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Una coleccionista delante de obras que se van a subastar por Christie’s en Shanghái.
China, una superpotencia con mucho arte

China, una superpotencia con mucho arte

El coleccionismo vive un auge sin precedentes en el gigante asiático, que es ya el mayor mercado mundial

Zigor Aldama

Viernes, 19 de mayo 2017, 18:27

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Liu Bolin es un buen ejemplo de cómo se ha gestado el gran auge del mercado del arte en China. Hasta hace poco más de una década, este hombre alto al que le cuesta sonreír era un escultor del montón que a duras penas se ganaba la vida con su trabajo. «El mercado ya había comenzado a crecer, pero los coleccionistas chinos estaban en una fase esnob.Únicamente se interesaban por nombres extranjeros recuerda. El arte chino había sido reducido a propaganda, y el desconocimiento de este nuevo mundo hacía que los compradores apostasen por lo que consideraban inversiones seguras. La obra al final era lo de menos; lo que importaba era su posible revalorización».

En el extremo opuesto, desde 2003 el auge económico del gigante asiático alentó con fuerza una nueva moda en Occidente. «Había compradores extranjeros que se interesaban por el arte chino, pero sobre todo buscaban piezas fueran pinturas o esculturas con claros elementos chinos. La efigie de Mao y los motivos relacionados con la Revolución Cultural se convirtieron en iconos pop cool que proporcionaron mucho dinero a quienes los utilizaron». Liu, sin embargo, se resistió a caer en lo comercial.

Mientras tanto, artistas que antes ni siquiera podían pagar el alquiler en la zona de estudios 789 de Pekín convertida pronto en uno de los destinos de moda de la capital pasaron de la noche a la mañana a conducir coches de lujo. Al calor del interés por China, el comienzo del siglo propició el despegue de superestrellas que ahora se cuentan entre las más cotizadas del mundo: Zhang Xiaogang famoso gracias a sus hieráticos retratos de familia de la época de la Revolución Cultural, Yue Minjun especializado en pintarse a sí mismo riendo a carcajadas, Zeng Fanzhi cuya interpretación personal de La última cena se vendió por más de 20 millones de euros en 2013 y el polémico Ai Weiwei, que en 2015 fue el artista chino más cotizado en subastas con más de 4 millones de euros.

Sus propias reglas

Liu, por su parte, tuvo que sacar rédito de la desgracia. «En 2005 el Gobierno derribó mi estudio de Pekín porque consideró que el edificio no cumplía la nueva reglamentación urbanística. Y decidí protestar a mi manera: haciendo fotos de mí mismo camuflado entre las ruinas». Pintado de pies a cabeza como el fondo sobre el que posaba, se convirtió en el nuevo hombre invisible y dio comienzo a la serie que le ha hecho mundialmente famoso: Oculto en la ciudad. Utilizando la técnica de los francotiradores, sus obras han ido abriéndose al mundo y actualmente sirven para criticar todo tipo de injusticias. Liu es ya una estrella más del creciente universo artístico chino, pero no representa el pelotazo, sino la maduración del arte de vanguardia.

En cualquier caso, es evidente que el sector ha explotado como una supernova. Después de tres años de turbulencias, China volvió a liderar en 2016 el mercado mundial con ventas que rondaron los 12.000 millones de euros. Y la mayoría de los analistas cree que la tendencia se va a mantener. Así, mientras el resto del mundo desarrollado vio notablemente reducido el volumen de adquisiciones de arte y de antigüedades en subastas según datos de Artsy, en Reino Unido cayeron un 41%, en Estados Unidos un 30% y en la Europa continental un 20,9%, en el país asiático el descenso fue del 16%.

La revolución llegará con la entrada de las clases medias

  • Tanto las galerías chinas como las subastas de arte celebradas en China se benefician del estricto control de capitales que Pekín impone a las inversiones en el extranjero. Aunque no parece que las restricciones hayan tenido un impacto excesivo en las subastas celebradas el pasado invierno en Londres y Nueva York, es evidente que Pekín quiere hacer de China uno de los centros neurálgicos del arte. Christies señala otro dato que demuestra cómo el Gobierno chino va bien encaminado el 30% de los compradores del año pasado fueron nuevos clientes, un porcentaje muy superior al 5% de 2015. Y muchos de ellos fueron chinos. «Es muy relevante. Hasta ahora, el arte ha sido algo exclusivo de las élites chinas, mientras que en Europa y EEUU ha permeado a la clase media. Si eso ocurre en China, y ocurrirá en algún momento, estaremos ante una de las mayores revoluciones de la historia», dice Rebecca Wei, presidenta de Christies para el mercado asiático.

Como sucede en otros sectores, el mercado chino del arte se rige por sus propias reglas. El Gobierno restringe las operaciones de casas de subastas extranjeras mientras subvenciona a las homólogas locales, a las que también impulsa para que salgan al exterior. Así, seis de ellas se han colado ya entre las diez más poderosas del mundo. Y a nadie se le escapa que el Partido Comunista ejerce gran influencia sobre ellas. De hecho, una de las más importantes, China Guardian Auctions, es propiedad de Chen Dongsheng, que está casado con Kong Dongmei, nieta del mismísimo Mao Tsetung. «Quiero crear una Sothebys china que recree la aristocracia cultural de mi país», ha dicho Chen al diario Beijing Times. Alto y claro.

