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Nagore Liñán restaura una escultura en madera de San Antonio Abad, probablemente del siglo XVIII, propiedad de la parroquia de Abadiño.
Las urgencias del arte

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Un Cristo sin dos dedos, lienzos apagados, documentos históricos atacados por hongos... El taller de restauración de la Diputación de Bizkaia abre por primera vez sus puertas

Luis Alfonso Gámez

Domingo, 7 de mayo 2017, 03:17

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La cabeza de Santa Ana descansa en la mesa mientras Sofía Barbier trabaja sobre el resto de la escultura de madera, del siglo XVI y procedente de Galdames. «No es la cabeza original de la talla. Esa se perdió en algún momento y le pusieron esta», indica la restauradora. La figura llegó a sus manos «en bastante mal estado», pero poco a poco vuelve a la vida. «Ya están arregladas muchas zonas donde se había caído la pintura», explica Barbier. «Esto es un retoque tuyo, ¿no?», dice Zuriñe Antoñana, también restauradora y actual jefa del Servicio de Patrimonio de la Diputación de Bizkaia, indicando una parte de la túnica. Solo el ojo experto distingue las zonas de la pieza donde ha actuado la especialista. Los añadidos tienen que ser siempre «discernibles y reversibles».

En este taller de restauración, en el quinto piso del Archivo Foral, la pericia artística y la tecnología se alían para preservar la Historia del paso del tiempo. Centrado en el patrimonio mueble y los documentos propiedad de la institución, el laboratorio se puso en marcha en 1986. Desde entonces, sus técnicos han realizado «más de mil intervenciones», calcula Antoñana, hasta hace unas semanas responsable del área de Conservación y Restauración del Servicio de Patrimonio Cultural. Cuenta como una intervención tanto la recuperación de una pequeña talla como la de un libro de cientos de páginas o la de un retablo de grandes dimensiones. «La calidad de la pieza y el grado de deterioro marcan la prioridad a la hora de la restauración».

«A finales de los 80, Sofía y yo pasamos dos años y medio en lo alto de andamios para restaurar la bóveda tallada y policromada de la iglesia de San Andrés de Ibarrangelu, del siglo XVI. Hemos recuperado también las pinturas murales de la iglesia de San Emeterio y San Celedonio de Larrabetzu, y el retablo de Santa María de Portugalete», recuerda la jefa del Servicio de Patrimonio. La pieza más grande que hay ahora en el taller de la calle María Díaz de Haro es una 'Anunciación' pintada en 1931 por el plentziarra Genaro Urrutia (1893-1965). Propiedad de la Diputación y de 167 por 202 centímetros, está cedida al Museo Diocesano de Arte Sacro y es una de las obras de una exposición que se abrirá pronto. Barbier ha levantado la pintura con la que alguien tapó el 'Ave María' en euskera que originalmente había al pie de la escena. Ya solo falta que le repongan el marco para que la pieza salga del laboratorio.

Obras contemporáneas

Varios cuadros descolgados del palacio foral aguardan a la entrada del taller para que los expertos les devuelvan el color. Junto a ellos, otros lienzos están listos para regresar a las paredes del edificio de la Gran Vía. En la habitación de la madera aislada ambientalmente del resto del laboratorio para evitar el deterioro de las piezas de ese material, Barbier y dos estudiantes de Bellas Artes de prácticas, Nagore Liñán y Carla Medel, trabajan en dos san Antonios del siglo XVIII de Abadiño y en un Cristo crucificado del XX de una parroquia bilbaína al que faltan dos dedos de una mano. Fuera, el restaurador Eusebio Corcuera se esmera, entre otras piezas, con una escultura de arte contemporáneo, un boceto de una vidriera, un par de cuadros y un plano de la escombrera de El Zarzal, en Ortuella, de 1941. «El soporte de este plano es papel vegetal. Cuando llegó estaba muy degradado por el ataque de hongos y cómo había estado almacenado. Primero lo sometí a un baño para frenar el ataque biológico y ahora estoy completando con injertos la parte del soporte que falta», explica. En cuanto rellene los huecos y la pieza se estabilice, el plano se digitalizará para futuras consultas por estudiosos.

