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Inma Barrio, David Inclán, Ricky Dávila, David del Haro y Helena Goñi.
Los nuevos caminos de la fotografía

Los nuevos caminos de la fotografía

Al Centro de Fotografía Contemporánea de Bilbao se llega desde el periodismo, Bellas Artes o la pura afición. Aquí los alumnos se revelan como autores

Teresa Abajo

Sábado, 25 de febrero 2017, 02:03

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La luz que entra a raudales en el edificio Ensanche de Bilbao invita a crear contrastes. Al visitante le deslumbra, para los alumnos del Centro de Fotografía Contemporánea (CFC) es un aliado al que hay que domesticar. Igual que tienen que lidiar con el bombardeo de imágenes al que nos sometemos a diario, desde la primera ojeada a Twitter.

«También nos invaden las palabras, pero tenemos mayor capacidad de entender el lenguaje escrito. En cambio, confundimos la inflación visual con el conocimiento verdadero. Nos faltan defensas», advierte el prestigioso fotógrafo Ricky Dávila, que lleva las riendas de este proyecto desde que abrió sus puertas en septiembre de 2013.

Lo que diferencia al CFC de los centros dedicados a la fotografía en otras ciudades es su carácter polifacético. Además de una sala donde siempre hay exposiciones, escaparate de autores locales y de trayectoria internacional, organiza charlas y proyecciones (los viernes del CFC) a las que cualquiera puede acercarse, publica una revista trimestral ('Contratiempo') y acoge una escuela privada. En cuatro años han pasado por allí medio millar de alumnos de diferentes niveles, desde los cursos más básicos y talleres de fin de semana hasta los masters y cursos anuales. Siempre con un objetivo: cultivar la propia mirada, el estilo que convierte a los fotógrafos en autores. «Dominar el instrumento que uno elige no es garantía de nada. ¿Cuánta gente sabe escribir pero no tiene nada que contar?».

Ricky Dávila sostiene que la fotografía es una gran herramienta para conocerse mejor sin caer en la «pandemia» del selfie, «una costumbre muy poco edificante». El verdadero autorretrato «exige convertirte en fiscal de ti mismo y tener el decoro de hablar de tus anhelos y tus lamentos, de tus inseguridades». Ese es el camino que han seguido una quincena de autores «muy consolidados», con enfoques personales e intransferibles, cuyo trabajo se ha reunido en el catálogo 'Cuestión de tiempo ' y en una exposición que se ha visto en Bilbao y en Cuenca.

¿Cómo se construye una mirada?

Es un anhelo que se tiene o no se tiene, no se puede impostar. Si tienes la pulsión de dar cuenta de tus emociones, tendrás que enfrentarte a esa realidad. No solo tú sino tu pareja, que te tendrá que aguantar, convivir con esos vapores personales. La cuestión de la autoría es un coñazo maravilloso.

Lo que necesitaba David de Haro era desaprender. Tras catorce años como fotógrafo de prensa, conocía todas las técnicas del oficio. Sabía disparar en el momento preciso, el problema es que había dejado de gustarle. «Tuve una crisis porque el trabajo no me llenaba», recuerda. «No había horarios ni condiciones laborales, y decidí buscarme la vida para disfrutar de la fotografía». También influyó en su decisión que iba a ser padre.

En su última etapa como periodista, ya asistía al Centro de Fotografía Contemporánea, y empezó a captar imágenes más personales cuando iba a cubrir una noticia. «Iba muy motivado». Recuerda con especial cariño una foto de una exposición en Torre Iberdrola, dos figuras imposibles de identificar ante una cristalera en tonos blancos y negros. Todo se ve «a través de un velo, una distorsión», con una textura más propia de un cuadro que casi se puede tocar. Esa fue la raíz de un trabajo que ha titulado 'Fake' «en alusión a la farsa y el engaño, determinados valores en los que nos hemos podido apoyar». Imágenes inquietantes como la de ese hombre con pajarita que probablemente sonreía antes de que le borraran la expresión de la cara con photoshop.

Ya hace dos años que cambió de trabajo, los mismos que tiene su hija. Sigue ganándose la vida con la fotografía. Montó una pequeña sociedad cooperativa de productos culturales y es el director del Festival de Fotografía de Barakaldo, Bafest, que pronto lanzará su segunda edición. También prepara un fotolibro sobre educación social y quiere emprender otros trabajos. «He abierto la mirada», dice. «Tengo una ventaja en el aspecto técnico, pero mi cabeza está programada para contarlo todo en una foto y ahora busco una fotografía más reflexiva». Siempre ha sido amante de la fotografía en blanco y negro -«mi ídolo es William Klein»- pero, aunque ha vuelto a intentarlo con el carrete, acabó desistiendo. Después de trabajar catorce años «como una moto», le cuesta volver a la técnica analógica, más pausada. «Con la cámara digital puedes hacer todo y más».

Inma Barrio siempre ha llevado una cámara de fotos en la mano, «en las excursiones del colegio, los campamentos, la universidad..». Estudió Relaciones Laborales y Delineación y trabaja en un taller de modelado de chapa. «Eso es lo que me da de comer, la fotografía me hace sentir viva». Con su primer sueldo se compró una cámara digital compacta, «una Sony de cuatro megas que era súper buena hasta que me la robaron en Londres». Luego le regalaron una Reflex «que en diciembre murió de agotamiento» y ahora se expresa con una Canon 70 D.

