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anton merikaetxebarria
Lunes, 16 de noviembre 2015, 15:17
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Es curioso comprobar cómo en sus dos últimas películas han bajado el listón creativo dos directores de prestigio como son el británico Sam Mendes (buen realizador con Skyfall y no tanto con Spectre) y ahora el canadiense Denis Villeneuve (considerable autor de Prisioneros y poco inspirado en Sicario). El submundo del narcotráfico ha sido tratado por el cine de tantas maneras, que ya pocos títulos tienen la capacidad de sorprendernos. Es el caso de esta violenta trama mafiosa, ambientada una vez más en la frontera mexicana, donde se libra una guerra sin cuartel entre cárteles de la droga y, en esta ocasión, el FBI estadounidense.
Esa frontera corrupta, ese infierno sin llamas que es Ciudad Juárez y esos crímenes brutales se nos muestran aquí de forma superficial. La acción pura y dura está resuelta con brío, sobre todo en el arranque del filme. Sin embargo, lo que viene a continuación, incluidos los personajes enigmáticos -al estilo del interpretado por el hiperactivo Benicio Del Toro-, no está a la altura de las circunstancias. Asimismo, son un tanto ambiguas las reflexiones que se hacen en torno al uso legítimo o ilegítimo de la violencia.
El director de Quebec, que no tiene un pelo de tonto, conduce la trama con la profesionalidad de un artesano de fundamento. Pero no es consciente de que los espectadores están hartos de las mismas persecuciones, los mismos golpes de efecto y los mismos personajes bestiales, incluidos los hampones macarras. El caso es que no logra atornillarnos a la butaca por culpa de situaciones vistas una y mil veces. Sea como sea, ya no nos asusta tanto la presencia física de estos narcotraficantes como el espanto de saberlos ahí, amenazando invisibles detrás de fachadas respetables. En todo caso, conviene no cerrar los ojos para no ver el mal a nuestro alrededor, porque así es como el mal puede encontrarnos sin defensa.
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