Cenicienta

Una muchacha bondadosa, inteligente y bonita, consciente de que el día que pasa sin amar es el más inútil de su vida. Personaje encarnado por Lily James como si fuera la princesa de los arrabales, enfrentada a su pérfida madrastra, interpretada con divertido histrionismo por la siempre espléndida Cate Blanchett. Pero, el color azul, según los pintores Miró, Calder o Kupka, es el color enigmático por excelencia. Este color, con poder misterioso, está muy presente en la película de Branagh, secundado por los fotogramas del camarógrafo chipriota Haris Zambarloukos, iluminador de Mamma mía!, que realzan las imágenes de Cenicienta.

Como es de ley, tampoco faltan suntuosos bailes palaciegos, hechiceras hadas madrinas, calabazas mágicas convertidas en doradas carrozas, deslumbrantes zapatitos de cristal y esa gracia especial transfigurada por un cineasta de talento. Porque estamos ante una fábula encantadora, filmada con un humor castizo y una delicada ternura, capaz de superar con salero el implacable paso del tiempo. Un cuento, en suma, que invita a soñar despierto, al tiempo que inculca al espectador la urgente necesidad de cultivar la fantasía. Tengamos en cuenta que la imaginación sirve para viajar y cuesta menos.