Borrar
Antonio Amat
El socialista vitoriano que pudo ser presidente español

El socialista vitoriano que pudo ser presidente español

Antonio Amat fue uno de los luchadores antifranquistas más destacados del tiempo de la dictadura. Pero cuando debía recoger los frutos de su odisea clandestina en el PSOE desapareció voluntariamente. Le sustituyó Felipe González

Francisco Góngora

Martes, 29 de agosto 2017

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

«A ti te voy a detener un día pero por ser un borracho, no por político», le espetó un día el policía Bruno Ruiz de Apodaca, el mayor represor franquista de la provincia. La frase la cuenta Luis Alberto Aguiriano, que fue confidente y buzón de Amat en la clandestinidad, y resume perfectamente las contradicciones en las que se movía este personaje que fue una leyenda del socialismo durante el franquismo, y según algunos, el hombre más importante del PSOE después de Pablo Iglesias.

Para los vitorianos más antiguos, Antonio Amat era un personaje tabernario, bebedor mujeriego, muslari, divertido. Para los más modernos es el nombre de una calle en la alejada Arkaiate. Dos grandes periodistas, Fernando Jáuregui y Manuel Ángel Menéndez le hicieron justicia en un libro que se tituló ‘El hombre que pudo ser FG’, o sea Felipe González. Un subtítulo de la publicación resumía el contenido: ‘Pasión y muerte de Antonio Amat ‘Guridi’ y otros ‘malditos’ del PSOE’. «Las páginas de este libro rescatan la figura de este mítico luchador por la democracia, un personaje de tintes barojianos que fue confinado a las penumbras del pasado en las mismas fechas en que una clase emergente se hacía con las riendas del PSOE e iniciaba una nueva etapa en la historia de España», señala la contraportada.

Para los vitorianos más antiguos, Antonio Amat era un personaje tabernario, bebedor mujeriego, muslari, divertid

‘Guridi’, ‘El ciclista’, ‘El coronel’, ‘El francés’, ‘Tomás’ y ‘Sorozabal -esos eran los alias que usaba- era un vasco extrovertido y pleno de contradicciones, de humanidad y lo fue todo en el PSOE. Pero policías como Apodaca no entendieron su doble vida ni se lo tomaban en serio, lo que le permitió organizar el partido en el interior y mantener un pulso con el viejo socialismo masón del exilio encabezado por Llopis. “Apodaca”, sostiene Aguiriano, «no se podía imaginar que aquel hombre era Dios, que los socialistas le respetaban y que Vitoria fue lugar de visita obligada de todos los líderes izquierdistas que querían ayudar al partido desde Europa. Todos tenían que hablar con él y su fama saltó las fronteras».

La primera contradicción de su vida fue enrolarse como voluntario en el ejército nacional al comenzar el golpe de estado de Franco. Antes había sido expulsado de los Marianistas por falta de espíritu religioso e indisciplina y comenzado las carreras de marino, como su padre, y de médico. La guerra lo cambió todo. Aguiriano asegura que entrar en el bando nacional fue una manera de evitar ser perseguido. Ocurrieron muchos casos así en Álava. Por salvar el pellejo, muchos se alinearon con los que combatían a la República.

El caso es que en junio de 1938 fue llamado para ser alférez provisional y con esa graduación terminó la guerra.

De vuelta a casa, en el 34 de la calle Postas, inicia estudios de Derecho pero en 1944 es detenido por vez primera tras protagonizar una aventura que pudo acabar peor. El y otros seis (Emilio Mena, José Martínez, Vicente Miranda, García Daniel, Sabino Ocamica y Carlos Sopena) iban a tomar un barco en Lequeitio para dirigirse a Francia con la idea de enrolarse en la Resistencia gala frente a Hitler. Le ocuparon la pistola que había llevado como alférez en la guerra. Le condenaron a 8 años aunque salió en 1950. Allí conoció a los socialistas que trataban de organizarse. Salió y fue encarcelado de nuevo seis meses en Huesca por ayudar a los presos políticos. Además le cayeron otros seis meses de destierro en Madrid.

