Una visita a la maltrecha casa de los Jiménez
Entramos en el número 1 de Camino del Arsenal, en Zorroza, donde ocho familias viven en condiciones infrahumanas en un edificio cercano al incendiado el pasado sábado y que será derribado en breve plazo
Itsaso Álvarez
Martes, 30 de mayo 2017, 02:35
Bilbao, barrio de Zorroza. Dos calles de nombre sórdido que, aparte de los carteros, pocos ciudadanos sabrían ubicar en el mapa: Callejón del Tránsito y Camino del Arsenal. Allí hay dos edificios cochambrosos de 120 años de antigüedad, uno de cinco alturas de fachada de cemento gris -que ya ha sido señalado por el Ayuntamiento-, y otro de tres pisos, pintado de rojo, que tienen los días contados y con razón. Hay una explanada a mano derecha y, antes del chaparrón que cayó a mediodía de ayer, los vecinos pasaban el rato al aire libre, en sillas desperdigadas o apoyados contra algún vehículo.
La mayoría forman parte del clan de los Jiménez, y los parientes de los unos y de los otros. Los Muza, Cortés, Suárez... No tienen demasiados reparos en mostrar sus domicilios. Por qué no van a querer enseñar cómo viven, no tienen «nada que ocultar». Una vecina se ofrece a preparar para los inesperados visitantes un bocadillo de pechuga frita con ajos. «Entrad, entrad», invitan. Ya se han acostumbrado a que los periodistas anden estos días por la zona como Pedro por su casa después de que el pasado sábado cuatro personas -una joven pareja y sus hijos de 2 y 3 años- murieran en un incendio declarado en un edificio antiguo y de madera similar al que ellos habitan.
Del primer al último piso, se camina por escaleras inmundas de madera remachadas por tramos con tablones procedentes de un somier de Flex. En una pared está escrito 'Los Jiménez'. Atravesamos puertas cerradas con candados de bicicleta y con trapos hechos nudos en lugar de cerrojos. Los suelos no crujen, crepitan como cacahuetes rotos al pisotearlos. No hay luz en los descansillos, ni ascensor, ni calefacción. La corriente entra por ventanas sin cristales. Paredes desconchadas, baños sin lavabo, cocinas con agujeros en el techo, ladrillos a la vista, enormes palanganas en lugar de bañeras. Lo que se ve no es agradable, ni para ellos ni para nadie, reconocen los vecinos. A la hora de la sobremesa, tienen por costumbre juntarse en el portal para charlar sentados en sillas. Reuniones de la comunidad para arreglar desperfectos no hacen, «total...». Es verdad que están preocupados desde el día del incendio en Barinaga 7, donde murieron cuatro personas. Pero tampoco sería justo decir que no son felices. Su vida es así y no la han inventado ellos.
El portal número 1 de Camino del Arsenal tiene la puerta rota, los buzones abiertos y una colonia de moscas. En este edificio algunos inquilinos están de alquiler, pagan 200 y 300 euros al mes. Los menos, como el matrimonio formado por Violeta Jiménez y Antonio Muza 'Biri', primos, tienen una hipoteca contratada por 30 años y abonan 400. «El piso estaba en venta y concedieron el préstamo, así que no dudamos», precisa la mujer con un bebé de nueve meses en brazos. «La madrina de la nena es la asistenta social», comenta. Violeta tiene 36 años y otros seis hijos más, dos ya casados. Su casa es de las buenas. Primer piso, 130 metros cuadrados, cinco huecos, un salón pintado de verde y de rosa un cuarto infantil. En el del niño está la lavadora. Pocos enseres, montones de ropa en algunas habitaciones, las camas hechas, muchísimas fotos familiares enmarcadas. «No tenemos nada para comer. Desde que pasó lo del incendio vivimos en Rekalde con unos familiares y tenemos la casa desatendida». Su marido Antonio dice que, si se desata un fuego, han ideado «un plan de rescate». Y muestra una endeble cuerda amarilla, muy larga, amarrada al balcón de casa. «Saltaremos por aquí agarrados a la cuerda», aventura. Su suegra Francisca presume que es de Bilbao, «yo y mis 9 hijos, mis 60 nietos y mis 40 o 50 bisnietos». También reside en el primero, en la otra mano: «Soy la que vigilo si pasa algo por la noche». Enseña un canalón de la fachada. «Por ahí me entra agua en casa cada vez que llueve».
