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Vecinos asomados a las ventanas. Abajo, los chavales del botellón.
Veinte años de noches en vela en Zorrozaurre

Veinte años de noches en vela en Zorrozaurre

ELCORREO pasa una velada de viernes con los vecinos, hartos de los destrozos que causan los chavales que van a la discoteca. «Aquí viene la peor calaña», reconocen los propios adolescentes que van a la sala de fiestas

Yolanda Veiga

Domingo, 2 de octubre 2016, 01:14

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Lo del botellón se ha quedado viejo. Ahora se llama «litrar» y Natalia (22 años) y Aylen (21) lo hacen escondidas entre contenedores. «Es para que no nos vea la Policía, te multan con 100 ó 200 euros». Se pasan de precavidas porque un desfile de chavales cargados con bolsas del supermercado (ron, ginebra cara, vino en tetrabrick y en botella con tapón de corcho) pasa tranquilamente por delante de los agentes, cuatro coches de la Policía Municipal que vigilan la discoteca Mao Mao Beach, en el barrio bilbaíno de Zorrozaurre. «Nunca nos han quitado los litros», asegura una cuadrilla de Santutxu, Deusto y Olabega, que ha improvisado en el maletero un bar donde suena reggeaton. Se mezcla con la música del coche de al lado pero no importa, todas las canciones parecen la misma. «Como mucho la 'Poli' dice que bebamos en el coche o que vayamos al fondo para no molestar a los vecinos».

Sí les molestan. De hecho los residentes, en torno al medio millar, llevan 20 años denunciando destrozos y ruidos en el barrio. Desde que en 1996 abriera la discoteca Columbus, hoy Mao Mao Beach, los fines de semana se repiten las escenas de retrovisores rotos, contenedores cruzados en la carretera, portales reventados, orines en las escaleras, peleas... «Hemos visto de todo, chicos repartiendo pastillas a chavalitas y preparando rayas en los bancos del parque, un tío desnudo que una noche de diciembre se puso gritar debajo de casa y nos ponía el culo en el cristal del portal...». Eso lo ha visto desde el salón de su casa Anabel Toyos, portavoz de la asociación de vecinos del barrio, 'Euskaldunako Zubia'. Vive «en un caserío de 1803» que están acabando de rehabilitar y que se asoma a una plaza donde los chavales hacen una primera parada para beber. Otra vista 'privilegiada' del botellón, la ventana de Iñaki Fernández, que habita una casa rehabilitada donde crece una buganvilla rosa. «Esconden las botellas en las macetas y usan el callejón de la casa como urinario. Gritan y parece que los tienes dentro de la habitación».

EL CORREO ha acompañado a Anabel, a Iñaki y a otros vecinos durante una de esas noches sin pegar ojo, la del viernes 23 de septiembre. Una semana antes, una vecina grabó a varios chavales atravesando contenedores en la carretera y obligando a coches y camiones a parar. «Como lo sacastéis en el periódico y es víspera de elecciones hoy seguro que el barrio está vigilado».

A la entrada de la discoteca hay cuatro patrullas de la Policía Municipal: «No está permitido consumir bebidas alcohólicas en la vía pública», le reprende un agente a dos chavales que van con katxis en la mano. Ellos miran como sorprendidos, se dan la vuelta y siguen bebiendo sin temor a represalias unos metros más allá. En un coche cinco chicas descorchan champán y, observando de reojo la conversación entre los periodistas y la Policía, espera un chaval con una bolsa bien cargada.

¿Por qué no se le requisan?

Somos proactivos, les decimos que no beban, que bajen la música, pero si lleva una bolsa no le puedes decir nada porque no está bebiendo. Y cuando les pillas dicen que no es suyo. De vez en cuando hacemos controles de alcoholemia y drogas, cumplimos con nuestro trabajo. Pero nadie quita la razón a los vecinos.

«Bolsa por si vomitan»

La Policía ha llegado antes de medianoche y a las siete y cuarto de la mañana, cuando acabamos la ronda, siguen allí, vigilando la salida de los últimos coches, que enfilan la recta de La Ribera de Deusto y Zorrozaurre, limitada a 30 por hora, a una velocidad que da miedo. «Antes de que pusieran badenes los coches te venían de frente, a ver si te apartabas. Pasábamos miedo». Lo cuenta un taxista con años de oficio que acaba de dejar a tres chicas en la puerta de la discoteca. Las ha cogido en la plaza de San Pedro, en Deusto, y han pagado 7,5 euros.

Hay parada de taxis junto a la discoteca, pero nunca hay nadie.