Le ocuparon la pistola que había llevado como alférez en la guerra. Le condenaron a 8 años aunque salió en 1950

El PSOE interior era desarticulado constantemente por la Policía y uno de sus responsables Tomás Centeno es torturado hasta la muerte. A partir de ese momento, los socialistas se plantean cómo trabajar en la clandestinidad y piden a Amat que reorganice el partido. Lo hace de forma brillante desde Vitoria como base, engañando a la Policía. «La labor de este hombre fue inmensa. Penetra en los medios estudiantiles, en los medios liberales, entre los trabajadores. Tenía un don de gentes extraordinario…Realiza un trabajo de reorganización enorme», dice de él Juan Iglesias, el dirigente que lo impulsó.

Pero además, Amat hace un diagnóstico del franquismo real del que estaba tan alejado la cúpula socialista del exilio (Llopis y los suyos, luego apartados en Suresnes por Felipe González en 1974) y moderniza las formas de lucha en unión con otras fuerzas opositoras. Incluso llegó a pedir armas y no tiene reparos en colaborar con la extrema izquierda para conseguir la derrota del franquismo, algo que irrita a la dirección socialista.

Finalmente, cae detenido junto a un centenar de socialistas en noviembre de 1958. La policía se entera por fin de quien era el importante ‘Guridi’. Salió de la cárcel en 1961, tras una campaña internacional por su liberación, una de las primeras puesta en marcha por Amnistia Internacional. Un detalle, al juicio de la Audiencia de Vitoria vino el corresponsal del New York Times y otros periodistas europeos y varios cónsules.

A su vuelta a Vitoria el partido lo dirige ya Ramón Rubial y es entrevistado por la famosa periodista Rossana Rosanda, del PCI, en el restaurante Aguiriano, situado en el cruce de Fueros con Olaguíbel. Antonio Rivera en su libro ‘Las izquierdas en Álava’ relata también la transición de los últimos años tras su salida de la cárcel. Sostiene Rivera que Amat hizo que Vitoria siguiera siendo en los sesenta «la capital de la clandestinidad». Por aquí pasaron, Gómez Llorente, Ángel de Lucas, Miguel Boyer, Tierno Galván, el enlace de Carrillo, el historiador Extramiana, o corresponsales políticos de muchos periódicos.

«Algún día moriré y no encontraréis mi cuerpo», le había dicho a Luis Alberto Aguiriano

Amat pasó los primeros años sesenta en arresto domiciliario. Rechazó ser el máximo dirigente del partido, asistir a los primeros mítines del partido y poco a poco se sumió en una profunda depresión, regada en muchas ocasiones con alcohol. Sus amigos vitorianos, los Aguiriano y Amado Ascasso, preveían su muerte leyendo su comportamiento, sus pocas ganas de vivir como él confesaba. «Algún día moriré y no encontraréis mi cuerpo», le había dicho a Luis Alberto Aguiriano.

En una carta escrita cuatro días de su muerte habla de «la enfermedad», un cáncer óseo diagnosticado por varios amigos médicos. También pesó en su decisión final. Trascribo el párrafo del libro ‘El hombre que pudo ser FG’: «Se arrojó el agua en la noche del 18 al 19 de diciembre de 1979, durante la travesía del Ciudad de Badajoz entre Barcelona y Palma de Mallorca. Ni la tripulación ni el pasaje, gran parte del cual volvía a sus hogares para pasar allí las fiestas de Navidad, notaron su falta hasta que desembarcaron, a la mañana siguiente».

En su camarote apareció una carta en la que anunciaba el suicidio. Solo hacía referencia a su cáncer incurable en «estado muy avanzado y que me produce dolores insoportables». Había elegido el mar como tumba porque la atracción hacia él estaba siempre presente. Una bitácora que presidía la entrada de su casa alavesa era un recuerdo permanentemente de su padre, del marino que Amat quiso ser. 50 años antes había zozobrado el barco del capitán Eladio Amat, «el capitán, que había sido un verdadero héroe, un mito, para su hijo, el hombre de acción, el revolucionario, desde que era niño».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios