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La discoteca Sonora celebró el pasado viernes una fiesta brasileña.
Esta noche nos vamos... de discoteca

Esta noche nos vamos... de discoteca

EL CORREO recorre las zonas de ocio nocturno para evaluar el ambiente en Bilbao y alrededores. En Sonora no admiten a clientes con determinados cortes de pelo, en la Mao Mao Beach sirven chupitos eróticos, en la Play innovan con su 'sesión hostelería' de los domingos y en Fever hacen tatuajes gratis... de los que no se quitan

Virginia Melchor

Jueves, 2 de junio 2016, 00:44

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Cubatas de 'marca blanca' para combatir el botellón, fiesta brasileña, tatuajes gratis... Todo esto se ve en las discotecas de Bilbao y alrededores. EL CORREO prosigue su periplo nocturno y hoy se va de discotecas, una alternativa a los bares y pubs que tiene bastante éxito en Bizkaia. La visita, en realidad, se hizo el pasado viernes, una noche distinta a las demás porque muchos jóvenes, vestidos de punta en blanco, celebraron sus fiestas de graduación y la última juerga antes de Selectividad. A los universitarios, por su parte, les tocó apartar los tragos por un fin de semana y centrarse en los apuntes, lo que dejó medio vacíos algunos locales. Nos colamos en Sonora, Fever, Mao Mao Beach y la Sala Play, y sus dueños aseguran que la fiesta sí tiene edad. Los chavales de 18 a 22 años eligen los viernes y los que están en la barrera de los 30 prefieren los sábados.

Son las 00.03 horas del sábado 28 de mayo... y empieza la noche. Después de un caluroso día propio del verano, el termómetro del coche marca 18 grados y caen cuatro gotas, lo que no impide que muchas cuadrillas de jóvenes hagan botellón en las inmediaciones de la discoteca Sonora de Astrabudua. De hecho, no quedan aparcamientos libres frente a la puerta y nos toca estacionar a unos cuantos metros. Parece la alfombra roja del Festival de Cine de Cannes, aunque la hilera de bolsas con bebidas la convierten en blanca. Los chavales, la mayoría de 18 años, lucen sus mejores galas. Ellas se han enfundado elegantes vestidos largos o cortos con taconazos que les obligan a un precario equilibrio. Ellos van de traje, pero muchos lo combinan con deportivas y pendientes al más puro estilo Neymar. Enseguida descubrimos el motivo de su puesta de largo: están celebrando la fiesta de graduación de sus institutos o colegios. Como Álvaro, de 23 años, y sus cuatro compañeros de clase, que han terminado las prácticas de un grado superior de Prevención de Riesgos Laborales, y han querido celebrarlo en Sonora «porque hay mucha mujer bonita y ninguna movida, nada que ver con otras discotecas». Para Nekane Cubillo, de 18 años, y sus amigas es la primera vez en este local nocturno. Suelen salir por Fever, que queda más cerca de casa, pero hoy están celebrando la gala de Bachiller del Instituto Uribarri de Basauri y han hecho una excepción.

«El secreto de Sonora es que vendemos el mismo producto a dos públicos distintos», explica Diego L. Maestre, gerente de la sala. Los viernes acuden universitarios de 18 a 22 años y los sábados se convierte en «un club a la berlinesa» para un público «alternativo» que supera los 25. De hecho, presumen de ser «la única discoteca de Euskadi» que este día solo deja entrar a mayores de 21 años. Cada tipo de público demanda un estilo de música, así que «los viernes en la sala principal suena reguetón y en el bar, electrónica; los sábados es al revés», cuenta David Medina, dj residente de Sonora. También en la barra se notan las diferencias. «He trabajado en varias discotecas y aquí los chavales consumen mucho, se ve que tienen más poder adquisitivo, pero suelen decantarse por el whisky, la ginebra o el ron que está en promoción porque con la entrada se incluyen dos cubatas. Los clientes de los sábados, de unos 28 años, prefieren el ron cola o el gin tonic», indica Rebeca, camarera del local. Eso sí, en la caja las cuentas se equiparan. «Los viernes se rozan las 1.400 personas y los sábados las 1.000, pero la facturación es similar. Lo máximo que hemos recaudado un sábado han sido 75.000 euros y un buen viernes lo consideramos a partir de 30.000», cuenta L. Maestre.

