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Tropas republicanas avanzan al encuentro de las columnas nacionales donde estaban los vitorianos.
La guerra no es un juego: Los 9 vitorianos desaparecidos en Somosierra

La guerra no es un juego: Los 9 vitorianos desaparecidos en Somosierra

A finales de julio de 1936, Vitoria ya se había decantado por las fuerzas sublevadas contra la República. Muchos jóvenes voluntarios se alistaron en el Requeté, en la Falange o en las milicias de los partidos conservadores y algunos partieron con la intención de ayudar a la toma de Madrid

Francisco Góngora

Martes, 17 de mayo 2016, 00:39

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A finales de julio de 1936, Vitoria ya se había decantado por las fuerzas sublevadas contra la República. Numerosos voluntarios se alistaron en el Requeté, en la Falange o en las milicias de los partidos conservadores. Una de las primeras acciones de estos movilizados fue colaborar con la llamada Columna García Escamez (nombre del militar que la dirigía) que había salido de Pamplona con la intención de ayudar a la toma de Madrid. Los enviaron a conquistar el puerto de Somosierra, en la N-1, para facilitar el asalto a la capital española, objetivo fundamental de los golpistas, en medio del entusiasmo popular. Pero no iba a ser un paseo. El Ejército republicano y las milicias obreras estaban esperándoles.

Los jóvenes vitorianos, algunos verdaderos niños, iban a la guerra con la euforia juvenil que precede a todos los alistamientos de todas las contiendas que en la historia han sido. Se dejaron arrastrar por el entusiasmo ciego que no sabe de ideologías, pues testimonios parecidos hubo en los dos bandos.

Siempre me impresionó este testimonio. El de un superviviente de la locura, de la demencia de una guerra fratricida y feroz, injusta y desalmada para la que no estaban preparados ni mental ni físicamente. Ni siquiera vestían uniformes de soldados. Tenemos la suerte de que un vitoriano perspicaz, Pedro Morales Moya, en su libro Adiós Vitoria, recoge un testimonio de uno de aquellos jóvenes. «Vicente Tabar, ya fallecido, contaba: Estábamos en plena sierra con el traje de calle con el que nos presentamos para formar como voluntarios. Yo iba con los mismos zapatos con los que solía ir al paseo de Dato. Cuando recibí la orden de retirada, dada con cierto apremio, eché a correr ladera abajo. En la carrera perdí un zapato y me volví para recuperarlo y continuar el descenso. Comprobé con horror que una patrulla me tenía enfilado con sus fusiles. Sonaba el zumbido de los proyectiles al pasar cerca de mí. Me olvidé del zapato y seguí corriendo como nunca pensé pudiera hacerlo. Al fin llegué a la línea donde estaba organizada la defensa, una línea que se mantuvo firme. Allí me enteré de que se me tuvo por uno de los desaparecidos. Eran conscientes de que no a todos había llegado la orden de retirada y de que, en el mejor de los casos, los que faltaban habrían caído prisioneros del enemigo. Todo esto ocurrió el 28 de julio de 1936».

Crónica de la columna alavesa

Prosigue Morales Moya: «Fueron hacia la muerte de buena fe y llevados de su entusiasmo patriótico. Sus amigos, primeros en recibir la noticia, quisieron recrear los últimos minutos de sus vidas. En este caso, sus familias, ni siquiera llegaron a saber dónde, cuando, de qué forma murieron ni dónde están sus restos. Según algunas versiones, después de fusilarlos hicieron una pira para incinerar sus cadáveres, para que nadie pudiera encontrarlos algún día».

El libro de Pedro Morales Moya continúa: «No los encontraron. Ya nadie se acuerda. Los muertos en esta acción fueron: Ramón Aracama Torrijos, 24 años; Álvaro Area Acedo, 17 años; Manuel Arroyo Ortega, 23 años; Nicolás Iglesias, 19 años; Manuel Gaviña Martínez de Nanclares, 23 años: Ramón López Salazar, 17 años; Ángel Martínez Lafuente, 25 años, Nicolás Salazar Salazar, 24 años; y Javier Verástegui Zabala, 25 años».

«Todas las placas que un día se colocaron para mantenerlos presentes en la memoria, todas absolutamente todas, desaparecieron por pura incuria, y no por presiones políticas. Se perdieron antes de 1975, antes de que llegara la democracia. Podría calificarse de desmemoria histórica», concluye Morales Moya.

No es necesario compartir la ideología de aquellos jóvenes para darse cuenta de la encerrona en que se metieron y de cómo su entusiasmo los llevó a la muerte. Lo he oído decir a un gudari que iba a la batalla de Villarreal. La misma inocencia, la misma euforia. «Íbamos cantando, alegres, felices, pensando que en cuanto nos vieran tan preparados los nacionales saldrían corriendo. Nos encontramos con la guerra y la muerte de muchos compañeros», decía el gudari. La guerra no es un juego.

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