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Cristiano Ronaldo celebra con su compañero Joao Mario el gol que dio la victoria a Portugal frente a Dinamarca el pasado martes.
Cristiano se apunta el tanto

Cristiano se apunta el tanto

Comienzo a entender las proporciones del ego del crack portugués, al que los medios ya adjudican incluso los goles de los que se apropia sin haberlos marcado

Jon Agiriano

Sábado, 18 de octubre 2014, 01:17

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Reconozco que el personaje de Cristiano Ronaldo me empieza a resultar apasionante. Lo observo ya con una pasión de entomólogo, analizando sus comportamientos, actitudes y reacciones frente a determinados estímulos exteriores y, sobre todo, frente a sus propios estímulos internos. Estos últimos son, sin duda, los más interesantes ya que hablamos de uno de los egos más descomunales de la historia del deporte. El narcisismo elefantiásico de este futbolista excepcional tiene consecuencias que se observan a primera vista. La más destacada es su imbatible afán de superación. Obsesionado con ser mejor cada día, se ha convertido en una máquina perfecta de competir. No he conocido nunca un futbolista tan voraz, tan ambicioso. Y me parece evidente que sólo Messi ha alcanzado su poder de destrucción dentro de un terreno de juego.

Se habla mucho del pique entre las dos grandes figuras de nuestro tiempo y de que Cristiano lleva años sufriendo por la existencia de Messi, que le supera en la consideración de mejor jugador del mundo. Puede que esto sea cierto. Es más, seguro que lo es. Seguro que ha deseado mil veces -y lo digo en sentido figurado, claro- que Messi fuera como uno de esos insectos que se estrellan contra el parabrisas de sus ferraris o lamborghinis. Ahora bien, el futbolista de Funchal ha transformado ese sentimiento en un acicate formidable para ser cada día mejor. Lo ha convertido en un camino de perfección futbolística y sus progresos están a la vista de todos. Su profesionalidad es tan acusada que, como le escuché una vez a un amigo, hasta sale con la tía más buena del mundo (o una de las mejores, no nos vamos a poner a discutir sobre esto) para tampoco tener distracciones en este sentido. El caso es que cada día es más grande. Cada día comete menos errores. Cada día es más completo y poderoso. Cristiano Ronaldo, en fin, sigue creciendo, lo que no puede decirse de Messi, por cierto.

Farsa innecesaria

Las obsesiones, sin embargo, tienen también su parte de sombra. A veces, incluso pueden provocar grandes oscuridades. Lo hemos visto en Cristiano. De tanto querer batir récords a lo bestia, de tanta ansia disparatada de reconocimiento e inmortalidad, varias veces ha llegado tocado o lesionado a los partidos importantes de la temporada o a los grandes torneos con su selección. Le sucedió en el pasado Mundial. La obsesión también te puede llevar al ridículo y el personaje de Cristiano Ronaldo lo ha demostrado en varias ocasiones. Recuerdo todavía el patetismo de la celebración de su gol, ya intrascendente, en la pasada final de la Champions. Lo del pasado martes, sin embargo, me parece insuperable. Corría el minuto 95 del partido entre Dinamarca y Portugal. Quaresma avanzó por la derecha y se sacó un gran centro al área. Cristiano dio un salto formidable, más alto que el de Simon Kjaer, su marcador. El portugués hizo el giro de cabeza, pero no dio al balón. Fue Kjaer el que lo peinó hacia atrás sin querer y marcó en propia puerta. El central danés, de hecho, se tumbó boca abajo en el suelo, junto al poste, destrozado por su error. Cristiano, por su parte, salió corriendo como un poseso para celebrar un gol que se adjudicó sin ningún rubor. Es más, llegó a decir que sabía dónde iba a ponerle el centro Quaresma. ¿Cómo iba a perder él una ocasión tan pintiparada de ser venerado como un dios? ¿Acaso no se alimenta de esa adoración?

La jugada fue muy confusa, es cierto. Que el árbitro adjudicara el gol a Cristiano se puede entender perfectamente. De hecho, es lo que pareció a primera vista. Hay que ver el vídeo y detenerse en la toma en detalle del remate para percatarte de lo que sucedió realmente en la jugada. Una vez vistas esas imágenes, sin embargo, no hay discusión, por mucho que algunos se hayan enredado en ella a través de las redes sociales. Por si la vista me fallaba, hice la prueba del algodón entre mis compañeros de trabajo y hubo unanimidad. Cuando uno de ellos, un madridista acérrimo que tiene a Cristiano en los altares y antes de cada partido le reza un responso, reconoció sin matices que era gol en propia puerta, ya lo tuve claro definitivamente. De nuevo, la soberbia le había jugado una mala pasado al crack de Funchal. En este caso, empujándole a interpretar una farsa tan lamentable como innecesaria. Porque lo cierto es que, aunque el gol lo marcó Kjaer, el central del Lille no hubiera cometido ese error si Cristiano no llega a provocarlo con su extraordinario salto.

Dicho esto, y aunque en otras ocasiones he llegado a serlo, esta vez no voy a ser mordaz con el delantero del Real Madrid, al que como futbolista admiro cada vez más. Porque, en el fondo, él no tiene toda la culpa del personaje que se ha creado. Los medios de comunicación han ayudado mucho a construirlo tal como es. Negando lo evidente, quién sabe si por pereza o por inercia, el martes a la noche y el miércoles la inmensa mayoría de los periódicos y televisiones siguieron lanzando todo tipo de loas y ditirambos a Cristiano por su tanto salvador ante Dinamarca. Una cadena de televisión llegó a la desfachatez de ofrecer el vídeo del gol con todo lujo de detalles -incluida una medición del salto del portugués- sin decir nada sobre su falsa autoría de ese 0-1.

La próxima vez que ocurra algo parecido, pensé, ¿qué va a hacer Cristiano si no apuntarse el tanto? Yo es que he empezado a entenderle.

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