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Arcos de San Juan.
Soria, la ciudad de la poesía

Soria, la ciudad de la poesía

Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer y Gerardo Diego son presencias permanentes en esta pequeña ciudad castellana. Un paseo por Soria conduce, necesariamente, a los lugares que aparecen en los poemas de estas tres figuras imprescindibles de la literatura en español

César Coca

Viernes, 19 de diciembre 2014, 02:41

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Hacia la mitad de la calle El Collado, que une la Alameda de Cervantes y la plaza Mayor, está la Casa de los Poetas. Ocupa la última planta del edificio del Círculo de la Amistad, heredero del casino del que habló Antonio Machado. Bajo los soportales que cubren la acera han instalado una estatua a tamaño natural de Gerardo Diego, sentado a una mesa y leyendo un libro. En el rótulo anunciador hay también un retrato de Gustavo Adolfo Bécquer. Son los tres poetas que pasaron -de manera más bien breve, hay que añadir- por la ciudad de Soria. Y la pequeña capital, de apenas 40.000 habitantes, los honra en cada rincón. Dos poetas sevillanos y un cántabro, cautivos de la magia de una ciudad dormida a orillas del Duero que conserva su encanto provinciano. Un paseo por Soria conduce, necesariamente, a los lugares que aparecen en los poemas de estas tres figuras imprescindibles de la literatura en español. En una ciudad en la que no abundan los grandes monumentos de esos que salen en los libros de Historia del Arte, es la literatura lo que guía los pasos del visitante.

Lo primero que recorre el turista es el camino que lleva de los Arcos de San Juan a la ermita de San Saturio, al otro lado del Duero. En 'El rayo de luna', una de las 'leyendas' de Bécquer, de un romanticismo arrasador, el personaje de Manrique camina desde el claustro del monasterio, con sus arcos cruzados, hasta la ermita construida en la roca y elevada sobre el río. Esa ruta cruza la iglesia de San Polo, último resto de un monasterio templario. Un paseo imprescindible para los turistas, sobre todo en otoño e invierno, cuando el rojo de las hojas de los árboles o la blancura de la nieve dan un tono espectral al paisaje. También en la 'leyenda' 'El monte de las ánimas' habla Bécquer de San Juan y su claustro en ruinas, en ese relato gótico ambientado en la noche de Todos los Santos.

No deja de ser curioso que a Bécquer le dé tanto juego Soria porque estuvo poco tiempo allí. Estaba casado con una soriana, Casta Esteban, pero vivió sobre todo en la localidad de Noviercas y luego, cuando su tuberculosis estaba muy avanzada, en el monasterio de Veruela. Pero en su literatura encaja muy bien el paisaje agreste de la zona, y en especial esos monumentos que, aún siendo los más conocidos de la ciudad, están fuera de ella.

También Machado cantó a las orillas del Duero: "He vuelto a ver los álamos dorados,/ álamos del camino en la ribera/ del Duero, entre San Polo y San Saturio,/ tras las murallas viejas/ de Soria". Y más adelante: "¡Muerta ciudad de señores/ soldados o cazadores;/ de portales con escudos/ de cien linajes hidalgos,/ y de famélicos galgos,/ de galgos flacos y agudos,/ que pululan por las sórdidas callejas". Machado está omnipresente en Soria y eso que solo vivió allí cinco años. Llegó a la ciudad en 1907, se casó con Leonor dos años después -él tenía 34 años, ella acababa de cumplir 15- y enviudó en 1912. Luego se fue a Madrid y tiempo después residió una década larga en Segovia, una ciudad que sin embargo tiene una presencia menor en su obra.

Machado frecuentó el café del casino, en el edificio que hoy es el Círculo de la Amistad. Allí leía el periódico y participaba en tertulias. No parece que el local haya sufrido grandes transformaciones desde entonces. Sentarse a una de sus mesas es, de alguna manera, volver a la primera parte del siglo XX. El turista debe aprovechar el horario de entrada libre porque hay momentos del día en que solo pueden acceder los socios.

Bajando por la calle El Collado apenas hay que desviarse unos metros para contemplar el palacio de los condes de Gómara. El edificio, que hoy es sede judicial, es el más imponente de la ciudad. De regreso a la calle principal, el paseo lleva hasta la plaza Mayor: no es el lugar de encuentro que se ve en otras capitales, sino un espacio amplio y poco transitado, con soportales en algunas de las fachadas, entre la que destacan las del Palacio de la Audiencia, la Casa del Común y, más atrás, la torre de doña Urraca. En uno de sus ángulos está la iglesia de Santa María la Mayor, donde se casaron Antonio Machado y Leonor. En la puerta del templo hay una figura metálica de la muchacha, de pie y agarrada a una silla. La imagen reproduce el retrato de boda de la pareja, en el que se los ve así, con el poeta sentado. Junto al instituto donde éste dio sus clases -hoy llamado con su nombre- está la pieza escultórica complementaria: allí es Machado quien ocupa la silla y hay un hueco donde estaba la joven esposa.

El paseo machadiano conduce inevitablemente hacia el olmo seco, "hendido por el rayo, y en su mitad podrido". El poeta juega a la metáfora porque escribe sus versos mientras su mujer se debilita. El árbol, que se levanta ante la iglesia de Nuestra Señora del Espino, está hoy literalmente momificado pero hay algo a su alrededor, un poder de evocación que genera una atmósfera particular, un silencio admirativo de los turistas.

La huella de Gerardo Diego es menor porque apenas estuvo dos años en la ciudad. Tiempo suficiente para hacerse visitante asiduo del casino. Cuentan las crónicas que, en vez de quedarse a la tertulia de la planta baja, subía al primer piso y tocaba el piano. El instrumento sigue allí. Sin embargo, sus poemas hablan más del paisaje que rodea la ciudad. "Río Duero, río Duero,/ nadie a estar contigo baja,/ ya nadie quiere atender/ tu eterna estrofa olvidada,/ sino los enamorados/ que preguntan por sus almas/ y siembran en tus espumas/ palabras de amor, palabras". Hoy, los jóvenes enamorados no siembran palabras en las espumas del río, sino que colocan candados en el puente nuevo que lo cruza desde la falda de la colina del castillo donde se eleva el Parador, una construcción del todo insulsa hasta San Saturio.

El viajero que ha recorrido la ciudad siguiendo a los poetas apenas si se ha perdido puntos de interés. Le quedan las iglesias de Santo Domingo, con su bellísima portada de estilo francés, y San Juan de Rabanera; la concatedral, de planta casi cuadrada -imprescindible la visita al claustro, no así al interior del templo; el parque urbano de la Alameda Cervantes y la plaza de Ramón Benito Aceña y las calles que en ella confluyen, centro del tapeo y del ambiente de la ciudad. Soria honra a los poetas, a tres poetas que sufrieron por una "España que pasó y no ha sido,/ esa que hoy tiene la cabeza cana".

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