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El General Álava entra en Vitoria el 21 ed junio de 1813 y salva la ciudad del saqueo francés.
Cuatro días que conmovieron Vitoria

Cuatro días que conmovieron Vitoria

Un testigo excepcional, el cura de Berrosteguieta, relató en primera persona y con gran emoción los últimos momentos de la ocupación francesa en 1813

Francisco Góngora

Martes, 23 de junio 2015, 02:05

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'Los 10 días que conmovieron el mundo', de John Reed, es un libro de referencia del periodismo porque relata, como en una crónica-reportaje hecha para un diario y con un rigor formidable, uno de esos momentos de la historia en el que todo cambia. El corresponsal norteamericano, un precedente del excelente periodismo que siempre se ha hecho en aquel país, relata la revolución bolchevique que en octubre de 1917 transformó la Rusia antimonárquica en la Rusia antiburguesa y dio el poder a los soviets, un pequeño partido de la izquierda hasta ese momento.

Es cierto que no hay comparación posible entre aquel acontecimiento que acabó dividiendo el mundo en dos y los sucesos en torno al 21 de junio de 1813 (se acaban de cumplir 202 años) en Vitoria, aunque también fue un hecho transcedental para Europa como demostró que Beethoven le dedicara una pieza musical. Pero aprovecho que existe un texto excepcional escrito por un sacerdote, el párroco de Berrosteguieta, José de Larrea, que describe lo ocurrido en Álava, para decir que la narración está tan cargada de entusiasmo y emoción como los que embargaban al simpatizante comunista Reed en su periplo ruso. Resulta sorprendente que viniera de la odiada Norteamérica el mejor relator de la Revolución rusa. Las paradojas de la historia.

Los que hemos podido leer esa pequeña joya que el presbítero Larrea escribió en el libro parroquial sabemos que estamos ante un testimonio excepcional, una vivencia en primera persona, que nos da el pulso real de los sentimientos de una población que está viviendo momentos históricos, pero que sólo puede medir sus efectos personales, sus consecuencias directas sobre ellos.

Naturalmente, la primera exclamación que utiliza nuestro corresponsal de guerra de la época es de agradecimiento a Dios. Cantemos Dómino porque ha finalizado la tiranía. Así se había vivido la ocupación francesa. A pesar de la simpatía que muchos puedan tener por el ideario enciclopedista y liberal francés, lo cierto es que la experiencia de nuestros vecinos vitorianos fue terrible. De forma que cuando las tropas napoleónicas abandonan la Llanada aquel 21 de junio de 1813 la gente siente que ha venido Moisés a liberar a los israelitas. Y así lo relata Larrea.

Así justifica la narración: «Deseando condescender a los deseos de algún curioso, que apetecerá saber las particulares ocurrencias del día 21 de junio de 1813, en la memorable y gloriosa victoria que nuestras tropas ganaron con sus aliados los ingleses contra el orgullo francés (previendo que la tradición se las presentará corrompidas) me ha parecido conveniente referir al mismo tiempo, breve y sinceramente, lo que en estos días vimos, sufrimos y toleramos.

Historia manipulable

Larrea sabe que con el tiempo la historia es manipulable y trata de contar la verdad. «No faltarán, pues, historiadores que las anuncien a satisfacción de quien las desee», dice.

Las guerras traen calamidades y miserias. «No me detendré en referir las infinitas muertes de los que fueron fusilados, ahorcados y colgados de los árboles por generosos defensores de la patria que llamaban con el nombre de brigantes (guerrilleros). Tampoco quiero hacer mención de los prisioneros que estropeados y maltratados, no pudiendo seguir a los demás, como si esto fuera un delito, los fusilaban en los caminos y a las entradas de los lugares o pueblos de su mansión. Tampoco diré de los arrestados en las cárceles, por tener algún interesado en las tropas españolas o decir alguna relación a ellas; de los saqueos; extraordinarias y violentas contribuciones, injusticias, etc. etc. que todo esto hemos visto y palpado».

El relato ubica la acción a partir del «18 de junio de 1813, en que gemíamos aún bajo la dominación francesa por espacio de cinco años..... cuando se llegó a esparcir una voz de que los franceses venían de retirada, indicándolo así el incidente de acantonarse en Vitoria y sus inmediaciones muchas tropas y mucha artillería. A consideración de inminentes males, tratamos de ocultar los efectos posibles, no sólo en aquellos parajes construidos al intento y que hasta entonces se habían usado con acierto, a pesar de las muchas tropas de tránsito y alojamientos, sino también en nuevos subterráneos dentro y fuera de estas casas, enfardando y embaulando cuando cada uno podía, para extraerlo con el silencio de la noche. Pero el temporal no nos lo permitió y así dilatamos nuestras esperanzas al día siguiente. Mas en vano. Cuando el día 19, muy de madrugada, acometen a nuestras casas, violentan las puertas y en un momento se apoderan de nuestros bienes».

El sacerdote dio cuenta al gobernador francés Thouvenot de los excesos de las tropas. El militar firma un oficio para que se investigue, pero Larrea desiste cuando el comandante del puesto del Prado le advierte que aún faltan 50.000 por llegar.

A su vuelta al pueblo, reflexiona el sacerdote sobre la importancia de la propia casa en momentos así: «El abandonar nuestras casas nos causaba un entrañable dolor y amargura. El exponer nuestras vidas nos hacía más sensación que todo cuanto nos rodeaba y así acordamos el retirarnos a los montes como de observación, dando con esto algún ensanche a nuestras esperanzas. Pero acudiendo primero todos al cuidado de la Iglesia, asumir el Sacramento y ocultar los vasos sagrados y ornamentos más preciosos».