«Hay cortes de pelo que echamos para atrás»

Una particularidad de Sonora es que el derecho de admisión se lo reservan y mucho. «Hay cortes de pelo, como el típico mohicano de malote, que echamos para atrás si hay mucha gente. Nos fijamos en la actitud, si tienes pinta de macarra y actúas como tal, te vas fuera», advierte el gerente de la sala. Famosos fueron los tuits que intercambiaron en 2013 con el televisivo Rafa Mora. Un cliente animó a través de Twitter al extronista de 'Mujeres y hombres y viceversa' a que visitara Sonora y él respondió que «sería cuestión de tiempo». Desde la cuenta oficial de la discoteca, le contestaron en una palabra: «OLVÍDATE!!!». «Es la antítesis del perfil de cliente que queremos», asegura L. Maestre. Otra curiosidad de este establecimiento es que los baños están impolutos gracias a que los tiradores de papel están fuera y a que Arianne, encargada de la limpieza, no deja de pasar la bayeta durante toda la noche. Tampoco se forman colas para entrar. ¿El truco? «Si te fijas, en los lavabos no hay ningún lugar para poder dejar los vasos o los bolsos», nos saca de dudas el gerente. Eso sí, muchas jóvenes aprovechan para hacerse selfies en el enorme espejo que preside el baño. «La luz del techo es verde para que salgan feas y no se puedan ni maquillar porque no se ve nada, pero suben las fotos a las redes sociales y todo el mundo sabe que están en Sonora. Aquí todo es marketing».

«El peor viernes en 10 años»

Salimos de la discoteca y nos topamos con un puesto ambulante de comida rápida. Al frente está Jusef, un marroquí que lleva dieciséis años en España y que prepara sándwiches y hamburguesas hasta las siete u ocho de la mañana para que los clientes de Sonora terminen la fiesta con el estómago lleno. «Es muy duro, pero es el mejor trabajo que he tenido», reconoce. Una vez en el coche, seguimos por la carretera de La Ribera de Deusto hasta llegar a nuestro próximo destino: Mao Mao Beach. Esta discoteca, emplazada en la parte final de la península de Zorrozaurre, abrió sus puertas en septiembre de 2005 y se convirtió rápidamente en uno de los puntos más bulliciosos de la noche bilbaína. Su decoración «playera» a base de palmeras y sus camareras en biquini, que bailan subidas a la barra como en la película 'El Bar Coyote', introdujo un concepto de ocio nocturno nuevo en la villa. Muchas jóvenes recorrían andando -con las parisinas en los pies y los tacones en la mano- la amplia distancia que separa el establecimiento del metro de Deusto (alrededor de dos kilómetros). Lo siguen haciendo, pero menos porque hace dos años la discoteca puso un servicio de lanzadera que les lleva y les recoge. Pensamos que éste es el motivo de que no haya nadie dirigiéndose a pie hacia allí, pero nuestra sorpresa al llegar es que apenas hay tres coches aparcados. «No hace falta ni que os acerquéis, porque está vacía», nos avisan dos cuadrillas mientras abandonan el lugar. Lo comprobamos al entrar: a las 2.30 horas de la madrugada hay nueve personas contadas. «Venimos desde hace un año y nunca la hemos visto así, pero ahora se lleva más los sábados», cuentan Cyntia Salazar, de 18 años, y sus amigas Paula Artetxe y Anne Salazar, a quienes una hora más tarde nos encontramos en Fever. «Éste es el peor viernes en diez años, está la gente estudiando, pero antes de exámenes a la una y media ya no quedaban entradas», dice José Miguel Pérez, encargado de la sala. La otra cara de la moneda, los vecinos del barrio, que esa noche tendrán un respiro en el recital de ruidos, suciedad y molestias que llevan años denunciando.

