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Los módulos están formados por madera y paja compacta.
Érase una vez una casa de paja que ni el lobo pudo derribar

Érase una vez una casa de paja que ni el lobo pudo derribar

La firma alavesa EcoPaja levanta en Trokoniz una de las primeras viviendas sostenibles de este material tras lograr una certificación nacional

Jorge Barbó

Domingo, 5 de febrero 2017, 00:36

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El caso es que había tres lechones que, hartos de vivir en el lodazal familiar, decidieron emanciparse, así, sin hipotecas, que se ve que eran de piara pudiente. Cuentan que el más vago de los tres hermanos, un nini de manual, se construyó una casa de paja. Resulta que por allí se dejó caer un lobo, dispuesto a desahuciarle a pulmón limpio y, de paso, darse un festín con sus lustrosos jamones. Y, claro, al primer soplido aquello se le vino encima al pobre gorrino, que tuvo que buscar refugio donde el hermano, el listo, el que tenía estudios -a todas luces, de ciencias-, que se hizo levantar la morada a mortero y ladrillo. Moraleja: la paja, para el ganado. Para vivir felices y comer perdices, mucho mejor hacerlo bajo un techo como Dios manda, con sus muros de hormigón, con su escayola y su pladur. O no. Hace tres años, al vitoriano Jesús Veiga le dio por llevarle la contraria a la fábula de Los tres cerditos y se propuso construir hogares sostenibles a base de fardos de rastrojo. No le ha ido nada mal. Hasta las autoridades le han dado la razón y han convertido a su firma, EcoPaja, en la única de España acreditada para levantar edificaciones con este material. A prueba de lobos.

Sale un día de viento huracanado. En el centro de Vitoria los contenedores vuelan como palomas al viento y no hay laca capaz de hacer que les aguante el cardado a las pocas señoras que se atreven a salir a la calle. Mientras, en un pequeño terreno de Trokoniz, al este de la capital alavesa, una estructura de madera y fardos de paja permanece impertérrita, ajena a las virulentas corrientes de aire. En efecto, parece claro que ni un improbable lupus ibericus con pulmones de titán podría echarla abajo.

En la parcela trabaja a destajo una cuadrilla de obreros, que levanta el futuro hogar de una familia vitoriana que ha decidido cambiar la ciudad por el campo. No se escuchan ruidosas hormigoneras, tampoco nadie levanta paredes ladrillo a ladrillo, con pegotón de cemento en medio. Su trabajo recuerda más a una rara partida de Tetris a base de piezas con el corazón de heno y armazón de madera. Son los módulos ideados por Veiga, aparejador de profesión, que sirven de estructura, aislamiento y cerramiento durante el proceso constructivo, que se limita al ensamblaje de unas piezas con otras y su posterior revestimiento con arcilla y cal. Todo natural y de la tierra. «La paja la conseguimos de agricultores alaveses y la madera viene de Gipuzkoa, aquí hay una materia prima excelente», destaca el aparejador.

Cada uno de los módulos del rompecabezas de puro rastrojo se ha sometido a una presión de 4.000 kilos, que compactan cada bloque de paja de tal forma que, unidos, consiguen soportar «hasta 45 toneladas». Tal densidad hace que la humedad no llegue a empapar el material y, por tanto, no hay riesgo de que la paja se llegue a pudrir. El creador del sistema también presume de la resistencia de su criatura frente al fuego, enemigo natural del rastrojo. «En las pruebas de laboratorio se ha demostrado que resiste dos horas y media frente a las llamas, frente a los 30 minutos que exige la ley», presume Veiga. La resistencia de la edificación ha hecho que la empresa vitoriana dedicada a la bioconstrucción sea la primera en España en recibir la acreditación de producto que extiende la Entidad Nacional de Acreditación (ENAC), un reconocimiento con el que sólo cuentan otras dos firmas en el resto de Europa.

Un trigal en vertical

A los pocos rayos del sol que se escapan entre los nubarrones, las briznas de paja despuntan con brillo, de forma que los muros recuerdan a una suerte de trigales dorados en vertical. Más allá del aspecto bucólico que ofrece la construcción -que alcanza un precio muy similar al de una vivienda convencional-, el gerente de EcoPaja destaca que el sistema ofrece «un ahorro energético de más del 90%». Además, permite levantar el edificio en apenas unos días, lo que lleva el ensamblaje, después de que se fabriquen los módulos en las instalaciones que la firma mantiene en Júndiz.

Y ante esas paredes, uno se pregunta si los pequeños de esa familia que tiene previsto mudarse a su feliz casa de paja llegarán a heredar algún día una propiedad o se tendrán que conformar con un buen montón de compost. El eco-constructor lo tiene muy claro. «Hay edificios de este tipo en Francia que han alcanzado los cien años y eso que la técnica que utilizan está mucho menos avanzada que la que se emplea ahora», destaca. «Además, hay que tener en cuenta que la mayoría de los bloques que se levantan ahora no tienen ni 50 años de vida útil», remacha. Parece que encontrarle un pero a esta casa es tan difícil como, sí, buscar una aguja en un pajar.

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