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Darío Urzay en su estudio.
Qué hacen los artistas cuando están solos

Qué hacen los artistas cuando están solos

Sin jefes ni horarios, se crean su propia disciplina para que la inspiración les coja trabajando. Darío Urzay, Jesus Mari Lazkano, Aitor Ortiz, Pello Irazu y Txomin Badiola cuentan cómo es su vida en el estudio

Iñaki Esteban

Martes, 23 de mayo 2017, 02:26

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Si fuera por horario, la vida de los artistas no se distinguiría mucho de la del resto de los mortales. Entran entre las ocho y diez de la mañana y salen sobre las seis. Hay momentos de mucho trabajo y otros en apariencia más relajados, en los que piensan cuáles serán sus siguientes pasos. Eso sí, no tienen jefes. La disciplina se la ponen ellos y los objetivos, muy altos, también. Reformulando la célebre frase atribuida a Pablo Picasso, si la inspiración existe, a ellos les coge trabajando.

EL CORREO ha entrado en los estudios de artistas vascos con una reconocida trayectoria para que ellos mismos cuenten cómo es la vida en el laboratorio de donde salen sus creaciones.

Darío Urzay. «Aquí el tiempo pasa de otra manera»

Inventario de objetos a golpe de vista: un banco de carpintería, varias impresoras, una de color de alta gama, un impresora 3D, tubos de pintura, disolvente, resinas, una caja bastoncillos en el suelo sin abrir y al lado de unos botes con un líquido difícil de identificar, un caballete, un frigorífico con figuras de hielo, un ventilador gigante en el techo y en un altillo, un despacho con un piano eléctrico. "Soy poco pintor. Lo que me gusta es inventar", confiesa Darío Urzay (Bilbao, 1958) en su estudio de Sarriko.

Tuvo su primer espacio en un antiguo almacén de sal de Uribitarte, llegó a acoplarlo en su casa en la alameda de Mazarredo, calle en que también ocupó durante dos años el espacio de Sala Rekalde Area-2 cuando esta desapareció. Desde el estudio de Sarriko, ve su facultad, la de Bellas Artes, situada en sus inicios en este campus, en la que fue profesor durante tres años.

Lleva una década en este espacio, donde trabaja unas siete horas y hasta diez si lo necesita, cuando los materiales del cuadro están reaccionando y tiene que controlar el proceso. "Aquí pasa el tiempo de otra manera. Es algo muy solitario, y lo era más cuando no existía el móvil", que mantiene en silencio porque un exceso de conexión perjudica.

Como para muchos artistas, el ordenador es una de sus herramientas primordiales. Lo demuestra con un vídeo, en el que se ve a gran velocidad el deshielo de unas figuras que parecen unas ruinas clásicas.

Lo proyectó en su reciente exposición en el Embarcadero de Santander. "En el estudio también estudias, aprendes a manejar nuevos programas informáticos...". Y saca una de sus últimas invenciones, una varita mágica con un imán por dentro hecha para sus hijos, que consigue que una moneda se sostenga por su canto y ruede arriba y abajo.

Jesus Mari Lazkano: «Cambiarme de ropa es ya empezar a pintar»

El estudio de Jesus Mari Lazkano (Bergara, 1960) es un prodigio de orden. El caballete y los tubos de pintura, en su sitio, lo mismo que la madera a modo de paleta donde hace las mezclas de colores. Preside el espacio una obra de dos metros de alto por algo más de ocho de espacio que se titula "World Crack", una gran marina en la que las corrientes de agua convergen hacia agujeros de los que no se ve el fondo, como si fuera el desagüe del fin del mundo.

Tiene un gran ventanal orientado hacia el norte, que proporciona una luminosidad estable. "Cuando entras, da la sensación de que está más iluminado que el exterior. Siempre pinto con luz natural, hasta las tres de la tarde aproximadamente".

Antes trabajaba en una parte superior de su casa en Arteaga. Pero llegó un momento en que quiso separar las cuestiones de familia de las de trabajo y encontró una antigua carpintería en el otro lado de la ría de Gernika, en el barrio de San Bartolomé de Busturia. "Conocía al carpintero, que estaba a punto de jubilarse, así que fue una oportunidad". Como está en la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, no podía modificar las medidas del anterior edificio. Pero los arquitectos Justo Bilbao e Izaskun Gallastegi hallaron el modo de integrar el nuevo edificio en su entorno, al lado de un camino por donde antes se iba a Bermeo, y al lado de una bodega de txakoli.

"El hecho de cambiarme de ropa es ya empezar a pintar. Se trata de construir un escenario propicio para que algo pueda florecer. La constancia y la perseverancia son fundamentales. Hay un trabajo técnico, de manufactura, de detalle, pero hay también mucha labor intelectual. Me gusta dibujar en cuadernos, hacer bocetos, también copio de vez en cuando a Friedrich para que no se me olvide el valor de los maestros".

Vaciló sobre si debía traer o no su biblioteca. "Para mí es fundamental, pero los espacios se van cargando y preferí partir de cero, como si hiciese una limpieza mental".

