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Carlo Ancelotti
El sello de Ancelotti

El sello de Ancelotti

El técnico italiano, todo un señor, ha barrido en diez meses la cizaña sembrada por Mourinho y ha hecho del Real Madrid un equipo feliz

Jon Agiriano

Lunes, 5 de mayo 2014, 17:28

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Viendo a Carlo Ancelotti celebrar la histórica victoria de su equipo en Munich, siempre caballeroso y comedido, mostrando su alegría con naturalidad y ese punto de contención que debe ser siempre la primera señal de respeto al derrotado, terminé de apuntalar mi vieja admiración por él. Como digo, es un sentimiento que viene de lejos, ya desde sus tiempos de jugador en el Milan. Luego Carletto se convirtió en entrenador y lo primero que hizo, lo recuerdo bien, fue reivindicar la figura de Nils Liedholm, el Barón, su técnico durante cinco temporadas en la Roma. Siempre pensé que ese reconocimiento hablaba muy bien de él. En cierto modo, le retrataba. Porque el legendario futbolista y técnico sueco fue magistral en una doble vertiente. Lo fue tácticamente -hablamos de uno de los precursores de la defensa en zona-, y lo fue a la hora de crear buen ambiente y de quitarse importancia. "El oficio de entrenador es el mejor del mundo. Lástima que haya partidos", solía decir.

Ancelotti nunca ha perdido oportunidad de elogiar a su maestro y de señalar las huellas con las que le marcó el camino. "El Barón nunca alzó la voz, pero me dio valiosas lecciones. 'El fútbol es la más importante de las cosas menos importantes de la vida', me dijo una vez. Tenía una tranquilidad interior y una calma profunda que te asombraban. Era un personaje. Antes de cada partido importante le ordenaba al doctor Alicicco que nos contase chistes. Y te agotaba entrenando la técnica. Era un tipo gracioso. Si le pedías el nombre de los mejores jugadores de todos los tiempos, decía: 'Yo, Pelé, Di Stéfano'. Eso me encantaba de él. Era una inspiración y ni una sola vez le oí gritar a un jugador", recordaba en una entrevista.

La inspiración de Liedhom hizo posible que Ancelotti no se diera nunca demasiada importancia y asumiera su condición de entrenador de perfil bajo, al estilo de Vicente del Bosque, lo que no deja de ser una demostración de honradez e inteligencia; de ahí, claro, que sea tan poco entendida (y extendida) en un mundillo donde el prestigio de los vendedores de crecepelo es inmenso y hay una multitud de forofos dispuesta a seguir a cualquier mesías charlatán como los pobres del sertón de Brasil seguían al Conselheiro.

Durante su etapa en el Milan, por ejemplo, Carletto pudo colgarse la medalla del descubrimiento de Kaka, pero prefirió ser sincero. En una de sus biografías autorizadas, 'Preferisco la Coppa. Vite, partite e miracoli di un normale fuoriclasse' (Prefiero la copa. Vida, partidos y milagros de un crack normal) relató así aquel fichaje. "Me habían hablado de un chavalín en Brasil, muy bueno, pero al que no conocía. Por su nombre parecía un predicador. Se trataba de un fichaje a ciegas, lleno de buenas palabras. Pero necesitaba hechos. Kaká llegó a Malpensa y me llevé las manos a la cabeza: gafas, repeinado, cara de buen tío, sólo le faltaba una cartera con la merienda y un libro. Habíamos fichado a un estudiante universitario. Bienvenido al Erasmus de Milan".

Creo que Ancelotti ha sido providencial para el Real Madrid, que la pasada temporada era un equipo descompuesto por un egomaníaco insoportable como Mourinho. Toda la cizaña que sembró el portugués, todas las toneladas de inquinas, malos rollos y macarradas que dejó y que ya empezaban a extender por Valdebebas y el Bernabéu un inconfundible olor a vertedero, las ha barrido el técnico de Reggiolo en apenas diez meses. De manera que el Real Madrid está recuperando a marchas forzadas su imagen en el mundo y se ha convertido en un equipo feliz. Y estoy convencido de que este ingrediente, el de la felicidad colectiva, está siendo fundamental para que el equipo haya ganado la Copa al Barcelona y se haya clasificado para la final de la Champions con una exhibición inolvidable en Munich. Por cierto, prefiero ni pensar cómo hubiera reaccionado Mourinho de haber conseguido esa goleada en el Allianz Arena tras haber dado, además, un baño táctico a Pep Guardiola.

Y no sólo táctico. En los días previos al partido, el técnico de Santpedor sorprendió con unas declaraciones de mal gusto. Las hubiera firmado el propio Mou. En un intento burdo de encender a su parroquia, aseguró que en Madrid ya se consideraban finalistas antes de jugar en Munich. Dicho de otro modo: les acusó de ser unos sobrados y unos chulos, irrespetuosos con el campeón de Europa. Sencillamente, era mentira. El ambiente en Madrid era justo el contrario al que pintaba el técnico del Bayern, que quizá estaba nervioso ante la evidencia de que el suyo era un equipo en «tierra de nadie», como bien lo definió Orfeo Suárez, tan alejado de lo que había sido y le había hecho campeón el año pasado como de lo que él quería que llegara a ser bajo su mando esta temporada. Salvo la media docena de tontos de guardia, el respeto al Bayern era máximo en Madrid, tanto que los hinchas merengues más pesimistas y aprensivos, como escribió con mucha gracia David Gistau en ABC, tenían esos días hasta miedo a comer sopa de letras por si en ella, de casualidad, y a modo de presagio definitivo, se componía la palabra flotante Augenthaler.

Ancelotti respondió a Guardiola con su corrección habitual, tirando de sentido común. "No somos tan tontos como para pensar eso", dijo. En fin, que también ese partido lo ganó el italiano, que para más simpatía por mi parte es un hombre que sabe disfrutar de la vida, un hijo de humildes campesinos que no se cree el centro del mundo y ha triunfado sin perder el sentido de la realidad, un señor que sabe comer, beber y hasta fumar -lo que peor lleva del fútbol es no poder echarse dos o tres cigarritos en el banquillo y tener que anestesiarse malamente en los partidos a base de chicles-, que sabe escuchar y reírse con los amigos, y contar chistes, y ganar y perder siempre como un caballero. A mí me ha hecho mucho bien Ancelotti, la verdad. Estoy en deuda con él. Me ha templado, lo que supongo que tendrá sus beneficios cardiovasculares. Ya no sufro como un perro con las victorias del Madrid ni me entran ganas de subir al parque de Etxeberria y lanzar una andanada de fuegos artificiales después de alguna de sus grandes derrotas. Fíjense cómo será la cosa que ya ni siquiera me molestaría demasiado que ganase la dichosa Décima.

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