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José Mari Reviriego
Viernes, 17 de noviembre 2017
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La semilla de Bilbao Ría 2000 estaba en el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) que se preparaba en 1991, aún vigente. Había una concentración de competencias de difícil gestión. El reto era coordinar la regeneración de suelos ocupados por trenes, el puerto, muelles, carreteras... Infraestructuras que pertenecían al Ayuntamiento, la Diputación y los gobiernos central y vasco. Josu Ortuondo, entonces alcalde, contactó con Josu Bergara, consejero de Obras Públicas del Gobierno vasco. Y Bergara se comunicó con Josep Borrell, al frente del antiguo MOPU. Las tres instituciones coincidieron en la necesidad de ponerse manos a la obra para sacar a la metrópoli de la decadencia. Borrell se trajo para esa misión a José Alberto Zaragoza, secretario de Estado, y Francisco Lafuente, director general de planificación de grandes ciudades. Así se inició una colaboración, ya tejida en el Ejecutivo autonómico de coalición PNV-PSE. De eso hace 25 años, los que hoy se cumplen del surgimiento de Bilbao Ría 2000.
Pero no fue todo tan fácil, recuerda Ibon Areso, director de aquel PGOU, concejal en Bilbao y alcalde tras la muerte de Iñaki Azkuna. «Lo complicado es lograr el encuentro entre diferentes instituciones públicas», explica. Eso implicaba renuncias. Por ejemplo, retirar el tren de La Naja conllevaba perder una céntrica ubicación. Al igual que Borrell, cree que Ría 2000 funcionó como «un órgano de gestión similar al que se creó para las Olimpiadas del 92».
La ciudad deja de ser gris. La ribera entre el Guggenheim y el Palacio Euskalduna convirtió los viejos tinglados portuarios y el depósito de contenedores en un suelo renovado sobre el que crecieron parques, paseos, edificios de viviendas, la biblioteca de Deusto (Rafael Moneo), el paraninfo de la UPV (Álvaro Siza), el centro de ocio Zubiarte (Robert Stern) y la Torre Iberdrola (César Pelli).
Pero hubo que convencer al propio Felipe González, presidente del Gobierno en aquel tiempo, de la necesidad de regenerar la metrópoli. Rodolfo Ares, entonces concejal del PSE en Bilbao, le subió en un helicóptero para que comprobase la degradación de la ría y de su orilla, sobre todo de la izquierda.
Ría 2000 se ha movido en dos frentes: eliminar trincheras, casi siempre ferroviarias y alguna vez ‘políticas’, y orientar Bilbao «hacia la ría». «Ese es su ADN», advierte su director, Ángel Nieva. En los últimos 25 años, la sociedad ha ejecutado una notable suma de inversiones, por un valor conjunto de 1.100 millones. La venta de parcelas, clave en su marcha económica, se producía con «facilidad». El presupuesto anual rondaba los cien millones hasta que llegó la crisis económica del año 2008, detonante de su declive como sociedad de gestión urbanística.
La vieja cicatriz. Uno de los cambios más espectaculares está en Amezola, ocupada antaño por una terminal de trenes de mercancías a cielo abierto. La grieta se cubrió con un parque, una estación soterrada para Renfe y Feve, y viviendas. La obra se prolongó por la avenida del Ferrocarril, que absorbió el tráfico ferroviario que circulaba por Uribitarte y Abandoibarra.
Ría 2000, que no había saltado a Zorrozaurre, frenó el ritmo de inversiones y se vio obligada a pedir un préstamo de 230 millones, de los que hoy apenas le quedan 57 por devolver. Sus activos está valorados en 90 millones. Aunque Fomento se inclina por descartar su participación en la operación urbanística que se desatará con la llegada soterrada del TAV a Abando, tiene tajos por delante: la quinta y última torre de Garellano, que será un edificio «singular» con el sello del arquitecto británico Richard Rogers, autor del Centro Pompidou; y los suelos de Labein en Olabeaga, preparados para un proyecto residencial. «La historia de Ría 2000 se escribe todos los días», declara Nieva.
La zona Urban. Barakaldo giró su mirada a la ría de la mano de la sociedad interinstitucional, y en los terrenos que durante décadas acogieron una intensa actividad industrial empezó a proliferar un nuevo barrio. Bloques de viviendas, parques y amplias zonas de paseo. El nuevo estadio de Lasesarre, la reconocida obra del arquitecto Eduardo Arroyo, también encontró acomodo en el Urban.
Ha pasado más bien desapercibida, pero Areso destaca una obra por encima de otras en el reto de «poner la ciudad mirando hacia la ría». Aunque «no estaban muy convencidos» al principio, Ría 2000 decidió aumentar la anchura de la acera en la avenida de las Universidades. «Movimos la ría sin alterar su capacidad. Recortamos el muelle por la Campa de los Ingleses, a la altura del Guggenheim, y ampliamos por la otra orilla. Fue increíble», relata.
Para Nieva, la obra que «desencadenó todo» fue desviar la línea de Renfe de la margen izquierda y meterla bajo tierra por la avenida del Ferrocarril, lo que permitió liberar el borde de la ría. Esa es la estrategia, aún vigente en el soterramiento de Feve en Irala tras diez años de tajo. Recuperado el suelo, se pone a la venta para la creación de edificios, casi siempre de viviendas. La arquitectura de vanguardia afloró así en Abandoibarra.
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