El primer día que acudió al CFC de Bilbao notó el click que estaba buscando. Se matriculó en un curso de historia de la fotografía, «conocía más a los autores del siglo XIX que a los vivos», y emprendió un proyecto personal que ha bautizado como 'Kàtharsis'. Crea atmósferas melancólicas, «pero con fuerza, que no te dejan indiferente». Le interesan especialmente las nubes, con sus formas «ambiguas», y las flores, «que significan muchas cosas y cuando se están marchitando son preciosas». Una de sus referencias es la pintora Georgia O'Keeffe, que al ver lo rápido que andaba la gente por las calles de Nueva York, la indiferencia que transmitían, se empeñó en conseguir «que se pararan un minuto a mirar una flor». Las pintó de gran tamaño y radiantes de color.

Inma Barrio fue seleccionada para participar en el festival Encontros da Imagem de Braga, toda una experiencia. Ya son 26 ediciones en las que los fotógrafos toman la ciudad portuguesa con exposiciones «muy cuidadas», talleres... Una noche vio su obra proyectada en un convento con música en directo, y le tocó defender su portafolio ante varios comisarios. También ha participado en exposiciones colectivas. «Ahora está saliendo todo lo que llevo dentro. Lo que llevas visto, leído...». Ella siempre ha estado rodeada de libros de arte. Dispara en digital y en color «para captar más detalles, luego lo paso a blanco y negro y trabajo el contraste, la saturación...». Fotografió a una amiga desnuda en una playa y le salió un retrato en el que muchos ven a Ofelia.

«En 2007, durante un viaje a Cuba, me enfadé conmigo mismo porque veía fotos que no sabía sacar». David Inclán trabajaba entonces en una consultoría y se apuntó a un curso de fotografía «para llegar al más alto nivel técnico». Hizo algunos trabajos y llegó a exponer de forma individual en galerías, «pero iba por un camino de abstracciones que no me llenaba. Quería romper con eso, pero no sabía lo que quería hacer». Cuando se quedó en paro pensó «si no lo intento ahora..».

En 2014 se matriculó en el CFC. «Controlaba la técnica, pero me faltaba algo básico. En términos literarios, yo venía con una caligrafía muy buena, pero no sabía leer ni escribir». Primero se empapó de cultura fotográfica, «autores clásicos y contemporáneos», y luego empezó a escribir... en japonés. Sus imágenes son como haikus visuales, delicados poemas de luz. «Siempre he sentido atracción por lo japonés, por la estética tradicional, pero aquí no dije nada. Ricky lo notó. Vio mi trabajo y me dijo ¿sabes lo que están haciendo los fotógrafos japoneses?» Conocer la obra de Yamamoto marcó un punto de inflexión. «Empezaron fuegos artificiales en mi cabeza».

Recordó un ensayo clásico que había leído en la universidad ('Elogio de la sombra' , de Tanizaki) cuando estudiaba Antropología y por ahí trazó su propio camino. Imágenes «en claves bajas», que adquieren un sentido universal aunque se reconozca un depósito de coches o la carpa del circo en el parque de Etxebarria. «No me interesa el contexto, me da igual el paisaje. Busco una segunda lectura, qué te sugiere. El paso del tiempo, la vida, la muerte, la infancia perdida...». En 'Piel de otoño' hizo series de nueve copias, cada una virada y envejecida de forma manual. Aún no ha conseguido vivir de la fotografía, pero tiene un proyecto de libro y otros trabajos en distintas fases. «Respiran por sí solos. Igual en el siguiente salen más mis fantasmas, mis miedos...».

Helena Goñi echó en falta un mayor peso de la fotografía en la carrera de Bellas Artes. El programa se centraba «en escultura, dibujo y pintura» y ella quería profundizar en un lenguaje que le interesó desde pequeña, cuando vivía en Canadá y su madre «siempre andaba con una cámara». En cualquier caso, la formación adquirida impregna su mirada y le da «más libertad para afrontar los proyectos, no me limito a un tipo de imagen ni un soporte». Utiliza la técnica (casi siempre analógica) «como herramienta para hablar de lo que me interesa», y así ha hecho un retrato de su generación.

Su proyecto personal, 'Behind blue eyes', empezó siendo «bastante introspectivo». Eran sus ojos azules los que estaban detrás de la cámara y se hizo un original autorretrato. Poco a poco fue abriendo el foco a su cuadrilla, los jóvenes con los que quedaba en Iturribide y Fika para pasar la tarde en la calle o en bares, viendo vídeos de grupos como Rammstein o Kortatu. A lo largo de tres años y medio ha retratado a una generación «que no ve oportunidades y busca crear nuevos espacios. En música, por ejemplo, hay grupos que hacen cosas muy buenas, pero me llama la atención que no termina de haber un movimiento que nos aglutine a todos» en demanda de un futuro menos precario. Por eso ha titulado 'Dime qué cerca estamos de una revuelta' la exposición que se puede contemplar en la Sala Rekalde hasta el 5 de marzo.

También ha participado en Getxoarte y ha sido la ganadora de la primera edición del Festival de Fotografía de Barakaldo. 'Behind blue eyes' le ha dado muchas alegrías, «pero no me gano la vida con ello, suelo hacer trabajos a tiempo parcial». Ahora es recepcionista en un hostel. «Trato de elegir sitios donde pueda conocer gente nueva y tener un trato directo con las personas». Su siguiente meta es viajar. «Estoy en la fase de mirar becas, residencias artísticas, o quizá conseguir visados y ver allí lo que hago».

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