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Al final de la cuesta de enero los centros educativos abren puertas y ventanas, lucen sus mejores galas en el escaparate y muestran también la rebotica, todo aquello que no se nota a primera vista pero bien -o no tanto- que lo viven los alumnos. Se trata de atraer a la clientela con promesas de esperado cumplimiento para mayor provecho de la chavalería. Quienes legamos descendencia a este mundo sin remedio conocemos de primeros nervios la importancia de atinar con el colegio, la ikastola o el instituto. Pocos quebraderos maternales y paternos mayores se me ocurren, al margen de las manutenciones básicas, que acertar en la selección del sitio donde se formarán los hijos. Sea el lugar público, en régimen de concierto o hasta privado.

Se trata de una de esas decisiones delicadas y realmente importantes a las que debe someterse el personal responsable de traer gente nueva a esta cordillera de sonrisas que suele simultanear tal paisaje con el valle de las lágrimas. Las mujeres que paren y los hombres contribuyentes a la gestación siempre pretenden, salvo casos por fortuna muy excepcionales, lo mejor para las criaturas de voces agudas en el patio del recreo. A menudo, cierto es, con anteojos que impiden ver más allá de cuanto resulta bueno para nuestra prole, sin reparar en lo que también beneficia a cachorros humanos ajenos. Anden los míos calientes y…

Este año ingresan en el círculo académico el instituto de Zabalgana, la hornada de alevines en Marianistas, novedades por Salburua y retoques en el sistema de ‘baremación’, palabreja horrorosa que esconde bajo su feo ropaje el loable intento de distribuir a la población escolar con el ánimo de evitar los guetos. Se trata de reparar en la medida de lo posible el régimen concentrado en unos pocos colegios de criaturas descendientes de familias con escasos posibles, como se decía en el lenguaje antiguo. Una idea que apuntalan los sociólogos favorables a la ‘zonificación’, otro vocablo espantoso que aboga por un mestizaje opuesto a la libertad absoluta para elegir y cribar.

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