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OLATZ BARRIUSO
Viernes, 31 de octubre 2014, 07:20
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Existe el tráfico de drogas, el de influencias, el de órganos... y el tráfico en México DF. Que no es tráfico propiamente dicho según la acepción de la Real Academia, referida a la circulación de vehículos por carreteras o caminos. Porque en la Ciudad de México los vehículos a motor no circulan, sencillamente se hacinan mientras avanzan a trompicones por las enormes vialidades de cuatro y hasta cinco carriles de la gigantesca y agotadora metrópoli. Pero de nada sirve en una ciudad elefantiasica, caótica y desordenada de casi nueve millones de habitantes (21 en todo el área metropolitana) con cuatro millones y medio de vehículos registrados. Así que los forasteros se las prometen muy felices pensando que la agenda de la delegación vasca les va a dejar un rato para conocer el famoso Zócalo de DF, aunque sea de noche. Y se lanzan, infelices y temerarios, a la aventura, esperando ver la enorme bandera nacional ondeando en la plaza de la Constitución.
Craso error. Hora y media después, los forasteros, su furgoneta y el circunspecto chófer no han llegado ni a mitad de camino. Lo han vivido en sus carnes cuando tardaron cuarenta minutos en cubrir un mínimo trayecto a eso de las ocho de la tarde. A las doce de la noche, apenas cinco. Circular en día laborable y antes de las diez PM es como dar de comer a un Gremlin después de las doce: imprevisible. Así que no queda más remedio que agachar la cabeza y emprender regreso al hotel.¿Cuanto se tarda en llegar? Depende del tráfico. La pregunta y la respuesta se repiten como un mantra a lo largo de todo el periplo. La respuesta, casi siempre, es mucho más de lo razonable.
Ríase el forastero de la A8 o la Avanzada, que parecen pistas de Scalextrix en la memoria si se comparan con el perpetuo embotellamiento de la metrópoli, con sus baches traicioneros, sus conductores dispuestos a dar marcha atrás en cualquier esquina, las ambulancias ignoradas y taponadas en un cruce, los peatones que cruzan alegremente por cualquier esquina, los avisos del tipo de reversa precaución con ciclista y peatón para evitar atropellos imprudentes. Eso sí, se contienen con la bocina, seguramente porque saben que no iba a servirles de nada. El transporte público no parece mejor opción: autobuses estilo lata de sardinas, metros que pasan a un palmo de la nariz de la masa que aguarda el vagón... Y una encuesta recién sacada del horno que dice que los trolebuses y trenes de DF son los más inseguros para las mujeres solo por detrás de Bogotá. Increíble pero cierto, uno acaba por echar de menos la A8.
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