Es que aquí no solemos venir porque no sabes lo que te vas a encontrar. A estas horas (es medianoche) vienen formales pero a las seis de la mañana... Ves a chavales lanzando vasos, algunos van muy mal. Yo a esos no les llevo y a los que monto les doy una bolsa de plástico de las del perro y le digo que la lleven entre las manos por si acaso.

La discoteca pone un autobús gratuito hasta Deusto y el último sale a las 6.48 horas. Incomprensiblemente va casi vacío, mientras más de un centenar de chavales vuelve a pie. A uno lo llevan por los hombros entre dos, otro carga con los zapatos de tacón de una amiga, varios van por la mitad de la carretera... «¿Qué te pasa chica, tienes miedo? Mi amigo es muy violento ¿eh?», nos interpela una cuadrilla de chicos a voces, y se cuelgan de los andamios de una fachada en obras. A unos metros alguien acaba de romper el retrovisor de un coche de alquiler porque la carcasa está aún en el suelo y el espejo, pisoteado en la acera. A otros dos vehículos les falta también el retrovisor, pero igual llevan así meses porque los vecinos ya ni los cambian.

10 euros para la entrada y «entre 2 y 5 para los litros»

  • Calcula la Policía que la discoteca tiene un aforo «de entre 800 y 900 personas», pero son más de la una de la madrugada y hay decenas de chavales en la calle, bebiendo. «Entramos a la una y media porque a partir de esa hora tenemos que pagar», cuenta una cuadrilla de Erandio, que hace botellón entre dos coches, los suyos «Los conductores no bebemos», se apresuran a aclarar. La entrada a la discoteca cuesta 10 euros y algunos adolescentes dicen que no se gastan más. «Dentro no consumimos nada, cuando queremos beber salimos al coche. Ponemos entre 2 y 5 euros para los litros». Así que a la mañana siguiente el barrio aparece cubierto de bolsas de plástico, botellas medio vacías y vasos, pese a que hay más de veinte contenedores, solo en la inmediaciones de la sala de fiesta, siete. «A veces son las once de la mañana y tenemos que llamar a los servicios de limpieza para que vengan porque el parque donde juegan los niños está lleno de cristales rotos. Estamos hartos», claman los vecinos.

Lo mismo hacían con los portales antes de que pusieran cristales resistentes a las patadas. «Cada fin de semana nos reventaban el portal y acabamos por poner un trozo de cartón», cuenta Amaia Verdes, mientras observa el botellón desde su ventana. «Y así todos los fines de semana... Te acabas acostumbrando al ruido». Le hace compañía en la vigilia su hijo, que no tiene edad de discotecas pero casi: «¿Tú también vas a ir a la Mao de marcha?». «¡No! Yo no. Hay que cuidar el barrio». Se apuntan a la conversación los vecinos de al lado. «¿Has llamado tú al timbre?», preguntan a una vecina que está en la calle. «No». «Pues han sido los chavales, pronto empiezan. Voy a desconectar el portero».

Muchos residentes han incorporado un sistema para silenciar los timbres, hartos de que les sobresalten cada noche. Pero no es solo el timbre. Son las conversaciones a gritos a las seis de la mañana («a ese le voy a denunciar...», «soy del Athletic pero me toca la ... que seais antimadridistas»), las patadas a los coches apenas hay diez aparcados porque los dueños «los esconden», los cristales reventado... Cuenta una vecina que una noche tres chicos se colgaron de la lámpara de su portal «y la arrancaron» y otra vez contó siete encima de un coche, «saltando hasta estallar la luna». La noche que hacemos la ronda, además del retrovisor arrancado, se ven pisadas en un capó y un contenedor ladeado. Y «no ha sido una noche de las peores», aseguran los vecinos. Y rescatan un rosario de episodios de desmanes: «un chico agrediendo a una chica», una pelea «de veinte contra veinte», «un volante arrancado de un coche y lanzado a la ría» y hasta amenazas: «El sábado pasado a una vecina que estaba paseando el perro le dijeron que le iban a dar una paliza y al perro, una patada». La hora crítica es «de cinco y media a siete de la mañana» y los vecinos sugieren «que la Policía recorra a esa hora la recta que separa la discoteca de Deusto», dos kilómetros sin salida alternativa. «Lo hacemos, pero es complicado pillarles en el momento en que destrozan algo», alegan los agentes. A los chavales las quejas les suenan «porque ha salido en el periódico» y algunos se apresuran a aclarar que ellos son «pacíficos»: «Comprendemos a los vecinos porque a esta discoteca viene la peor calaña, hay cada movida...».

Pasan diez minutos de las siete de la mañana y un chaval que enfila con paso precario la vuelta a casa nos avisa: «No vayáis a la discoteca. A esta hora solo queda lo peor».

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