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La gran atracción. La torre Eiffel, que se construyó para la Exposición, era la puerta de entrada a la msima.
El viaje inédito de Miguel de Unamuno

El viaje inédito de Miguel de Unamuno

El libro que recoge todas las anotaciones que realizó durante un periplo de mes y medio por Italia, Suiza y Francia llegará a las librerías a comienzos de febrero

César Coca

Viernes, 13 de enero 2017, 01:55

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«Yo ya comprendo lo que es París; hay que vivirlo, no basta verlo». El 20 de julio de 1889, a las diez de la noche, un joven Miguel de Unamuno anotaba en su diario las primeras impresiones de su visita a la capital de Francia. Había llegado esa misma mañana, procedente de Ginebra.

París, que en ese momento se mostraba al mundo gracias a la Exposición Universal con la que la ciudad conmemoraba el centenario de la Revolución, era la última etapa de un periplo que había comenzado el 28 de junio y habría de terminar el 15 de agosto, con salida y llegada en Bilbao. El escritor e intelectual vasco, que entonces tenía 24 años, anotó sus impresiones de aquel viaje en un diario que permanecía inédito. Hasta ahora, porque a comienzos de febrero verá la luz Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza, con edición y prólogo de Pollux Hernúñez y publicado por Oportet Editores. Territorios, el suplemento cultural de EL CORREO, publicará mañana en exclusiva las anotaciones correspondientes a los dos primeros días de su estancia en la Ciudad de la Luz.

Unamuno inició el viaje tras haberse presentado a una de las varias oposiciones que realizó en esos años. En 1888 había fracasado en su intento de obtener una plaza de profesor de euskera convocada por la Diputación vizcaína. En ese caso, había competido, entre otros, con Sabino Arana; finalmente y según parece no sin que mediara recomendación, fue concedida a Resurrección María de Azkue. En los primeros meses de 1889 preparó y se presentó a una nueva convocatoria, de nuevo sin resultado.

Tras esa prueba, este viaje fue un período de descanso que al mismo tiempo colmaba algunas de las aspiraciones viajeras del bilbaíno, que deseaba de manera muy especial conocer algunas ciudades italianas y los Alpes suizos, además de la capital francesa. El itinerario seguido por el escritor, su tío que era quien pagaba los gastos y un amigo de este no podía ser más apetecible: Barcelona, Marsella, Florencia, Roma, Nápoles, Pompeya, Roma y Florencia de nuevo, Milán, Lucerna, Ginebra, París y, ya para descansar de tal acumulación de maravillas artísticas y avances técnicos, los balnearios de Cestona y Alzola, antes de regresar a Bilbao para la celebración del día de la Virgen.

«Lo que más le gustó de todo el recorrido fue Florencia», explica Pollux Hernúñez, que ha dotado al texto de un extenso aparato de notas aclaratorias sobre aspectos del viaje y las referencias a acontecimientos de aquellos meses o bien las obras literarias o artísticas de las que habla el autor vasco. Sin embargo, pese a su admiración por el arte que contempla en Italia, la parte correspondiente a París tiene un interés especial porque la ciudad es en ese momento el centro del mundo.

La Exposición Universal que organizaba la capital francesa tuvo un efecto de atracción de viajeros verdaderamente singular. Nada menos que 32 millones de personas visitaron el recinto solo por poner la cifra en contexto, cabe aclarar que la Expo de Sevilla recibió la mitad de visitantes, en el que se pudieron observar todo tipo de prodigios. La torre Eiffel era el más llamativo y ni aún así termina de gustar al escritor vasco. «El último juguete parisino», la llama. «De lejos, ni mata ni espanta, una cosa alta; pero, al revés de lo que sucede con las cosas de cerca, es el efecto; no el tamaño, sino el intrincado laberinto de su osamenta, las redes de hierro, y sobre todo ver desde su cabeza cómo asienta sus patazas en el suelo junto a las hormiguillas que la han elevado y pueden derruirla».

Rescatado por un coleccionista

  • Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza ve la luz ahora, justo cuando los derechos sobre la obra de Unamuno han pasado a dominio público al cumplirse 80 años de la muerte de su autor. Se trata, además, de un original que estuvo desaparecido durante muchos años.

  • Lo cuenta Pollux Hernúñez «Cuando en 1967 el hijo mayor del escritor, donó todos sus documentos al Estado, se hizo un inventario y el diario de este viaje no figura en el mismo». Eso significa que ese texto se perdió en algún momento entre el fallecimiento del autor, el 31 de diciembre de 1936, y la fecha de la catalogación de los documentos. No es algo excepcional

  • De hecho, el texto ha llegado a los editores a través de un coleccionista que lo adquirió en el mercado extranjero. El original se compone de dos cuadernos el primero termina en Suiza y el segundo recoge la parte francesa y la estancia en los balnearios. Se sabe que Unamuno estuvo dudando si dar a la imprenta este diario. Su traductor al italiano le pidió la parte de aquel país para un volumen colectivo, pero solo le envió media docena de páginas. Y otras pocas hojas más vieron la luz tiempo después del viaje en un diario salmantino y en El Noticiero Bilbaíno. Hasta ahora, el resto permanecía inédito.

Unamuno contempla la ciudad desde lo alto de la torre y establece una semejanza por lo menos curiosa: «Viendo París no se me ocurría más que tenerle lástima y compararlo con Guernica vista desde Ajánguiz; en Guernica siquiera conozco las cosas». Desde la torre observa también los primeros lances de una corrida de toros, una de las varias que se celebraron en la Exposición Universal y aledaños durante aquellos meses. Para ello se habían montado cosos de madera, como explica el editor en las notas a pie de página. Uno, con capacidad para 14.000 espectadores, estuvo en la calle de la Fédération, fuera del recinto de la Exposición. Otro, en el Bois de Boulogne, tenía un aforo de 22.000 personas. Pero los toros no interesan a Unamuno en esa ocasión, y menos desde una altura semejante: «No hay cosa más ridícula y estúpida que ver aquello sin oír los gritos del escaso público».

«Horteras con su botellita»

Al día siguiente, el escritor y sus dos acompañantes visitaron la catedral de París. «Por dentro, tiene aspecto teatral, de noche será hermosa la nave central», anota. Luego, un paseo hasta la Madeleine, donde cree ver «el paganismo napoleónico, el partenoncito de siempre, una metáfora clásica que huele ya a carne fresca de muchos días». Desde allí, de nuevo a la Expo, que está abarrotada de público dado que es domingo. El espectáculo que encuentra no llamará la atención a muchos viajeros de hoy mismo: «Irrupción de horteras y gente con provisiones, su fiambre, su vasito, su botellita...»

La visita al gran acontecimiento de aquel año no fue del todo satisfactoria para Unamuno. A su juicio, poco había en ella que fera a dejar huella para la posteridad; casi nada que superara un listón un poco exigente de valor artístico y tecnológico. De ahí sus no pocas ironías con personajes y autores célebres de la literatura francesa como referencias: por sus páginas desfilan, entre otros, Émile Zola y Homais, el boticario de Madame Bovary. «Llaman la atención sus conocimientos y lecturas, impropios de alguien de solo 24 años. Unamuno parece haberlo leído ya todo o casi todo a esa edad», comenta Pollux Hernúñez.

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