números y padrones, sino algo más personal. Eran las cartas que los barakaldeses que habían ido a las guerras de Cuba y Filipinas habían mandado a sus familias.
De esas cartas -que, por cierto, no se mandaban solo por gusto, sino porque eran prueba de vida y por lo tanto «requisito imprescindible para que las familias cobraran los dos reales diarios que daban las autoridades» por cada pariente soldado- nació Las guerras de Cuba y Filipinas contadas por soldados del pueblo. Cartas de Baracaldo, coeditado por el Ayuntamiento de Barakaldo y Ediciones Beta y que ayer se presentó en la localidad fabril. Y hablando de fábricas, de allí salieron los soldados. «Eran sobre todo jornaleros, mineros y obreros, había algún campesino y hasta algún peluquero», enumera Montero, «muchos de ellos llegados de niños al municipio; solo 25 de los 74 autores de las cartas que he estudiado eran nacidos en Barakaldo».
Morir con los ojos abiertos
Puede seguir con el perfil que ha obtenido de esas 130 misivas que el tiempo no ha corrompido aún y con las que ha querido «rescatar la memoria de una guerra». «La mayoría eran analfabetos, así que tenían que recurrir a un escribiente. Y se alistaron por dinero, aunque alguno habría voluntario. Solían ser primogénitos de origen modesto, eran quienes hacían entonces la guerra. Tenían que mantener a su familia». El autor ha consultado padrones y actas de defunción para seguir el rastro de estos hombres de principio a fin, pero no ha dado el paso de ponerse en contacto con los descendientes. «No es mala idea para un trabajo posterior», asegura.
Montero ha encontrado en esos papeles viejos historias de guerra y desastres, de largos viajes por barco (de un mes) para llegar a tierras extrañas en las que había... «chinos». Y en las que había, sobre todo, muerte. «Uno de ellos relata que al llegar a Manila asistió al fusilamiento de 90 personas y que el general no dejaba a los paganos cerrar los ojos en el momento del disparo», explica. «Hablan del calor, tanto en Filipinas como en Puerto Rico y Cuba. Hablan de las mujeres, de las novias que han dejado en casa, y responden a las preguntas que se nota que les han llegado a su vez por carta».
El autor ha optado por estructurar con todo eso un relato de la época, incluyendo transcripciones de las cartas pero sin ceñirse solo a ellas ni realizar una exposición demasiado académica. «Quería ver el perfil familiar, ver la guerra a través de sus ojos, describir la repatriación, que podía ser horrible, ver cómo cuentan la muerte de los compañeros». ¿Volvieron estos hombres a Barakaldo? «Algunos murieron allí, la mayoría volvieron... y unos pocos murieron al año siguiente, seguramente debido a enfermedades contraídas en Cuba y Filipinas».