Pese a que no hay apenas público, los camareros -ellos en bañador y ellas en biquini- han ensayado a las 23.45 horas, como hacen siempre antes de abrir, las cinco coreografías que cada noche bailan subidos a la barra. «Somos como una gran familia, nos llevamos muy bien entre los jefes y los compañeros», cuenta Laura, de 22 años, que en realidad no se llama así, pero quiere preservar su identidad porque sus padres no saben que lleva tres años trabajando de camarera en la Mao Mao Beach. En el móvil tiene una lista con el color del bikini que las empleadas se tienen que poner cada noche para ir iguales (rosa, amarillo, blanco, leopardo). «Mis primeros sueldos fueron para bikinis, tendré unos diecisiete. Al principio me daba vergüenza ir así, porque las clientas te miran mal, cuchichean entre ellas pero ahora lo veo como un uniforme más», dice. Lo que peor lleva son los chupitos eróticos. El espectáculo consiste en que los colegas del protagonista eligen a una camarera y le pagan 20 euros -la mitad es para ella y la otra mitad para el local- con el objetivo de que deje al amigo en calzoncillos sobre el escenario. Durante los 10 o 15 minutos que dura el show, la joven desliza un hielo por el cuerpo del chico y baila de forma sensual mientras él contempla la escena sentado en una silla. «Al principio no quería hacerlo ni loca, pero luego te acostumbras. Desde abajo se ve peor, ahora me parece un baile más. Estamos obligadas a hacerlo, pero hay acuerdos entre nosotras. Si una lo pasa mal y a mí me viene mejor Yo solo pienso que si hago cinco en una noche, lleno el depósito de gasolina», cuenta. En los vídeos de este juego erótico que hay colgados en YouTube se pueden escuchar a veces los insultos que los clientes lanzan a las camareras. También lo hacen sus compañeros, aunque los chicos tienen mucha menos demanda.

«Los viernes no venía nadie, no se puede competir con Fever»

El recorrido discotequero continua por la sala Play, que abrió sus puertas la pasada Nochevieja junto al metro de Bolueta, en la recta de la discoteca Fever. Descubrimos al llegar que vuelve a haber mucho glamour: jovencitos trajeados y chicas con vestido charlan fuera del local. Son alumnos de la Ikastola Begoñazpi que están celebrando su gala de Bachiller. La discoteca está decorada con globos de los mismos colores que el escudo del centro bilbaíno, aunque ya no queda nada de las brochetas con frutas o el fondue con chocolate blanco que les han preparado. Los estudiantes han reservado una sala, pero en las otras dos ha habido horas antes un concierto de rock y una fiesta 'beach'. Es un día excepcional, porque ya no abren los viernes. «No venía nadie, no se puede competir con Fever», justifica Sergio López, socio de la Play. Eso sí, el sábado rozaron el lleno en su sesión sin alcohol para menores de 18 años. Iván González, tronista del programa de Telecinco 'Mujeres y hombres y viceversa' fue el invitado estrella de la tarde y muchas adolescentes enloquecieron con su visita. También tiene buena acogida su 'sesión hostelería' de los domingos, que llaman así porque está dirigida a personas que trabajan en el mundo de la noche y solo pueden salir de fiesa el último día de la semana. Su objetivo ahora es acabar con el botellón y para conseguirlo ofrecen cubatas de segundas marcas a 5 euros.

Tatuajes gratis

Una larga fila de bolsas blancas, las típicas que se usan para hacer botellón, señalan el camino hacia Fever. No hay pérdida. Son las 4.30 horas de la madrugada y en la sala pink de la discoteca, la primera al entrar, decenas de jóvenes, de unos 18 a 22 años, se mueven al ritmo de la música comercial que pinchan los dj's. En la sala principal algo pasa, porque hay una camilla junto al escenario. No hay desmayos ni caídas, la ha traído un tatuador que está haciendo tatuajes gratis. Los jóvenes tienen ocho diseños para elegir, el nombre del novio o la huella del perro no están incluídos, pero ante semejante barra libre de tattoos han preferido dejarse de sentimentalismos. «Es la segunda vez que lo hacemos y ha sido un éxito, no hemos podido tatuar a todos los que querían», cuenta Ruben, que trabaja en Fever desde hace ocho años. Muchos jóvenes apuran la noche fuera de la discoteca, sentados en la acera. «Nos han dado hoy las notas y hemos salido a celebrarlo, porque hasta después de Selectividad se acabó la fiesta», cuentan María Aguirre y sus amigos, del Instituto Botikazar. Y se acabó también una etapa de sus vidas. Muchos de los estudiantes que el pasado viernes bailaban en estas discotecas se pegaron su última juerga con todos los compañeros de clase. Una noche para no olvidar, más aún si te has hecho un tatuaje. Porque son de los de verdad, de los que no se borran.

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