En un escenario de precios inflados por el patriotismo en lo que a la adquisición de piezas chinas en el extranjero se refiere, han irrumpido también los nuevos museos. El país contaba a finales de 2016 con 4.692 e inaugura unos 200 al año. El Gobierno quiere que para 2020 haya uno por cada 250.000 habitantes ahora hay uno por cada 290.000 y que los visiten 800 millones de personas. Es un gran salto si se tiene en cuenta que China contaba con solo 25 museos cuando Mao proclamó la República Popular en 1949. Además, el Estado invertirá unos 400 millones de euros anuales para que la mayoría sean gratuitos. Después de construir los edificios hay que llenarlos de obras, y eso supone una gran oportunidad para todo el mundo.

Cambio en el cliente

Al plan gubernamental hay que sumar los coleccionistas privados. Algunos, como Liu Yiqian, dueño del Museo Long de Shanghái, han protagonizado titulares por sus costosas adquisiciones, como la del Desnudo acostado, de Amedeo Modigliani, por el que pagó 158 millones de euros en Christies. «En mi opinión, es una excelente forma para que la población más pudiente contribuya al enriquecimiento cultural del país», afirma Cai Jingqing, presidenta de Christies en China.

Basta un paseo por el distrito 798 de Pekín o el Moganshan 50 de Shanghái para certificar que el arte chino es mucho más que cerámica antigua. En estos barrios gremiales hay galerías que ofrecen obras desde unos cientos de euros. Según datos oficiales, estos negocios ya venden por un importe mayor que las subastas. «Lo importante es correr algo de riesgo y apostar por nombres que van a tener un auge rápido», advierte Vicky Wu, de la galería shanghainesa Chronus Art Center.

Wu certifica un cambio relevante en el tipo de cliente. «En un principio eran sobre todo extranjeros. Expatriados que querían llevarse un recuerdo de China y que veían la posibilidad de que se revalorizase con el tiempo. Ahora la mayoría son chnos que tienen un buen conocimiento del mercado y que también disfrutan con las obras. No las compran para dejarlas en un almacén a la espera de que aumente su valor. Las quieren colgar en sus casas para demostrar sofisticación. Son los mismos que antes tenían copias de cuadros clásicos europeos en el salón».

Según los expertos, para afianzarse en lo más alto del arte mundial, China debe antes eliminar las barreras que ha levantado para dificultar la entrada de empresas foráneas. «Competir con los mejores eleva la calidad de todos. Abrir la puerta a galerías y casas de subastas extranjeras elevará el estándar de las chinas. Y eso es una necesidad en un sector constantemente golpeado por obras falsas o que han sido fruto de un saqueo», ha escrito Deborah M. Lehr, consejera delegada de la consultoría Basilinna, en The Diplomat.

El patriotismo hincha los precios

Algunos coleccionistas se han marcado como objetivo recuperar el patrimonio chino disperso por el mundo cueste lo que cueste

«Es importante actualizar ya la idea de que los compradores chinos no saben de arte. El coleccionismo chino tiene una larga historia. Es cierto que sufrió un hiato durante la Revolución Cultural (1966-1976) y que el arte contemporáneo ha sido desconocido hasta hace un par de décadas, pero eso no quiere decir que los chinos vayan a comprar cualquier cosa a cualquier precio», dice Cai Jingqing, presidenta de Christies en China.

Reconoce, no obstante, que existe un componente patriótico que distorsiona el mercado. «Muchos de nuestros clientes chinos sienten que su país ha sido expoliado por diferentes potencias mundiales a lo largo de la historia reciente. Por eso, cuando alcanzan un cierto estatus económico, centran su interés en adquirir ese patrimonio desperdigado por el mundo para traerlo de vuelta a casa. Es una operación llena de orgullo». Eso explica que se hayan batido récords por obras que en otras circunstancias habrían pasado desapercibidas o no habrían estado tan cotizadas. Sucedió, por ejemplo, con el bordado tradicional tibetano thangka del siglo XV que el multimillonario Liu Yiqian compró en 2014 por 44 millones de dólares.

En algunos casos, los especialistas consideran que se ha traspasado la frontera de lo razonable. Uno de los más llamativos lo protagonizó en 2010 un coleccionista anónimo que pagó 86 millones de dólares por una pieza de porcelana del siglo XVIII valorada en 1,3 millones. Un año después, la adquisición de otra vasija fue calificada por algunos de surrealista cuando el comprador pagó por ella 20.000 veces el precio sugerido: 18 millones de dólares por una pieza valorada en menos de mil. Incluso la prensa china ha pedido moderación a los coleccionistas que van de subasta en subasta por todo el mundo.

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