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Miércoles, 17 de diciembre 2014, 00:22
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A Mohammed Islam, el adolescente neoyorquino de 17 años que aseguró haber conseguido 72 millones de dólares jugando a la bolsa entre recreo y recreo, la historia le ha aguantado menos de 36 horas. Ayer, el mismo periódico que había lanzado como exclusiva la proeza del chaval en una serie titulada Razones para amar Nueva York, se apresuró a pedir disculpas y desmentirla con un argumento irrefutable: los rumores sobre Wall Street pueden ser poderosos. Un susurro puede convertirse en una corriente que eleva y destruye mercados... y solo hay otro lugar en donde el chisme soporta tal balanceo: un instituto.
Resulta que el supuesto talento inversor del joven Mohammed -que de ser cierta su hazaña habría puesto los pelos de punta a la manada de lobos que puebla Wall Street- se ha perdido en un simple ejercicio de simulación.
La historia comienza cuando hace unos días el aprendiz de broker contó a la confiada periodista de The New York Magazine que lo lanzó a la fama lo que llevaba tiempo circulando por los pasillos de su colegio, el Stuyvesant: que había empezado a invertir a los nueve años hasta lograr con sus operaciones un retorno -que dicen los iniciados- de ocho cifras.
Pero el lunes, mientras los periódicos y las cadenas de televisión hacían cola para entrevistar al supuesto gurú financiero, la historia comenzó a deshacerse. La CNBC retiró de la parrilla la entrevista que había anunciado después de que Mohammed confesara que la cifra que había trascendido no era «del todo exacta». El resto vino rodado. Descubierta la gran mentira, el joven regordete con gafas que acababa de ser presentado ante el mundo como gran mago de las finanzas se vio obligado a reconocer que, aunque con mucho éxito, lo que le había llevado a ganar semejante cantidad de dinero era parte de un ejercicio virtual. En realidad, Mohammed jugaba a una suerte de última versión del Monopoly.
Tanta capacidad para, de momento, haber conseguido que el Leaders Club, una organización que agrupa a jóvenes emprendedores interesados por el mundo de las finanzas, le haya dado el alto. Eso, y la expulsión del club de su instituto... además de una buena reprimenda de sus padres. Sus compañeros, de momento, sigue llamándole «maestro».
Abonados a la impostura
La historia del joven y avezado financiero americano llega en un tiempo abonado a la impostura. Nuestro pequeño Nicolás, el veinteañero que desde que era un adolescente se las ha arreglado para embaucar a medio mundo es buena prueba de ello. Es verdad que la suya, su mentira, es algo más sofisticada y consistente, y que en su leyenda el dinero, que también lo hay, no interpreta el papel protagonista. En este caso, además, no ha habido confesión ni propósito de enmienda. Francisco Nicolás Gómez Iglesias sigue negando los delitos de falsedad y estafa que este mismo viernes le llevarán ante el juez. Lo hace con la misma naturalidad con la que posa en cada una de las fotografías del nutrido álbum que presenta como prueba de que su historia es verídica. Nuestro farsante particular no parece dispuesto a reconocer sus pecados, ni tiene años para que le expulsen del instituto.
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