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anton merikaetxebarria
Lunes, 15 de septiembre 2014, 11:02
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Tras el sonoro título de esta segunda comedia del actor, guionista y director Zach Braff, se esconde un descafeinado enredo familiar de regusto inequívocamente americano, centrado en la descripción de una cierta generación yanqui, que en ningúnn momento va más allá de sus beneméritas intenciones. Partiendo de unas premisas parecidas a las de Somos los Miller (Rawson Marshall Turber, 2013), Ojalá estuviera aquí se presenta de una forma completamente distinta. Porque, de entrada, cualquier actitud revisionista o crítica brilla por su ausencia, mientras que los rifirrafes entre las distintas generaciones están servidos de manera acomodaticia.
Falta asimismo un toque de infidelidad que confiera cierto picante a la película, sustentada en unos diálogos de raíz cotidiana, sin aristas, sí como de unos intérpretes que se limitan a representar sus papeles con evidente indiferencia, incluida la en su día ambiciosa Kate Hudson, a la que pudimos admirar en Casi famosos (Cameron Crowe, 2000). Tal vez con excepción del televisivo Jim Parsons (la estrella más visible de la exitosa teleserie The Big Band Theory), que intenta lucirse en las distintas ocasiones que aparece en pantalla.
Si a todo ello añadimos un almibarado aspecto de spot publicitario y de pasar desapercibido para el cinéfilo cuando se trata de un producto de inspiración costumbrista y por momentos sentimental, el resultado final no puede ser más descorazonador. De ahí que el encargado de poner en escena esta historia sin apenas alicientes se enrede en más de una ocasión en un desfile de personajes y situaciones vistas hasta la saciedad, donde ni siquiera la presencia del veterano Mandy Patinkin (como padre del protagonista) consigue elevar el listón de Ojalá estuviera aquí por encima de lo rutinario y de lo convencional. Incluido su complaciente desenlace.
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