Guardianes del patrimonio

  • El taller de restauración de la Diputación de Bizkaia cubre las necesidades de los museos dependientes de la institución foral, con una excepción. «No intervenimos piezas arquelógicas», indica Zuriñe Antoñana. Es la restauradora Laura García Boullosa quien, en el Museo de Arqueología de Bizkaia, se encarga de la conservación de esa parte del patrimonio.

  • Además, colaboran con otras instituciones que precisen sus servicios, como el Museo Diocesano de Arte Sacro. «La Iglesia tiene mucho patrimonio y sus restauradores no llegan a todo. Cuando nos avisan, visitamos el templo que corresponda para inspeccionar el artesonado, la pintura mural, el retablo o la escultura, y decidimos sobre la intervención». Si la restauración corre a cargo de terceros porque, por ejemplo, una empresa financia los trabajos, los técnicos de la institución foral controlan que todo se haga debidamente. Tienen la última palabra.

El fin del mundo de 1878

  • «Este es un atestado policial de Durango de 1878 que ha pedido para consulta un investigador y que me ha llamado mucho la atención», dice Hernández ante un documento con solo la parte superior de las hojas en mal estado. «Se titula 'Criminal de oficio sobre haber anunciado que está próximo el fin del mundo'. Habla de un profeta y una niña de 17 años que dicen que el fin del mundo está al llegar, que va haber muchos muertos y que Durango se tiene que preparar. Y la Policía los detiene para intentar restablecer el orden», explica el historiador.

Para eludir la monotonía y obtener los mejores resultados, los restauradores saltan durante la jornada de una pieza a otra, de un material a otro madera, piedra, papel..., de un proceso a otro. Aunque tanto Barbier como Corcuera, licenciados en Bellas Artes, restauran papel, el experto en ese soporte es el historiador Luis Alberto Hernández. «El pobre es el que más sufre», dice Corcuera en referencia a que su compañero interviene únicamente sobre ese material. «Yo varío también. Paso de una cosa a otra, de un cosido a un injerto. Si no, te cebas y llega un momento en el que todo te parece mal», replica el interpelado.

Libros llenos de barro

Hernández era hasta hace cuatro años el único de los cuatro restauradores de plantilla incluida Antoñana que trabajaba sobre papel. Se centraba en actuaciones pntuales, como los documentos solicitados por investigadores, que siempre tienen prioridad. «Fue entonces cuando en el Servicio de Patrimonio nos planteamos que teníamos que dar una respuesta a ese soporte porque solo en el Archivo Foral guardamos un millón y medio de documentos. La adquisición de conocimiento se hizo en un tiempo récord», afirma Andoni Iturbe, director foral de Cultura. Ahora una parte importante del laboratorio la ocupan una máquina y cubetas para tratar el papel.

La restauración de un documento «empieza con la separación de las hojas, en ocasiones en muy mal estado por haber estado guardado en situaciones increíbles. Luego sometemos cada hoja a varios baños de limpieza y para frenar los procesos ácidos. Si no, el papel se desharía. Después, todavía en húmedo, injertamos papel para completar cada hoja, las cosemos y hacemos una encuadernación si es preciso», resume Hernández. La intervención concluye con la digitalización del original. «Los investigadores cada vez van a necesitar tocar menos los documentos», augura el experto.

Cuando nació el taller, sus técnicos se enfrentaron a las consecuencias de las inundaciones de agosto de 1983. «Aquello fue una locura y, para los que tuvimos la oportunidad de vivirlo, una experiencia única. Hablamos de salas enteras con toneladas de libros llenos de barro. Ver cómo hemos recuperado todo aquello...», dice Hernández. «Todavía queda material que recuperar. Poco, pero todavía queda», dice Antoñana treinta y cuatro años después de la tragedia.

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