En junio se va al Ártico noruego, invitado por una fundación estadounidense que fleta un velero para que un grupo de científicos y artistas compartan experiencias. ¿Saldrá algo de allí? "Por si acaso llevo cuadernos y sacaré fotos, vídeos, etc. Antes de poner a pintar una imagen, yo necesito haberla experimentado, así que quién sabe". Desde luego los glaciares sintonizan con la iconografía de este pintor.

Aitor Ortiz: «Está en el lugar que tanto he fotografiado»

El fotógrafo Aitor Ortiz (Bilbao, 1971) encontró el espacio que ahora ocupa en la Ribera de Deusto hace 14 años. Era un taller de coches, con las vigas de madera que ha conservado y con el espacio necesario para almacenar, atender a las personas que le visitan y para trabajar con sus potentes ordenadores. "Estaba en la ría del Nervión, paisaje que tanto he fotografiado, y cerca del barrio donde crecí, San Ignacio. Tiene que ver con la transformación de la ciudad y en cierto modo con el núcleo de mi trabajo, los procesos de representación de las arquitecturas", explica

En la entrada se ve uno de sus últimos cuadros, que tienen bastante de relieve o de escultura, con una malla metálica cuyos agujeros propician la formación de distintos efectos. "Estoy experimentando sobre la percepción y la formación de imágenes en el cerebro que no existen como tales en la realidad física".

Pello Irazu: «Es tu territorio y a partir de él creas tus relaciones»

El estudio es un lugar de activación creativa, productiva, dice Pello Irazu (Andoain, 1963). Un vistazo al suyo lo prueba. Hasta con unos pequeños espejos rotos, apoyados entre el suelo y la pared, ha creado una instalación que supone algo más que una anécdota. "Siempre he tenido un sitio que he considerado mi propio territorio. A partir de él se crean relaciones con los demás", destaca este artista que ahora expone en el Guggenheim.

Poco después de llegar a Bilbao desde Andoain para estudiar Bellas Artes, tuvo su estudio en Uribitarte, lo mismo que Urzay, Ángel Bados, Txomin Badiola, José Luis Moraza y María Luisa Fernández. Menos el primero, todos ellos integrantes de la Nueva Escultura Vasca. Después compartió espacio con Badiola en Eskurtze, la zona alta de Irala, y ahora tienen un estudio amplio de dos plantas al inicio de ese barrio.

"Los espacios de este tipo tienen peso específico, una dimensión física que se vincula con una reflexiva, contemplativa...Tienes que crear tu propia disciplina y ser muy cuidadoso con tu nivel de exigencia. Dependes de ti mismo".

En cada uno de los estudios que ha tenido ha empleado materiales diferentes, porque un espacio posibilita hacer unas cosas y no otras. Cita el que tuvo en Nueva York y su influencia en el uso del color. Allí escuchaba una música que también influía en su obra. "Electrónica, hip-hop y trip-hop: había un circuito de muy interesante alrededor de esos sonidos". Le gusta relacionar unas canciones con otras de otros músicos sin recurrir a spotify.

En las mesas del estudio reposan una gran cantidad de pequeñas esculturas, "que no maquetas", incide. "Esas escalas reales son para mí".

Txomin Badiola: «Mi trabajo ya no tiene un componente físico»

Como premisa, Txomin Badiola (Bilbao, 1957) tiene que poder llegar al estudio andando desde casa. Y el de Irala, un antiguo taller de coches, cumplía ese requerimiento. En su caso, la manera de trabajar ha cambiado mucho. "Antes tenía un componente físico y la intensidad estaba repartida por todo el espacio. Ahora está más concentrada en el ordenador", explica Badiola, que desde septiembre de 2016 hasta febrero de este año ha expuesto en el Palacio de Velázquez de Madrid, dependiente del Reina Sofía.

"Cada una de mis series es muy distinta de la anterior. Cuando acabo un proyecto tiendo a partir de cero, así que dejo el espacio casi desnudo, como está ahora, y le doy vueltas a qué será lo siguiente".

Hacia el año 2000, su estudio se parecía a un plató porque sus instalaciones incluían vídeos. Los propios materiales con los que trabaja, que varían mucho en su obra, se van organizando y deciden cómo será el resultado. "Antes llegabas al estudio, te ponías a trabajar, construías un número determinado de obras y exponías. Ahora, nada ocurre de esa manera".

Como otros artistas, y Oteiza es el ejemplo más cercano, Badiola dedica también parte de su tiempo a escribir, justo lo que está haciendo ahora. Trabaja en dos textos. Uno sobre el "malformalismo", relacionado con su propia obra ("son formas, pero malas, capaces de interferir con otras y establecer mutaciones", declaraba al hilo de una muestra en el MACBA de Barcelona), y el otro sobre arte y educación.

Considera que la lectura también es parte de su trabajo. "Eso es sagrado. Antes de venir aquí, leo siempre por lo menos una hora".

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