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Pablo Laso, el ‘Alavés de junio’ tras rematar su inmejorable campaña en el Real Madrid.
El hombre que supo esperar

El hombre que supo esperar

Pablo Laso culmina en junio un año glorioso, en el que a los títulos anteriores suma la Liga ACB y el premio al mejor técnico europeo

alfonso azkorreta

Sábado, 11 de julio 2015, 00:20

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Pablo Laso (Vitoria, 1967) disfruta estos días de unas merecidas vacaciones; a Italia apunta su ocio. En realidad, uno tiende a pensar que el lugar le dará igual. Después de una temporada celestial, al entrenador del Real Madrid se le puede imaginar caminando a varios palmos del suelo, flotando, levitando... Rondando el estrato de la felicidad. Es complicado, en la frontera de lo imposible, acumular en un solo ciclo deportivo todos los títulos en juego, además de nombramientos individuales, reconocimientos institucionales e incluso el arrobo de su propia afición y club. Pues Pablito lo ha logrado. EL CORREO quiere sumarse con su granito de arena, la placa al Alavés de junio, a esa maravillosa alineación de planetas.

En el mes de junio, aquel chaval de San Viator, el mismo que se gastaba un flequillo Justin Bieber, remató su temporada al frente del titán madridista con el título de la Liga ACB -que se suma a la Euroliga, la Copa del Rey y la Supercopa- y su nombramiento como mejor entrenador europeo del año. Pablo Laso ya no es un buen o excelente entrenador, su dimensión ha crecido en una temporada en la que su criatura, un Real Madrid construido con sus principios, se ha convertido en una picadora de carne. En Vitoria, quizá se le pueda ver como un vecino más, algo de lo que él mismo siempre ha hecho gala, pero la próxima vez que uno se cruce por la calle con Pablo tendrá que tratarlo con título nobiliario.

No hay casualidades

La escalada al Olimpo no es una casualidad. De casta le viene al galgo; es decir, que su padre Pepe Laso, un buen base y entrenador antes que él, tendrá algo de culpa en todo esto. Podrá decirse que el segundo hijo de la familia Laso-Biurrun, el mediano, bajó de la cuna con un balón de baloncesto. La pelota no se le despegó ya de la mano hasta bien entrada la treintena, después de demostrar que un cuerpo finito como el suyo podía abrirse hueco en un mundo de gigantes a fuerza de materia gris. La que hizo gala en su carrera de base para convertirse en el amo de las asistencias. 2.896 pases de canasta adornan un palmarés con varios títulos, entre ellos una Copa con el Baskonia.

Cuando ya no pudo ser jugador, para un enfermo de baloncesto como él la única terapia posible se encontraba en la silla eléctrica en la que se sientan (poco) los entrenadores. Lo hizo con algunos reveses, pero más aciertos y un plan en la cabeza. Un estilo que huye de especulaciones y corsés; un juego vistoso que despertó celos y críticas, los más acerados en su propia casa. Porque en el Real Madrid la gloria se ha hecho esperar. Laso no ha podido desprenderse la etiqueta de las dudas hasta lograr el póker final. Ha sabido perseverar en su idea, ha sabido mantener su estilo en el baile de cuchillos. Ha sabido esperar. Ahora quizá haya que esperarle a él.

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