La Santa Espina

Cuando llegan a la iglesia los vecinos ven las puertas forzadas a golpe de hacha, el tabernáculo destruido, los sagrados vasos robados y los más preciosos ornamentos y las sagradas formas arrojadas por el suelo. Sin embargo, revuelven los fragmentos y aparece la espina de la corona de Jesús que el pueblo veneraba como reliquia.

«Deseando preservarla de manos sacrílegas», relata Larrea, la saqué de la Iglesia. Pero aún no salí de su recinto cuando veo repetinamente otra multitud que se dirigía a nosotros. En tan apurado conflicto no hallé otro recurso queintroducirme disimuladamente en la puerta de la torre, echar en el suelo la santa reliquia y cubrirla con el escombro y polvo y salirme con el mismo disimulo. Pasada la borrasca, cogí la reliquia y en el camino que va a Esquível la oculté bajo un pequeño y denso matorral y, destituidos de todo consuelo, nos retiramos al monte, con la melancolía más profunda, entregados a las fluctuaciones y vaivenes de la fortuna, errantes y fugitivos».

El peligro acecha por todos lados y Larrea y sus vecinos pasan esa noche en el monte. Uno de ellos, descubierto por los franceses, fue bajado al pueblo con un cordel en la garganta, algo que le dejó huella durante mucho tiempo. Pero no le quemaron su casa.

Ya el día 20, el cura, con los pies heridos, se encuentra con una patrulla francesa y para evitarlos se sube a un haya. Subió el puerto de Zaldiaran y observó como saqueaban Arrieta y Doroño, lo que le obligó a buscar sitio en Aguillo. Allí se habían concentrado muchos vecinos de la zona que huían. Estuvo hasta el día 21.

«Este remarcable día 21, lo pasamos con tranquilidad y descanso, aunque no descansó ni se tranquilizó el espíritu, ya por un tiroteo que sin interrupción se oía hacia la parte de Vitoria, ya por la recordación de nuestros deudos y amigos, ya también porque nos llegaban noticias de que los franceses que estaban en Logroño pasaban a Vitoria y nos cogían entre dos fuegos. No carecía de fundamento esta noticia porque una partida de voluntarios alaveses, en número como de unos trescientos, que se ocupaban en recorrer y atravesar aquellas montañas, hicieron presos a tres espías, separadamente, por medio de los que preguntaba el general Clausel, que se hallaba en Logroño, al Consejo de Vitoria, sobre la ruta que debía tomar, ignorando lo que pasaba en Vitoria y cómo le faltaba la contestación se hallaba perplejo.

En medio de esa confusión, temor y sobresalto, nos aseguran por la noche que Vitoria ha quedado libre de franceses, que nuestras tropas los van persiguiendo por el camino de Salvatierra.

«La patria asolada»

Al regresar a «nuestra patria la encontramos asolada y afeada en tales circunstancias que, por no hallar expresiones bastante persuasivas para significar mis ideas lo remito al concepto reflexivo del lector. Solo digo que los despojos de nuestros bienes y utensilios nos causaban aún más complacencia que ellos mismos en otros tiempos.

Encontramos algunos heridos que fueron llevados al Hospital de Vitoria..... Bajé a Vitoria, guiado siempre de un fatal hado, no por el camino de las delicias, sino por el de los despojos de fusiles, cartuchos, tal cual, y algún herido. Estaba la ciudad de fiesta, a pesar de que no se hablaba sino de tragedia, apresurándose cada uno a contar la suya. Trabé con varios que vieron la acción y particularmente con uno que acompañó a José, por orden suya y elección de la ciudad.

Larrea cuenta algunos episodios de la batalla con gran realismo y muchos datos y, especialmente, la anécdota de Prudencio Urbina, un vecino de Zuazo que habló con José I y al que este salvó de que le quemaran la casa al poner en una de las piedras del frontispicio Casa Real en francés.

Muy descriptiva es la relación de daños de la batalla y la inocencia con la que los vitorianos esperaban a los ingleses : «Con los brazos abiertos aguardaban los vitorianos a sus tropas y a los aliados. Salían a las calles con ese objeto, dándose recíprocas enhorabuenas por verse en un momento libres del yugo que les oprimía, sin haber sufrido el saqueo y extorsiones que los demás pueblos. Pero una niebla oscura se apoderó de sus brillantes corazones al ver el desenfrenado interés de los ingleses: Saquearon todas las aldeas de la parte occidental de Vitoria que habían quedado libres de franceses. Segaron las mieses para los caballos y echaron los bueyes y caballerías de brigada a los sembrados, privándonos por este medio del último y único recurso que a nuestra vista ofrecía una de las más abundantes cosechas en que apoyábamos la subsistencia de nuestra completa ruina».

«No es extraño que los franceses cometiesen excesos....pero en los ingleses que venían en calidad de amigos, no deja de ser muy extraño tan tosco modo de proceder».

Finalmente, Larrea achaca a Sebastián Fernández, Dos Pelos, el guerrillero alavés, la idea de contener a los 11.000 hombres que Clausel traía de Logroño y que si entran en la lucha hubieran podido decidir la victoria a favor de los franceses. El guerrillero con 1.500 hombres trató de engañar a los franceses aparentando ser durante la noche, mediante luminarias, un gran ejército. Y lo consiguió.

«Cantemus Domino».

NOTA:_La transcripción del texto está tomada de la publicación que editó la Diputación foral de Álava, su consejo de Cultura, al celebrarse el 150 aniversario de la Batalla de Vitoria.

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