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Una cruz para diez inocentes
historias perdidas de álava

Una cruz para diez inocentes

En 1810, los franceses fusilaron a diez vecinos de Samaniego tras la muerte violenta del alcalde afrancesado y de otro habitante que lo defendió

Francisco Góngora

Lunes, 25 de marzo 2013, 09:20

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La historia de la humanidad está llena de crímenes de guerra, de masacres contra la población civil por parte de las fuerzas de ocupación en su afán por cortar cualquier resistencia. Y la muerte de uno de esos invasores o de sus colaboradores ha sido la excusa perfecta para la venganza y para inocular el miedo entre la gente. No hay nación que no tenga en su debe alguna acción de este tipo. Durante la Segunda Guerra Mundial las masacres perpetradas por los nazis fueron especialmente crueles, aunque no fueron los únicos que las cometieron. La muerte en manos de partisanos del jerarca de las SS Reinhard Heydrich llevó a Hitler personalmente a ordenar la muerte de 1.300 personas de la ciudad checa de Lídice. Otros 624 civiles, algunos refugiados republicanos españoles, fueros masacrados en la ciudad francesa de Oradour sur Glane . Las mujeres y los niños perecieron abrasados vivos dentro de la iglesia.

Ahora que recordamos los 200 años de la francesada conviene recordar la dureza de aquellos tiempos. Las víctimas de la Segunda Guerra Mundial (los franceses) fueron entonces los verdugos. Así es la historia. El 23 de julio del año 1810 eran ajusticiados diez hombres en Samaniego por los soldados de Napoleón bajo el mando del general Du Moustier y el mayor coronel barón Ruset. Seis de los fusilados lo serían a las afueras de Samaniego en un lugar perfectamente reconocible pues existe una cruz tallada en un gran bloque de arenisca con una inscripción, difícil de leer hoy: Aquí fueron afusilados (sic) sin confesión seis inocentes. En el libro de difuntos de la parroquia de Samaniego puede leerse las actas de estas muertes firmadas por el cura Luís Martínez de los Huertos, repitiéndose la fórmula muerte violenta causada por la tropa francesa por lo que no se pudo recibir los Santos Sacramentos.

Los otros cuatro fueron ejecutados en una cantera cercana a la carretera que sube al puerto de Herrera, en términos de Laguardia, lindando con las jurisdicción de Samaniego . Al menos hasta 1961 allí hubo otra cruz denominada la cruz de Manteca que estaba sin inscripción y en muy mal estado de conservación. Hoy en día no ha quedado nada. Se piensa que estos cuatro hombres fueron asesinados y sus cuerpos abandonados en las laderas de la Sierra de Cantabria, junto al camino más transitado para cruzar la sierra, escondite de la guerrilla antinapoleónica, para desmoralizar y asustar a los guerrilleros.

Existe una novela titulada Aventuras y hazañas de un guerrillero. Los mártires de Samaniego, escrita por el vecino de la localidad Francisco Navaridas, un maestro y catedrático de Historia, en la que se recrean aquellos sucesos. En su prólogo, Carlos Muntión asegura que la masacre era la represalia a la muerte, unos días antes, del alcalde de la localidad en circunstancias que no es posible saber con precisión. Sigue siendo un enigma, por ejemplo, quién fue el vecino que murió con el alcalde. En el libro de difuntos de la parroquia se puede leer lo siguiente: En la villa de Samaniego, a diez y seis de julio de mil ochocientos y diez fue sepultado en el lugar destinado para cementerio de ella un cadáver que la mañana del día antecedente apareció en el río llamado Bullón.y era de Fernando González Álfaro, marido legítimo de Martina Martínez de Fuidio, alcalde ordinario de la villa , cuya muerte fue causada, según manifestación de los facultativos, por violencia de mano ayrada (sic) no habiendo podido por este motivo recibir los Santos Sacramentos ni manifestar su última voluntad. Firma el cura de la parroquia Luis Martínez de los Huertos y Cañas.

No existe más documentación en el pueblo porque los archivos municipales fueron quemados por los carlistas en 1873, por cierto en un episodio que pone los pelos de punta porque las fuerzas rebeldes habían rodeado la población y habían conseguido cercar en la torre de la iglesia a los 22 voluntarios liberales de Samaniego. Y les amenazaron con fusilar a sus mujeres y sus hijos si no se rendían. La respuesta fue que si ellos fusilaban primero, luego lo harían ellos. Afortunadamente para los sitiados llegaron tropas del Gobierno que dispersaron a los atacantes.

En otro gran libro aparecido recientemente de Juan José Sánchez Arreseigor, Vascos contra Napoleón, se pueden hallar algunos datos que arrojan un poco de luz a aquellos sucesos. Un decreto de mayo de 1809 creaba los llamados Tribunales Criminales Extraordinarios, tribunales civiles integrados por afrancesados que se centrarían en juzgar delitos que ellos denominaban delitos de sublevación. El Tribunal de Álava instruyó una causa el 15 de julio de 1809 contra Pablo Garay, alcalde de Samaniego, por dejar que entrasen de noche siete guerrilleros que se llevaron seis fusiles entregados al ayuntamiento para autodefensa. La causa fue sobreseída.

Sigue Carlos Muntión su reflexión sobre lo ocurrido. Lo que pensamos es que el alcalde fue destituido y cambiado por un alcalde de corte afrancesado. Así se entiende la argumentación de Sánchez Arreseigor en su libro: la culminación de la política de represalias fue la masacre de Samaniego. Cuatro guerrilleros entraron en esta localidad alavesa y mataron al alcalde y al único vecino que intentó defenderle. Los franceses rodearon el pueblo y obligaron a los vecinos a entregarles diez personas, que fueron fusiladas en el acto el 23 de julio de 1810. El general al mando era el general Du Moustier. No sólo ordenó cometer la masacre, sino que aseguró su difusión a través de los canales oficiales para que todo el mundo se enterase, para provocar terror. La masacre fue algo excepcional en muchos sentidos: rara vez mataban las guerrillas a un alcalde. Normalmente les sometían a muchas presiones, pero no los mataban porque entendían lo delicado de su situación. El alcalde de Samaniego debía de ser un auténtico afrancesado, pues la extrema violencia de la venganza francesa y el hecho de que su muerte no fuese acompañada de robo alguno descartan un crimen común o la salvajada de un fanático.

Muntión apunta que se han encontrado nuevos documentos que aportan algunos matices como que el alcalde asesinado había denunciado trece años atrás al Ayuntamiento de Samaniego por uso indebido del erario público ante la Real Orden del Consejo siendo tomada esta denuncia como una auténtica ofensa por el consistorio. Esto explicaría que algunos vecinos, enemistados con el denunciante, podrían haber colaborado como cómplices indirectos en el magnicidio de Fernando González Alfaro.

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