«Mejor en una chabola»
Arriba, en el cuarto izquierda, cambia un poco la cosa. Desde el techo de la cocina de Asunción Muza y Pascual Jiménez es posible tocar la endeble estructura de madera del tejado. «Vivimos durante cinco años en aquella chabola, junto a las vías del tren, y nos sentíamos más seguros que ahora», señala Pascual desde la habitación del matrimonio, a la que se accede por una puerta hecha con unas cortinas de tela. Recibe una ayuda de 800 euros y, su mujer, sordomuda, una pensión de 350. Enumera los que conviven en casa: «Nosotros, tres hijos, una nuera y un nieto de siete meses». En la sala, una estufa que no ponen, porque «cuesta 16 euros la bombona». En una ventana, un tendedero de ropa sobre una repisa y una placa de plástico aglomerado ayuda a contener una pared que cada día amanece más escorada. En la mano de enfrente habitan «uno, dos... siete chavales jóvenes», explica Antonio Muza. «En malas condiciones, pero es un techito». Una planta más abajo, Ana González abre la puerta de su vivienda acompañada de dos de sus cuatro hijos, de 9, 11, 12 y 13 años. «Pinté, pero se caen las paredes», se excusa. «A este cuarto le llamo 'precioso'», indica. Es el que tiene un enorme socavón. Sueña con vivir «en una casa con bañera o con ducha».
«Como gitanos, nos duele en el corazón la angustia y la fatiga de las familias afectadas»
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La comisión gitana de Euskadi expresó ayer su solidaridad y condolencias con las familias afectadas por el incendio que se cobró la vida de cuatro personas en el barrio de La Landa de Zorroza. «Como gitanos y gitanas, nos duele en el corazón el sentimiento de angustia y fatiga por el que están pasando estas familias. No es momento para la palabra. Es el momento del apoyo», declaró ayer el vicepresidente de la entidad, Juan Carlos Jiménez.
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Este consejo trabaja por la promoción social y participación del pueblo gitano en el País Vasco. Jiménez, residente en San Sebastián, se desplazó ayer los hospitales vizcaínos en los que están ingresados los heridos en el incendio. En un escueto comunicado, se comprometió a «establecer vías de comunicación» con las administraciones implicadas en la búsqueda de soluciones para la comunidad de Zorroza. El vicepresidente del consejo no pudo concretar aún la fecha y el lugar de los funerales por los cuatro fallecidos -el matrimonio formado por Joaquín y Rocío, y sus dos hijos, César y Jenny-.
Jaime Suárez y Elena Jiménez, segundo izquierda, se pegaron un buen susto la noche en que se vino abajo la caja de la persiana de su habitación, recuerdan. Así se quedó. Llevan en Camino del Arsenal un año y un mes. Pagan 250 euros de renta y viven de la venta ambulante de ropa y chatarra. «No teníamos adónde ir y acabamos aquí. Hay semanas que te ves con 20 euros y hay que salir. Nos ayudamos entre los vecinos. Pides a unos o a otros. Otro día te toca a ti dar». «El techo está vencido, el suelo del pasillo inclinado... Se cayó ese balcón, con barandilla y todo, y volvimos a ponerlo», describe Jaime. Estos días la pareja está alojada en Sestao, en casa del hijo mayor de Elena.
El vecino que ocupa el piso de enfrente es David. «Vivo de okupa», dice. «Está ahí de patada», expresan en la jerga del edificio. «Pasé años durmiendo en una cajero y no quiero volver a la calle por nada del mundo. Mi padre murió y mi madre no me quiere con ella. Un amigo me ofreció este piso. Me anuncio en Wallapop para desmontar muebles y hacer pequeñas obras y voy tirando», explica.
La visita termina en el bajo, donde habitan, en una lonja, seis personas, tres niños de 6, 13 y 14 años entre ellos. «Somos los únicos del edificio que no tenemos los cables de la luz podridos ni colgando por las paredes. Un año nos otorgaron una vivienda en Durango a través del programa Bizigune, pero como no pudimos pagarla nos acabaron echando», avanza Juan Antonio Muza, que ofrece asiento en la cama ubicada junto a la cocina y frente a la lavadora. «Con el polvo que hay y el frío que entra -unas sábanas de dibujos constituyen el único cortavientos- los niños cogen muchas gripes, catarros y asma», añade Luisa Cortés, su mujer. Y luego advierte lo que todos los demás: «Duermen mal, se levantan por la noche con pesadillas, han cogido miedo a dormir aquí».